Desde su origen a la fecha hemos escrito mucho de la prueba estandarizada de Aprendizajes y Aptitudes para egresados de educación media Paes; esta surgió en el marco de la reforma educativa en marcha, en 1997; en 1999 la robaron y luego le cambiaron su identidad, de prueba referida a criterio a prueba referida a norma, también cambió la escala de puntaje por cuatro años; en 2005 aplicaron una curva vinculada al bono del desempeño docente y luego le dieron a los resultados un valor para la promoción; en 2015 liberaron los cuadernillos y mejoraron los promedios, también decidieron aplicarla en dos días; durante su devenir se intentó –sin suerte- evaluar competencias, también se incluyeron ítems socio-afectivos y se debilitó su trazabilidad y dificultad; y en 2020 la letalidad del COVID–19 y la incomprensión técnica de las autoridades la mató…
La Paes era la única herramienta de política educativa que había sobrevivido a cinco gobiernos; cada cinco años todo se ajustaba, menos la Paes, o los ajustes que tuvo no implicaron su desaparición como otros programas. Además, éramos el único país de la región en tener con trazabilidad una herramienta como esta por 23 años…
La Paes surgió como una herramienta de psicología educativa para medir el desempeño de la reforma educativa; fue en la época de una de las mejores ministras de educación que ha tenido El Salvador Cecilia Gallardo; se diseñó y administró entre la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” y el Ministerio de Educación; los padres putativos de la prueba fueron destacados psicólogos y educadores: Joaquín Samayoa, Agustín Fernández y José Luis Guzmán; también Edmundo Salas e Hilda Álvarez, entre otros técnicos de evaluación de primer nivel gestionaron la prueba con altos niveles de calidad. Cada ítem fue sometido a rigurosos procesos de verificación y software especializados, midiendo su nivel de dificultad, discriminación académica, fuentes y nivel taxonómico. Y por 23 años, pese a los bemoles funcionó bien y cumplió su misión.
Dos hitos históricos alteraron sus resultados: la curva de 2005 y la liberación de cuadernillos de 2015; el primero, fue un movimiento planificado y asociado a las políticas de desarrollo docente y acuerdos con las gremiales; el segundo, posibilitó que los docentes identificaran que hay formas y fondos en los ítems, es decir, un mismo problema con distintas circunstancias, así aprendieron el método para capacitar a los estudiantes y medio engañar a la prueba; aunque en realidad nunca superamos el 6.4 de 1998, pese a todas las maniobras posibles, la Paes siempre estuvo blindada por su diseño técnico y medía lo que pretendía medir; y los resultados siempre fueron los mismos: intermedios bajos.
La Paes, tras las cifras, siempre reveló lo mismo: “Los estudiantes conocen, pero no comprenden ni pueden aplicar lo que saben”; detrás de esta frase célebre encontramos un conjunto de tres problemas recurrentes: 1) Incumplimiento del calendario escolar (sólo se enseña 100 de los 200 días); 2) Falta de laboratorios (el aprendizaje es teórico, de pizarra y dictado); y 3) Pedagogía y didáctica conductista con discurso constructivista (nunca se profundizó el modelo).
Con resultados en mano, nos preocupamos más por los rankings de colegios e Institutos Nacionales que en cambiar lo que estaba mal; nunca hubo una devolución personalizada al docente, ni un reto o desafío para mejorar. Dice el adagio que “lo que no se mide no se puede mejorar”, aunque el Mined optó por medir y nunca cambiar. Es más, gremiales docentes, dirigentes educativos y diputados atacaron a la Paes… ¿qué culpa tiene el termómetro de que el paciente tenga fiebre o una infección?
Pues bien, no sabemos si la Paes murió y si se resucitará; el Artículo 57 de la Ley General de Educación al parecer no es ninguna garantía para este tipo de pruebas, pudiendo existir otro método para obtener información válida y rigurosa para tomar decisiones; creo que en las nuevas ideas no hay lugar para las estadísticas, las matemáticas y la ciencia, y la Paes es una de las mejores representaciones científicas de lo educativo; sólo los que no saben de educación la atacan o la quieren eliminar. La Paes bien se pudo ajustar y adecuar al escenario COVID–19, sobre todo si se pregonó la “continuidad educativa”, pero en realidad da miedo medir, no sea cosa que aparezca algo inesperado o políticamente incorrecto que dañe la imagen y la reputación.
Y conste: NO importa la “nota” de la Paes de cada alumno o el promedio de una institución, departamento o país, sino evaluar la eficacia, pertinencia y significado de los esfuerzos educativos, en el contexto de COVID–19.
De hecho, la Ministra de Educación en su cuenta de twitter ha declarado “no realizar una prueba se desconocería el esfuerzo realizado” (26 de mayo) y además lo siguiente:
Las preguntas de fondo son: ¿Fue efectiva la continuidad pedagógica?, ¿aprendieron o no los estudiantes en el escenario de COVID–19?, ¿existen vacíos en la promoción de los bachilleres 2020 que deban resolver las universidades?, entre muchas otras.
Hoy, al redactar su epitafio, no sabemos si la prueba pretendió evaluar al sistema o a los estudiantes, si mide objetivos de aprendizaje o competencias, si es válida o no, si es parte de un hecho político o técnico-educativo, si su alcance es suficiente o limitado para hablar de calidad e, inclusive si es ética o no. En efecto, ¿es responsabilidad de los estudiantes que no se cuente con laboratorios, que no se cumpla con el calendario escolar o que la pedagogía sea inadecuada? Viéndolo así, quizás el réquiem es medianamente justificado… aunque personalmente no comparto esta decisión y, creo que todo se puede mejorar y justamente eso nos enseña la evaluación: No se hace para controlar, castigar o exponer, sino para mejorar y superarnos. No todo lo pasado fue malo…