La crisis económica, el acoso de una oposición derechista radicalizada, la campaña mediática global y la amenaza de intervención militar del imperialismo, todo confluye en una dirección: que el proceso venezolano dé un salto de calidad y pase a otra etapa. Sin este empujón posiblemente las fuerzas de la revolución seguirían faltas del empuje necesario para superar la fase de “revolución bolivariana” – con los ideales liberales de Bolívar– y saltar a la construcción decidida del “socialismo del siglo XXI”. O se hace o puede perderse todo. Es ante situaciones desesperadas que los pueblos – tal como lo hicieron los habitantes de París cuando tomaron la Bastilla– se lanzan al asalto del cielo, en su determinación por escapar del infierno.
La agudización de la lucha siembra dudas y confunde a muchos. El sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos explicaba en su artículo “En defensa de Venezuela” (La Jornada, México, 28.07.2017) las conquistas sociales logradas a la altura de 2015, según datos de diferentes agencias de la ONU, como su motivación principal para mantener su solidaridad y apoyo. Ello pese haber firmado, el 26 de mayo recién pasado, un manifiesto donde intelectuales de prestigio criticaban en duros términos la violencia del gobierno y los “marcados signos autoritarios” del mismo.
Pero su apego a la defensa de las mayorías populares y las amenazas del imperio lo han hecho cambiar. “El gobierno – dice ahora– es democráticamente legítimo. No se puede negar que el presidente Maduro tiene legitimidad para convocar la Asamblea Constituyente.” De hecho lo establece claramente el artículo 348 de la Constitución. Pero ante la violencia opositora y la agresividad imperialista, el autor concluye: “probablemente no habrá salida no violenta a la crisis de Venezuela”.
El escenario recuerda al que encontró Lenin regresando del exilio en abril de 1917. Definió la situación como “de doble poder”. La derecha preparaba elecciones para la Duma (parlamento liberal burgués) pero las clases trabajadoras tenían los soviets, basados en una concepción democrática diferente. “Todo el poder para los soviets” fue la consigna que seis meses después hizo triunfar la “revolución de octubre”. Sólo un gobierno de los trabajadores podía traer paz, pan y trabajo a la Rusia de la época. Así lo entendieron las masas que siguieron el llamado de los bolcheviques.
De manera similar la confrontación venezolana actual entre la Asamblea Nacional (en manos de la burguesía) y las demás instituciones del Estado. Superar la contradicción es misión de la Asamblea Constituyente, surgida del “poder originario”.
Con procedimientos distintos a los liberales, su elección es no obstante democrática y popular. No es parlamentarismo burgués. De los 545 constituyentes electos, 364 lo son por base territorial (uno por municipio) mientras los otros 181 representan sectores organizados (obreros, campesinos, indígenas, empresarios, estudiantes, pensionados, discapacitados y comunidades).
La disyuntiva no es dictadura o democracia, sino entre una u otra modalidad de democracia. El modelo de socialismo del actual siglo demanda ir más allá del liberalismo de Bolívar.