El 15 de enero de este 2018 asumí la dirección general del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) con un mandato preciso: colocar a esta institución clave para el desarrollo rural de nuestro continente en un lugar de renovado protagonismo.
La centralidad de los temas relacionados con la agricultura en la agenda global, que hace de ese protagonismo un hecho natural y necesario, crea además para el IICA, y por extensión para sus 34 Estados Miembros, una oportunidad inmejorable para el ejercicio de un papel movilizador, relevante y constructivo.
Al cabo de 75 años de historia, el IICA ha procurado mantener inalterable su misión de apoyar los esfuerzos de sus miembros para lograr el desarrollo de su agricultura y el bienestar rural. El medio para llevar ese respaldo ha sido el de una cooperación técnica de excelencia.
Sin embargo, en un mundo preocupado y acotado por el deterioro de los recursos naturales y el cambio climático, el “business as usual” ha dejado de ser una opción. Se torna imperativo modificar estrategias y conductas para producir más y mejor. Nuevos marcos institucionales para una agricultura más productiva, inclusiva y resiliente, con activa participación de jóvenes y mujeres, son posibles y deben ser el norte de nuestros esfuerzos.
Desde el IICA estamos decididos a contribuir para dejar atrás la errónea visión del sector agropecuario como extractivista y generador de bienes primarios.
Se trata de una condición necesaria para cumplir con plenitud nuestros objetivos: superar la limitada mirada que adjudica a la actividad agrícola la función de mero proveedor de materias primas para las cadenas globales de valor y trabajar con una visión transformadora que permita convertir a nuestra América en una gran fábrica de alimentos procesados, bionergías, probióticos, nutraceuticos y biomateriales.
Es momento de ver a la agricultura como la industria de la biomasa y como un actor central de los nuevos tiempos en sociedades que aspiran ser menos dependientes de los recursos fósiles y en camino a implementar estrategias productivas climáticamente responsables.
Esto es justamente lo que hace de la actividad agrícola parte inseparable de la solución a problemas acuciantes de nuestro planeta: la inseguridad alimentaria y nutricional, y las crisis poblacional, energética y ambiental.
Se trata, en suma, de contribuir a una industrialización inteligente a partir de nuestros abundantes recursos biológicos, y de promover mayor diversidad sectorial, competitividad internacional, empleos y mitigación del cambio climático, apoyados en la ciencia y la tecnología.
La bioeconomía expresa en buena medida esa visión transformadora para promover una producción sustentable desde la gran base de recursos naturales que poseemos.
Este cambio de paradigma plantea también un nuevo protagonismo de los territorios rurales, que deben ser vistos como focos de progreso, con nuevas tecnologías y conectividad, revirtiendo el estigma que los confina como zonas generadoras de pobreza y expulsoras de recursos humanos.
Apoyado en una trayectoria fructífera e ininterrumpida, el IICA se proyecta hacia la construcción de un nuevo futuro en beneficio de los actores e instituciones de los sistemas agroalimentarios de las Américas. El camino hacia su centenario debe llevar al IICA a consolidarse como un recurso estratégico al servicio de los países, haciendo contribuciones sustantivas para la transformación de la agricultura.
Para ello será necesaria una actualización de sus órganos de gobierno, a fin de crear las condiciones para una activa participación del sector privado. La institución también reforzará su compromiso con los mecanismos de integración, subregionales y regionales, a través de la provisión de proyectos supranacionales abocados a la solución de problemas compartidos.
Ejercerá así un papel de puente entre el Sistema de Integración Centroamericana (SICA), la Comunidad del Caribe (CARICOM), la Organización de Estados del Caribe Oriental (OECS) y la Comunidad Andina de Naciones, trabajando estrechamente junto a Canadá, Estados Unidos y México, y por supuesto el Mercosur, que por su perfil productivo y tecnológico tiene grandes posibilidades de construir vínculos de complementariedad tanto con Centroamérica como con el Caribe.
Tenemos todo lo que hace falta para emprender ese camino. Sería imperdonable que no aprovecháramos la oportunidad.