Burlarse de la violencia verbal y las faltas de ortografía que a diario perpetran los más humildes simpatizantes de Nayib Bukele se ha vuelto un lugar común incluso entre aquellos y aquellas que desean presumir de inteligencia, aunque no la tengan.
Más allá de la burla barata y huérfana de lucidez, habría que explicar el fenómeno del nayiliber: su simpleza mental, su violencia verbal, su clara carencia del dominio de la lengua escrita no son obra tan solo de Bukele, son una manifestación del fracaso de nuestro sistema educativo y, al mismo tiempo, un síntoma de las carencias de nuestra cultura política.
Tengan por seguro que detrás de un nayiliber es altamente probable que encontremos a un antiguo seguidor del FMLN. No más recuerden que Bukele le sustrajo casi un millón de votantes al Frente. Detrás de un nayiliber posiblemente descubramos el fracaso de la pedagogía política de quien otrora fue el partido insignia de la izquierda salvadoreña.
Pero dejemos que los bobos se burlen de los bobos y vayamos a lo que importa: Bukele, de alguna manera, le sirve como autoengaño a lo que resta de una izquierda desconcertada y con la bandera roja hecha jirones. Una izquierda que, a falta de liderazgo, proyecto y credibilidad, se ha reconvertido en defensora de “la democracia” frente a la gran amenaza dictatorial que supone el líder de la gorra de béisbol.
No voy a subestimar esa posible amenaza, pero no voy a ignorar tampoco que detrás de esa izquierda reconvertida en defensora de la democracia hay fuerzas políticas e intelectuales que han sido incapaces de reflexionar sobre el tremendo fracaso de esa plataforma política que fue el FMLN.
Mientras esa reflexión no exista y no se extraigan conclusiones políticas radicales de ella, permitan que dude de esas declaraciones de amor a una democracia amenazada. Mientras esa reflexión no exista y no se extraigan conclusiones trascendentes de ella, lo único que tendremos es un cambio de retórica, un simple anzuelo verbal para recuperar votantes perdidos.