lunes, 15 abril 2024

Una alfombra para el Nazareno

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Llegué a Sonsonate como a las tres de la tarde, habí­a llovido, las calles estaban mojadas y no hací­a tanto calor; en la casa de mi hermana toda la familia estaba enfrascada en los preparativos para hacer la alfombra e instalar el altar en que se leerí­a una estación del Viacrucis. En un extremo del corredor, mi hermana y mis sobrinas nietas hací­an unos arreglos florales; como a unos quince metros, mi sobrino recortaba cuatro pliegos de cartulina, que servirí­a de moldes para la alfombra; la esposa de mi sobrino se encargaba de preparar la harina coloreada para la misma.

Las llamadas telefónicas eran frecuentes, estaban coordinando la llegada de unos familiares del esposo de mi hermana (ya fallecido). Todos salieron para hacer compras de última hora, yo aproveché para dormir un rato frente a un potente ventilador.

A las siete de la noche estábamos comiendo tamales y preocupados por el viaje de los familiares que vení­an de San Salvador, especialmente por los problemas que podí­an tener en el tramo de carretera de Los Chorros.  Los viajeros llegaron como a las ocho y media, los acompañamos a cenar, mi hermana dio la instrucciones necesarias para el lugar en que dormirí­amos los visitantes, luego nos recomendó que nos levantáramos temprano para ayudar en la elaboración de la alfombra, que aprovecháramos el tiempo que disponí­amos para hacer la alfombra e instalar el altar para la “estación del Viacrucis”.

Me correspondió dormir en el dormitorio de mi hermana, durante unos minutos observé la cantidad y variedad de objetos  y vestuario que allí­ habí­a, me acomodé en mi cama y luego apagué la luz; escuché que habí­a llegado mi hermana y que hacia los preparativos para acostarse. Vino a mi memoria cuando llegaba a mi pueblo a pasar vacaciones, en la casa de mis padres el dormitorio era muy pequeño, dividido de la sala con un cancel forrado de tela, sólo cabí­an dos camas, una en que dormí­an mis padres y otra para mis dos hermanas, yo dormí­a en una cama de lona que se instalaba en la sala, pegada al cancel; mi madre era la última en acostarse, se aseguraba que todas las puertas y ventanas estuvieren cerradas y el resto de la familia acomodadas en sus camas; cuando se acostaba, le gustaba conversar conmigo en voz baja, especialmente sobre mi vida de estudiante, las medidas de seguridad que adoptaba para realizar mis actividades polí­ticas y mis relaciones amorosas; pero el tema que siempre salí­a a la luz era la infidelidad de mi padre, sus ausencias por varios dí­as y los frecuentes conflictos en que se veí­a involucrado; cuando empezaba a sentir sueño, le gustaba comentar brevemente alguna novela que habí­a leí­do o pelí­cula que habí­a visto en su juventud, casi siempre se dormí­a contando el último relato; finalmente habí­a que acostumbrarse a sus ronquidos, con muchas variaciones sobre el mismo tema.

A las cinco de la mañana, una de mis sobrinas nietas llegó a tocar fuertemente la puerta, gritándonos que nos levantáramos, que era tarde y que su mamá ya estaba haciendo las mediciones, limpiando y preparando el pavimento de la calle para hacer la alfombra; cuando salí­ de la habitación me encontré con mi sobrino, quién me dijo que me sirviera café y pan de dulce. Cuando salí­ a la calle todaví­a estaba oscuro, mi sobrino aplicaba aceite quemado al pavimento para dejar una base de color negro, sobre la cual depositar la harina coloreada para hacer los dibujos de flores que se habí­an recortado en los cartones o patrones. La esposa de mi sobrino colocó los patrones y los fijó al pavimento con piedritas que fuimos a buscar en los alrededores; mi prima de San Salvador, su hija, mis sobrinas nietas y yo, nos dedicamos a rellenar las orillas de la alfombra, mientras que la esposa de mi sobrino y mi hermana se pusieron a rellenar las flores y el follaje, es decir la parte fundamental de la alfombra. Mis sobrinas nietas hací­an las tareas a su manera, no obstante las instrucciones y regaños de mi hermana. Luego mi sobrino y su esposa instalaron el altar, frente al cual se rezarí­a la “segunda estación” del Viacrucis.

El calor y la tarea de hacer la alfombra hací­an que me sintiera sofocado, entré a la casa a bañarme ya que el agua potable deja de caer a las siete de la mañana, luego aproveché para tomar otro café con pan de dulce; una de mis sobrinas nietas entró corriendo a decirnos que la procesión ya vení­a cerca, cuando salí­ ya habí­an comenzado a rezar frente al altar; en la casa de enfrente estaban repartiendo gratis café y sándwich, a los cargadores de las imágenes. Varias personas conocidas nos saludaban desde la procesión y nosotros les respondí­amos cordialmente, algunos se acercaban para un abrazo, un beso o ambas cosas.

Cuando la imagen del Nazareno llegó enfrente de nosotros, reflexioné sobre el papel de las artes en las religiones, especialmente en la católica; la representación de la pasión de cristo es un vehí­culo que facilita la reflexión espiritual, porque combina varios géneros artí­sticos, tales como escultura de las imágenes, música, canto y teatro; otras iglesias privilegian algunos de estos géneros como es el caso de la música y el cantó.

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Santiago Ruiz
Santiago Ruiz
Columnista Contrapunto.
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