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Testigos de la infamia

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Por Carlos Francisco Imendia

Como que Centroamérica ha entrado en un período de estrés democrático,  por aquellos personajes políticos que les gusta el poder y llegaron para quedarse, como es el caso de Daniel Ortega el presidente con más períodos presidenciales al hilo en Nicaragua, y no democráticamente, sino por la construcción de un aparataje y el acaparamiento de los poderes del estado para favorecer su perpetuidad en el Poder.

Los nicaragüenses lo catalogan como un circo el acto de investidura presidencial de Daniel Ortega, en donde los mismos personeros de su partido el FSLN,  Gustavo Porras y su mujer Rosario Murillo, le colocan nuevamente la banda presidencial azul y blanco para un nuevo período, en medio del repudio de la comunidad internacional, organismos de derechos humanos y organizaciones que trabajan por la democracia.  Como testigos de la infamia pudimos ver en cámaras a los ex presidentes de El Salvador, ahora ciudadanos nicaragüenses, que manifiestan ser perseguidos políticos, Mauricio Funes y los comandantes Salvador Sánchez Ceren, bien cobijados por el régimen nicaragüense.  Además, un Nicolás Maduro que no llegó con el mismo garbo como cuando lo respaldaba una próspera producción petrolera  para intentar  formar un sólido bloque de izquierda en América Latina.

Con las sombras de 700 presos políticos, entre ellos sus mismos contrincantes presidenciales, el dictador nicaragüense no puede ser más sinvergüenza ante el mundo, desmedido en ambición y sed de poder, aunque su imagen personal aparente un tipo ya débil por los años, enfermo, en verdad es una bestia política con más de siete vidas, dispuesto  a desatar la furia en la calles nuevamente con tal de no dejar el poder.  A pesar de sus compromisos con la sociedad, sus adeptos, sus fieles socios que respaldan  y sostienen  su mandato: El Ejército y la policía, a él solo le interesa más poder, y consolidar a su grupo familiar como amos y señores de la basta Nicaragua, desde Cabo Gracias a Dios hasta San Juan del Sur. Sin importar tampoco regalar la soberanía nacional, ha basado su política exterior, al ya no ver una alternativa potable en  la corroída Venezuela, con Rusia y China, los cuales puedan oxigenar a la endeble economía nicaragüense, pero a costa de la carísima factura geopolítica.

Estados Unidos ha socado tuercas, sobre todo esta administración Biden, por la escalada antidemocrática en Nicaragua, el precio del enquistamiento en el poder de los Ortega Murillo ha costado sangre, más de 400 muertos en el año 2018, los presos políticos y los más de 100 mil exiliados. 

Sin duda el futuro para Nicaragua hoy se ratifica más oscuro, más aislado del mundo, más bloqueado que nunca, Ortega no es esperanza para Nicaragua, más bien es ave de mal ahuero que empuja a esa nación al despeñadero, ensanchando más la pobreza y la calamidad, está en el último peldaño de crecimiento económico para este 2022, a pesar de ser un país prometedor, su imagen déspota espanta la inversión y confianza.

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Carlos F. Imendia
Carlos F. Imendia
Comunicador, publicista y mercadólogo salvadoreño; columnista y colaborador de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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