De vez en cuando, me asaltan las ganas, el deseo o la necesidad de viajar en bus. Ayer fue uno de esos días. Atrás quedaron las obscenas calcomanías de “si me da su guasá no paga pasaje”, “la llevo pero solita” o “tu castigo es verme” para dar paso al tema que nos atañe: la falta de cordialidad de muchos motoristas del transporte público junto a la calcomanía que le da el nombre a esta reflexión.
¿Dónde quedó la amabilidad? ¿Qué pasó con aquellos conductores de la 42 especial que usaban corbata y saludaban alegremente a los pasajeros? Lamentablemente, de ellos solo queda el recuerdo.
Me senté adelante para observar al conductor y a las personas que subían y bajaban del bus. No hubo interacción más allá de extender la mano para cobrar el pasaje. Las personas le hacían parada donde mejor les salía y el motorista les paraba para subirlas. Una vez a bordo, era sálvese quien pueda: ancianos, mujeres con niños, todos tenían que agarrarce como pudieran porque el hombre conducía a toda velocidad. Tocaba la bocina desesperadamente cuando los vehículos frente a él no iban a la velocidad que deseaba. Al bajar, recriminaba a la gente por hacerlo despacio. Y las personas, como zombis, se bajaban del bus en movimiento, obedeciendo las órdenes del conductor. La empatía social, no hablemos de justicia que es una palabra mucho mayor, está ausente en el comportamiento de los conductores, quienes no reconocen la vulnerabilidad de las personas ni muestran afinidad o empatía con los pasajeros. Esto debería ser un requisito indispensable para ser conductor de transporte colectivo.
Era hora de bajarme de la unidad en el Cine Apolo y caminar seis cuadras bajo el ardiente sol hasta la calle Schafik Handal. 6 cuadras. ¿A nadie se le ocurrió que se podría hacer un túnel frente al Palacio y así descongestionar el centro capitalino manteniendo esos ejes peatonales? ¿Por qué no podemos tener el sistema de transfer donde no todos los buses convergen en un solo lugar sino que le dan un boleto redimible para otro autobús? Hay que repensar ese sistema obsoleto de pelearse los pasajeros.
Al momento de tomar mi microbús de conexión, el motorista disminuyó velocidad pero no paró. Y la gente pasivamente aceptaba el statu quo subiéndose al bus en marcha. Yo también. Este motorista, de aspecto mucho más joven que el anterior, tenía la adrenalina a flor de piel. Aprovechando que una ambulancia llevaba la sirena encendida, se fue detrás de ella sin importarle los otros vehículos. El trato que recibimos como usuarios del transporte colectivo es impresentable, pero nuestra indiferencia ante la situación es igualmente grave.
Nosotros somos los que los mantenemos a los dueños de los autobuses, a los conductores y a sus familias. Como clientes merecemos respeto, pero también debemos de dejar de lado la indiferencia y reclamar un servicio de calidad como usuarios.
Ambos conductores cometieron graves faltas operativas y al reglamento de tránsito, algo que contrasta fuertemente con lo que predican a la hora de pedir que se les perdonen las multas. Siempre es bueno tener cierta flexibilidad, ya que los pasajeros exigen rapidez y se alegran cuando llegan más rápido a sus destinos, pero ¿a costa de qué y de quién? ¿Y si hubiéramos sufrido un accidente? Afortunadamente, no ocurrió. Bajé del microbús al llegar a mi destino y contemplé la vida con satisfacción.