sábado, 13 abril 2024
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Si respetas a alguien, debes darle su lugar

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Por Suecy Callejas Estrada

El pasado martes, el Presidente de la Asamblea legislativa, Ernesto Castro, apoyado por varios diputados, introdujo una pieza de correspondencia para cambiar el nombre de la celebración que se origina cada 16 de enero en celebración de la firma de los Acuerdos de Paz dee 1992, de Día Nacional de la Paz a Día Nacional de las Víctimas del Conflicto Armado.

Esto obviamente, fue el plato fuerte de las discusiones en el pleno legislativo, muchas en apoyo y otras en contra, pero eso ya lo sabíamos, hoy por hoy, lidiamos con una oposición que gusta de ser oposición por que puede, más que por que tenga reales razones o argumentos para serlo. Muchos dirían que -forma parte del juego político-, otros que -es normal que sea así-, personalmente, solo esperaba más.

Mientras escuchaba la intervención de -la esquina de la izquierda-, representada en sus diputadas efemelenistas, pensaba para mí: ¿Cómo se puede olvidar, mentir sobre olvidar y querer empatizar con las víctimas, todo a la vez, sin hacer antes un ejercicio de honestidad y reconocimiento? Entonces, recordé a George Orwell y su libro, Rebelión en la granja (Orwell, G. 1945, Editorial Harvill Secker, Inglaterra).

Este libro pequeño, pero lleno de sabiduría (para aquellos que no quieran leerlo, también hay una película animada de 1954, dirigida por Joy Batchelor y John Halas, que resulta muy educativa y a la vez desoladora), cuenta la historia de una granja en donde los animales eran maltratados y explotados por los granjeros humanos. Mientras todos eran víctimas, pertenecían al mismo grupo y estaban en igualdad de condiciones, por lo que en un punto se organizaron para generar una rebelión, en la que terminan venciendo y exiliando a los granjeros humanos. Instauran un nuevo gobierno de animales de la granja, en el que pactan vivir en igualdad, paz y felicidad. Y todo funciona, hasta que los cerdos empiezan a pensar que entre ellos son más iguales que con los demás, más inteligentes y forman una cúpula de gobierno, incluso empiezan a vestir de traje, corbata, vestidos y perlas, al punto en que se convierten en dictadores y superan en tiranía a los granjeros humanos que les oprimían en un principio…

Lo relatado en este libro ha ocurrido en El Salvador, Latinoamérica y en el mundo, una y otra vez. La historia nos muestra este mismo suceso, en diferentes latitudes, épocas, idiomas, climas y culturas. No es extraño entre los humanos que las divisiones existan, pero ¿cómo afecta nuestro presente?

Aclaro, que lo vertido aquí forma parte de mis opiniones personales, no es ni pretende ser, una investigación seria, realizada con método científico y quiero partir de ahí para que cada lectora o lector pueda tomarlo en cuenta.

Soy una mujer de 35 años, criada en la posguerra, cuya familia extendida sufrió una desintegración sin precedentes debido al miedo que vivir en medio de un conflicto armado, durante la década de los ochentas, generaba en El Salvador. Por esto y mucho más, creo firmemente en que los dolores y los traumas, son cargas que tienen más posibilidades de resolverse al atravesarlos, respirarlos y abrazarlos para dejarlos ir. En este punto de la vida estoy convencida que el proceso funciona tanto a nivel personal como colectivo. De ahí, que la amnistía y el “perdón y olvido” propuesto por los firmantes de los Acuerdos de Paz, me pareció y me parece, una atrocidad, un total irrespeto al proceso de -sanación- de la población salvadoreña posguerra. Fue la negación en su máxima expresión, pero nos dejaron suspendidos en ella por casi 30 años.

Durante el conflicto, decenas de miles de personas se integraron en las filas ya sea de la fuerza armada o de la guerrilla, familias se desintegraron por esta causa, sin embargo, cada persona lo hizo creyendo en que era su deber y era lo correcto, por eso todo merecen respeto.

La intención de la pieza de la correspondencia nunca fue, borrar de la historia la firma de los Acuerdos de Paz, que realmente fueron la culminación de años de diálogo para dar fin a más de una década de muerte, genocidios y masacres entre salvadoreños.

La verdadera intención de la pieza de correspondencia, fue poner en el centro a los verdaderos protagonistas del conflicto y sobre todo de la posguerra: Las víctimas y sus sobrevivientes. Es por eso que lo defendimos, es por eso que hoy escribo estas palabras.

No puede haber justicia -en la tierra-, sin conocer la verdad, a los autores, los hechos, sin poder atravesar, respirar y abrazar los dolores y los traumas que devinieron de las atrocidades vividas, no puede haber perdón sin el reconocimiento -tanto de hechor y la víctima- del daño causado y definitivamente, no puede haber olvido, por que si se olvida se repite y la obligación del Estado, siempre deberá ser el compromiso a la no repetición de las atrocidades.

Cuando se respeta a alguien, se le da su lugar, se respeta el espacio que ocupa. Es por eso, que en el centro del deseo de vivir en paz, deben estar las víctimas y no los victimarios.  No quiero terminar estas palabras, sin solidarizarme con todas las víctimas del conflicto armado que siguen llorando y recordando a sus familiares muertos o desaparecidos, incluida mi familia, incluso a la que no conozco. Y quiero aprovechar, para unirme al clamor de los Dalton y exigir que el FMLN deje de proteger al homicida de Roque Dalton, de nuestro poeta más universal, que dejen de revictimizar a la familia y les permitan cerrar un ciclo, que les digan a dónde están los restos de su amado padre, amigo, esposo, de nuestro artista, para que le den un lugar de descanso y puedan llorarle en paz.

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Suecy Callejas Estrada
Suecy Callejas Estrada
Vicepresidenta del Parlamento, Ex ministra de Cultura y bailarina salvadoreña. Colaboradora salvadoreña

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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