(Tomás Moro)
En un capítulo del “Lazarillo de Tormes”, obra clásica anónima de la literatura española, el ciego acuerda con su lazarillo comer juntos y de una en una, un racimo de uvas. En un momento dado, el ciego mudó propósito y empezó a comer de dos en dos: en ese instante, el lazarillo decidió imitarle. Y tal vez molesto por lo sucedido, el chico, en silencio, comenzó a comer en silencio las uvas de tres en tres. Al finalizar el racimo, el ciego le recriminó su conducta: Estaba seguro que el lazarillo había comido uvas de tres en tres. – Y ¿cómo lo has sabido? – preguntó el mozalbete. – Porque yo comía de dos en dos y tu callabas, le respondió el ciego.
Si tuviera que escoger un vocablo para El Salvador en 2016, ese sería, sin duda alguna: “corrupción”. Este año ha supuesto un momento clave en la denuncia y persecución de actos de corrupción. El Estado de derecho está reaccionando intensamente ante los casos presentados. El grado de conciencia y preocupación por los niveles de corrupción se ha extendido en la sociedad, aunque creemos que de manera desigual, con hincapié en los estratos sociales de ingresos medio y superior: En el resto de la población salvadoreña, la necesidad de sobrevivir diariamente, cual mito de Sísifo, tal vez no les permita en su conjunto vislumbrar la importancia de este problema. No sólo salvadoreño, sino mundial e histórico, que ha hecho caer fortunas, mancillar honras, destronar gobiernos y aniquilar sociedades.”Qué pueden hacer las leyes, donde solo reina el dinero”, escribió Petronio en el siglo I.
En efecto, la corrupción es una lacra tan antigua como el hombre: en el antiguo Egipto existía un gran descontento ante la corrupción imperante, hasta el punto que un castigo para determinados actos corruptos se recogió en el Decreto de Horembeb (1.300 a.d.C.). Vestigio histórico de contenido sumamente interesante en cuanto ya recogía uno de los elementos actuales del concepto de acto corrupto: el abuso de poder de los funcionarios: “Se castigará con implacable rigor a los funcionarios que, abusando de su poder, roben cosechas o ganado a los campesinos bajo el pretexto de cobrar impuestos. El castigo será de cien bastonazos. Si el involucrado fuera un juez, la pena será de muerte”.
No ha habido sociedad o institución en la historia, ajenas a la corrupción: por citar algún ejemplo, la reforma protestante o la revolución francesa fueron en gran parte fruto de momentos álgidos y desenfrenados de corrupción o de elogios de locuras oficiales, formales y colectivas.
Ante la tesitura actual, es lícito preguntarse qué más puede hacer El Salvador para reforzar un pacto social anticorrupción y que en las relaciones ciudadano-instituciones, se compartan las uvas de una en una. Considero relevante analizar, cuatro elementos. De ellos, tres se deberían considerar en un esquema de actuación a corto plazo: el marco jurídico, las relaciones sociedad civil-instituciones y la corrupción económica en las relaciones comerciales-institucionales. Finalmente se sugiere una cuarta actuación sobre la sociedad en su conjunto, en un marco a medio plazo.
(Continuará)