Por Gabriel Otero
Dícese de la catagelofobia al intenso temor de alguien o miedo de ser presa de la risa o burla de los demás, en otras palabras es la fobia al ridículo.
Japón es el país adonde existen más personas que padecen esta enfermedad y por ende también abundan los katagelaticistas o gente que disfruta el causar sufrimiento mediante la risa o humillación de los otros.
Todos hemos sido ridiculizados en algún momento de nuestras vidas, en la tierna infancia cuando el maestro nos preguntaba la complicada y temible tabla del nueve o exhibía nuestros garabatos que ocupaban todo el renglón al intentar escribir con el método Palmer. La falta de memoria o destreza como ejemplo aleccionador para los demás y la tácita advertencia o terror sicológico de que nos harían pasar el ridículo si no aprendíamos rápido.
Y de adolescentes cuando le declarábamos nuestro amor a la que nos hechizaba y ella simplemente nos hacía añicos con su indiferencia, y no sólo eso, sino que le contaba a sus amigas y a todos, que nos había dicho no por feos, dientones, enclenques, gordos, pobres o por tener la piel oscura o ser albinos con ojos rojos de conejo.
Sin embargo, ser ridiculizado nunca será lo mismo que hacer el ridículo voluntariamente, eso es todo un arte, se debe tener convicción, afán de notoriedad y además poseer una dosis de sadismo para torturar a los otros con la estolidez o la ausencia de talento propios.
Hay personas que su única manera de sobresalir es haciendo el ridículo fomentando la catagelofilia como una opción, hombres y mujeres que casi llegan al éxtasis al escuchar las carcajadas de su audiencia.
La televisión actual es especialista en ridiculizar y en convertir en mercancía las fobias y filias humanas porque ser y hacer el ridículo vende y genera rating, gran parte de la programación se basa en las pretensiones artísticas de unos o en la inconformidad física de otros.
Y no hay que subestimar el poder curativo de la risa, como diría el Guasón personificado por Jack Nicholson, pero también producir emisiones en las que se exalte la ridiculez se ha convertido en un síntoma más de la decadencia de la televisión que aún no encuentra otra razón para reinventarse y superar sus taras.
La caja idiota es cada vez más cretina.