La Luna era un restaurante en que se presentaba en vivo grupos de música, teatro, danza y poesía, generalmente los espectáculos eran de miércoles a sábado. El público dependía del tipo de espectáculo: cuando tocaba una buena orquesta de salsa, llegaban muchachos y muchachas de la clase media, que normalmente se divertían en lugares de la Colonia Escalón; cuando había teatro y poesía la mayoría de los asistentes eran personas de más de cuarenta años. En la época en que yo frecuentaba este lugar cultural, estaba situado en la Urbanización Buenos Aires, Calle Berlín #228, San salvador, donde ahora está la Buho´s Pizza, frente al puesto de la PNC. Después de que falleció mi esposa, yo pasaba en ese lugar de las siete a las diez de la noche, todos los días de la semana, cuando había alguna presentación artística participaba activamente con aplausos y comentarios, en el resto de los días me dedicaba a leer cuentos y novelas, ya que en ese lugar había una pequeña biblioteca bastante surtida que disfrutábamos los amigos personales de la dueña.
Me llamaba la atención ver que casi todos los días llegaba un joven escritor, se sentaba en la misma mesa, preferentemente sólo para observar y escribir, luego supe que era Horacio Castellanos Moya; varios años después me di cuenta que estaba escribiendo la novela El Asco, en la cual hace uso de la crítica mordaz para señalar algunos rasgos culturales de la sociedad salvadoreña; ese libro trata de las supuestas impresiones del autor al conversar con un antiguo compañero de colegio, que vivió en Canadá y que tuvo que regresar a El Salvador para enterrar a su madre. A La Luna, llegaban muchos artistas e intelectuales, varios de ellos con pensamiento de izquierda, estas personas generalmente recibían un trato preferencial y descuento en el consumo de bebidas alcohólicas y comestibles.
Durante una época, La Luna programó en la tarde de los sábados, la presentación de tres a cuatro grupos de rock pesado, atrayendo a jóvenes de ambos sexos que se deleitaban con este género musical. Yo era un caso raro entre los asistentes a estos conciertos, especialmente por mi vejez y porque llegaba con mi vestuario cotidiano, propio de un profesor universitario, mientras que el resto lo hacía luciendo prendas de vestir de color negro y mostrando orgullosamente sus perforaciones (pirsin), aretes u otras piezas de joyería. Una de esas tardes yo estaba sentado en una mesa al lado del escenario, con una amplia visión del resto del local; en una mesa cercana estaban cuatro jóvenes vestidos cotidianamente, posiblemente eran estudiantes universitarios; uno de los meseros llegó y les decomisó una botella de ron, que habían internado en forma clandestina, los muchachos se quedaron para escuchar el resto del concierto sin consumir bebidas alcohólicas; llamé al mesero y le dije que sirviera a esos muchachos cuatro tragos de ron y que los cargara a mi cuenta; los muchachos se sorprendieron cuando les llevaron las bebidas, argumentando que ellos no las habían pedido, el mesero les explicó y señaló con su mano hacia la mesa en donde yo estaba sentado; los muchachos probaron las bebidas, luego se levantaron para ir a darme sus agradecimientos. Unos meses después fui a escuchar un concierto de rock a la ciudad de San Martín, llegué un poco tarde y estacioné mi vehículo a varias cuadras del local; como a las nueve de la noche, cuando finalizó el toque, estaba caminando hacia donde había dejado mi automóvil y me asaltaron cuatro mareros; cuando estaba entregándoles mis posesiones, uno de ellos dijo que me devolvieran todo, porque yo era el “tío” que los había invitado en La Luna; ellos se disculparon, para quitar el mal sabor de esa noche yo los invité a unas cervezas, que compramos en una tienda cercana y las bebimos en las gradas de un almacén que ya estaba cerrado, la conversación fue sobre el rock pesado y los grupos musicales más conocidos, luego me escoltaron hasta el lugar en que había dejado estacionado mi vehículo.