lunes, 27 enero 2025

Roberto a las diez

¡Sigue nuestras redes sociales!

"La vida se pudría en la calle, frente aquel café donde conocí a Roberto Ruíz, en aquel San Pedro Sula desgastado por el recuerdo": Allan McDonald.

Por Allan McDonald.

La vida se pudría en la calle, frente aquel café donde conocí a Roberto Ruíz, en aquel San Pedro Sula desgastado por el recuerdo. Solo las hilachas de aquel momento asoman en la memoria de ese octubre de 1987.

Un día antes me habló a diario La Prensa, donde trabajaba en mí adolescencia: -“nos vemos a las 10 en el café Atenas”, dijo Roberto; que, desde hace décadas venía siendo quizá el más estricto caricaturista de la historia de Honduras.

Llegué a las 10 exactamente, porque la manía de ver relojes es para mi una forma de imaginar el mundo sin ellos.
Me senté, tomé el café y esperé.

Lo vi de lejos, caminaba despacio, sus pantalones de arrugas se bandereaban como un barco perdido en los mares de la gente. llevaba una camisa de cuadros marrones, arremangada, de faldas por fuera, sin prisa se detenía y decia adiós con la mano a tantas personas que lo saludaban.

En ese año turbio del 87, el ya era una leyenda. Siempre fue un desafío Roberto Ruíz para todos los caricaturistas. No importaba si nuestros días fueran de iluminación y dibujáramos con toda la virtud en las manos, los editores de aquella época en la Prensa, siempre tenían a Roberto Ruíz de ejemplo: – “no sos ni serás como Ruíz, pero te vamos a publicar el dibujo”- de mal modo, de un desprecio por el arte ponían el dibujo sobre el escritorio, y daban vuelta al cartón y sobre el asentaban la taza de café.
Un día me llamaron a la sala de reuniones para decirme: – “En la prensa damos cátedra de periodismo. Tu competencia son esos dos monstruos de la caricatura: Doumont de diario Tiempo, y Roberto Ruíz de la Tribuna”.
A mis 16 años solo pensé en renunciar e irme lejos de ese diario. Amílcar Santamaría, viejo sabio y director editorial del periodico, me alcanzó, me tocó el hombro y me dijo con su voz de un gorrión dormido: -No se preocupe Mac, Roberto Ruíz es otra dimensión, y usted tiene otro estilo-

De eso me acordaba en el café esperando a Roberto, mientras miraba en el fondo a una muchacha y un joven, llorando quedito, tomados de la mano, despidiéndose de algo que no pudieron vencer; yo tomé la servilleta, hice un dibujo para esa pareja, pero al levantar la vista ya no estaban, doble la servilleta como si fuera una sábana angostita para envolver el cadáver de ese amor; pero esa es otra historia que nada tiene que ver con esta.

Al llegar Roberto Ruíz, me saludó de la forma mas simple. Una mano blanca, suave, sin apretujones, ni ceremonias; sencillo el hombre, se sentó y le sirvieron el café; lo conocían tanto que ya sabían que tomaba.

Le comenté algo sobre Reagan y los contras; me vio sin responder el comentario, quizá nunca lo escuchó, y dijo observando la acera encharcada de vendedores ambulantes: “creo que va a llover y hablamos de cosas simples y banales. Sin ideologías, sin política, sin las pretensiones eruditas que la gente usa para glorificarnos o condenarnos.

-Vamos a mi oficina, le quiero entregar un libro y de paso termino la caricatura de mañana- dijo buscando en el fondo de la taza vacia, algún recuerdo de alguien.

Nos fuimos caminando hasta el estadio Morazán. En la parte baja estaba su oficina, un local inmenso, limpio con un tablero de dibujo y dos mesas laterales enormes, llenas de papeles y centenares de lápices de todos los colores, acuarelas y pinceles, y un par de caballetes en las esquinas, arrinconados como dos perros muertos.

En silencio me entregó su libro, publicado en los años 70: “Telón”: Una colección de sus principales caricaturas durante esa década, donde él fue a la cárcel, por el gorilato militar que traficaba con drogas y dolor, matando a mansalva a quien pensaba contra la tiranía.
Me quedé sentado, en el umbral de la puerta, para que se iluminara mejor esas imágenes tan minuciosas, esas caricaturas subversivas eran como en álbum de miserias fotografiadas por el poder.

Él se quedó de pie en soledad, mirando una pared vacia, pintada en gris; luego sacó de un estuche sus lentes cuadraditos, y se instaló a dibujar en la mitad de una hoja de papel carta. Allí, ese momento fue fulminante para mi imaginación, creí que Roberto dibuja en una cartulina enorme, donde trazaba tantos elementos: pero en la mitad de una hoja era imposible. Sacaba su plumilla china, y empezaba a entintar detalles tan pequeños, con tantos personajes, con tanta impavidez; luego paraba y caminaba hacia atrás 3 metros, y allí sacaba un cigarro, torcía la cabeza y miraba con los ojos achicados, como se mira por una cerradura aquel dibujo de lejos, como si fuera un hijo dormido… 10 minutos pensaba contemplando el arte final, con el cigarro agonizando en sus dedos, caminaba al frente y dibujaba un punto y decia: esto perfecciona todo.
En ese momento entendí que ser caricaturista es el oficio más serio del mundo. Mas exacto en el momento de definir un simple punto, porque pierde el encanto total, al hacerlo o no hacerlo.

Tomó la caricatura, la colocó dentro de un sobre y dijo: -Vámonos Mcdonald.

Nos fuimos, esta vez en su auto, un Toyota Corolla color café del 85, que estaba estacionado frente a helados Pops; pasamos por diario La Tribuna, dejó su caricatura; me pasó dejando por La Prensa, me dio la mano y despareció en la tercera avenida. Me quedé en la acera hasta que el auto ya solo era un fantasma polvoriento en aquella calle de comercio y miserias.

Crucé la calle, subí las 23 gradas de la sala de redacción, entré a mi cubículo y vi mi escritorio con una página en blanco, me senté frente a ella, me pareció un cementerio sin muertos y ya sin ganas de dibujar después de ver ese prodigioso dibujante, ya no dan ganas de hacer nada. Todo se convertía en ilusiones y en ese momento yo perdía las mías para siempre.

Pasó la vida con todos sus espejismos y 38 años después, el sábado 25 de enero, a las 7 de la mañana me escribió Doumont, su amigo de medio siglo, el más cercano a él y me dijo: Ha muerto Roberto Ruíz.

Me senté a la orilla de la cama, corrí las ventanas y vi el incendio del mundo… Retrocedí 3 metros y pensé: – hace falta un punto, eso perfecciona todo, como lo hacía Roberto Ruíz…

¡Hola! Nos gustaría seguirle informando

Regístrese para recibir lo último en noticias, a través de su correo electrónico.

Puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento.

spot_img

También te puede interesar

Allan McDonald
Allan McDonald
Caricaturista e ilustrador de ContraPunto. Nacido en Honduras y galardonado internacionalmente por su obra
spot_img

Últimas noticias