lunes, 15 abril 2024
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Retomando los pasos de los locos

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El municipio de El Lí­bano, se ubica en el norte del departamento del Tolima, Colombia. Más o menos en el centro de Colombia, o por lo menos está en la cordillera central. Es un pueblo en medio de montañas. Hace frio. Su paisaje es en un 70% cultivos de café. Históricamente el Lí­bano ha producido este grano. Después de 3 años de no visitar este territorio, he regresado para recorrer sus calles e inundar la nariz con el aroma del tinto recién servido (tinto es el nombre de la bebida caliente que se hace con el grano del café).

Cuando me recoge una camioneta 4X4, saludo a mi amiga Sandra Castro que viene en ella. Me presenta al conductor, Jorge, a quien le noto el acento que no es del Tolima. Adelantamos noticias. Nos reí­mos mientras recordamos anécdotas de uno que otro conocido del movimiento social. Exnovias, amigos, compañeros, compañeras, familiares. Llegamos a la finca en la vereda La Aurora. Por donde mire, hay montañas, cultivos de café, yuca, plátano principalmente, uno que otro pino se cuela. Las carreteras culebreando por la montaña, las nubes que descansan sobre las rocas. Hacia el nororiente se asoma tí­midamente el nevado de El Ruiz. Todo en un solo paquete y es el primer dí­a de mi retorno.

Se reparten abrazos al resto de la familia, hija, marido, hijos, perros (Sandino y Lucas), gato (trepado al techo por la amenaza canina), gallinas, la esposa de Jorge, plantas, a todos y todas saludo. ¡Hace cuanto que no vení­a! ¡Mira como estas de grande! ¿Cuánto tiempo se va a quedar? Entre otras preguntas habituales. Ya luego de la euforia y las carcajadas, le pregunto a Sandra al calor de un tintico, como van las cosas. Con una mirada tierna pero chispeante, se dibuja una sonrisa resignada y responde que “lo mismo”. “trabajando papito”. No me satisface esta respuesta. Decido ahondar en el asunto de seguridad. ¿Cómo va el tema de los muchachos armados? Mira al suelo, me regresa la mirada, sin borrar su sonrisa me dice que la situación está igual.

Por estas montañas de El Lí­bano y gran parte del norte del Tolima, existió el frente guerrillero Bolcheviques del Lí­bano del Ejército de Liberación Nacional entre los años 90 y primeros años del actual siglo. En el segundo periodo del régimen de Álvaro Uribe (expresidente de Colombia en los años 2000 al 2008, miembro de la oligarquí­a terrateniente cuyos nexos con el narcotráfico y paramilitarismo es un secreto a viva voz) este frente fue reducido a su mí­nima expresión. Algunas personas aseguran que oyen y ven hombres armados pertenecientes a este grupo subversivo, que desde el 2016 y 2017 ha sufrido capturas por parte de las fuerzas militares. Son como las brujas, de que los hay”¦ los hay.

También los habitantes de esta parte del Tolima, sufrieron la arremetida paramilitar con masacres, desapariciones y destierros al hombro. Sin obviar las fuerzas militares del Estado metiendo mano al conflicto armado local. Del 2009 para acá, bajo la intensidad del conflicto armado, pero han aparecido nuevos casos de personas armadas. El caso por el que pregunto a mi amiga, es por el de individuos que se han armado a punta de robos y extorsiones a los habitantes de este municipio. El problema está, en que nadie da razón por estos sujetos que juegan a la guerra. Algunos afirman que son paramilitares, otros aseguran que estos personajes anónimos hacen parte de la guerrilla y las autoridades como la Policí­a, no saben quiénes son o a que organización pertenecen. El miedo ronda las trochas y carreteras.

Al igual que Sandra, otros campesinos llegaron a recibir llamadas amenazantes y otras extorsivas. A mi anfitriona, en el mes de febrero del presente año, un hombre desconocido le tomó fotos a la finca. Nadie dio razón por él. No era de la vereda. Denuncias, papeleos, viajes a la capital, reuniones con abogados defensores de Derechos Humanos. Hasta el momento, se ha logrado poner el caso en la Defensorí­a del Pueblo, en la alcaldí­a de El Lí­bano, las autoridades y el uso de la camioneta 4X4 junto al escolta que me recogió en la mañana. La solución estatal al riesgo que tienen los lí­deres y lideresas sociales colombianos.

¿Sandrita, cómo recibe sus vecinos el esquema de seguridad? La mayorí­a de la gente cree, o son delincuentes o tienen mucha plata aquellas personas que tienen escolta y camioneta. A primera vista se nota que la plata no es un lujo que Sandra tenga. Mientras ejerce su presidencia en la Junta de Acción Comunal (JAC) de la Aurora, convirtiéndola en blanco de los grupos armados que no simpatizan con estas labores, le toca llevar la cruz de criminal o “persona no grata” entre algunos vecinos. Al caí­do caerle, dicen por aquí­.

Nos sirve el almuerzo, la esposa del escolta. Espagueti con carne molida. Pan. Plátano frito. Gaseosa. De postre, el paisaje montañoso que parece congelado en el tiempo. Lucas y Sandino ruegan con la mirada que les dé un poquito de almuerzo. Una moto suena en la carretera. El humo arrecia de las cocinas de las otras fincas. Han cambiado cosas en la finca, en la vereda, ha crecido la familia. Se continúa con el trabajo social de fortalecer los comités de la JAC. La tensa calma camina por las trochas y cultivos de pancoger en la Aurora y el resto del Lí­bano. Pero la sonrisa resignada de Sandra no ha cambiado. Su tierna mirada no desaparece, incluso cuando piensa qué pasará mañana con los hombres armados que la han puesto a trasnochar ¿estarán por ahí­? ¿qué quieren en realidad? ¿Son paracos o guerrilla? ¿Volverán a la finca? ¿Caerán las balas y bombas como pasó hace años?

Viendo a esta campesina cafetera, matrona de su casa, madre y abuela, me repito a mí­ mismo que ser lí­der social no es delito, al contrario, en Colombia esta labor (no remunerada) es un estilo de vida que solo los locos lo asumen como algo normal.

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Wilmar Harley Castillo
Wilmar Harley Castillo
Comunicador social, especialista en Política Pública para la Igualdad. Columnista y comunicador de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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