Como cada año, la Semana Santa ha llegado. Con sus diferentes maneras de expresar la tradición, es un período de descanso esperado por los diversos sectores de la población, sin distingo de credo político o religioso.
Para casi todos también, además de las esperadas vacaciones, la Semana Santa es, por tradición, una especie de agenda personal de reflexión y propósitos múltiples, con renovadas esperanzas de cambio en la vida personal, política y social de cada uno. Una reflexión de la población salvadoreña -se dice- para buscar, ahora más que nunca, signos de paz, armonía y prosperidad.
Sin embargo, si no hay verdadero propósito de reflexionar hacia la feliz convivencia entre salvadoreños, esta será una Semana Santa más, sin cambio alguno. Y esto, porque son evidentes la desarmonía social, los insultos, las descalificaciones así no más porque sí… en fin, todo un resabio inútil ya, producto de la desagradable campaña electoral 2018-2019, que puso a prueba la máxima capacidad de tolerancia de la población, por el afán desmedido de los políticos de ganar siempre o, en caso de perder, “armarse los unos a los otros”, como diría Cantinflas…
Es Semana Santa y la población esperaría una real y seria reflexión -seguida de total acción- hacia la paz, para contrarrestar el clima de incertidumbre que gravita a nivel nacional y, sobre todo, de la angustia generada por temores institucionalizados y macro empresariales, y por las acciones perversas y antipopulares de algunos políticos (aún de ideologías opuestas)… interesados estos en mantener -unidos y a toda costa- el estado de cosas, para conservar privilegios y prebendas. No es justo, la población ya ha sufrido bastante. y es digna de mejor suerte.
Pero, ¿cómo hacerla posible, con actitudes y expresiones que afectan la armonía social e invaden el ámbito personal y familiar, con efectos que hieren la dignidad e inteligencia de los salvadoreños?
Nunca antes, después de una contienda electoral, pasado el evento y conocidos los triunfadores, quedaban frustraciones tan visibles. Las había, sin duda, pero asimiladas por cada quien. No pasaban a más. Criterio democrático al aceptar la alternancia sin los calificativos insultantes de hoy (que a veces resultan un bumerang contra quien los profiere), o los pronósticos apocalípticos (más contra el pueblo que contra el líder desafecto) o descalificaciones infundadas (a veces resultan como la paja en el ojo ajeno…) … y así, otras expresiones deshonrosas y sin sentido, sin aceptar el hecho consumado, como si insultando al especialista se pudiera revivir al difunto…
Tampoco procede el triunfalismo, porque puede ser pasajero y, además, no contribuye a la ansiada paz social, ni al desarrollo económico integral o al proceso socio-político-cultural tan necesarios todos, ahora más que nunca, para bien del país. Ambas posiciones antagónicas como expresión de los partidos políticos, aunque parezcan inevitablemente irreconciliables, no lo son.
Quizás convenga a cada uno hacer acopio de las reflexiones tomadas de una exhortación del Papa Francisco, cuando dice a los vencidos: “No llores por lo que perdiste, lucha por lo que te queda…”; y cuando, por el contrario, dice al triunfador: “No luches por quien te odia, lucha por quien te quiere…”
Para la población salvadoreña es imperativo una reflexión fraterna y sincera hacia la acción, y que el descanso durante la Semana Santa genere una reflexión constructiva para bien de la familia salvadoreña; sobre todo, para lograr objetivos de positivo avance para el país, evitando que vuelvan las actitudes nada edificantes e indecorosas de algunos políticos salvadoreños.