La gente invierte demasiado tiempo y energía odiando al prójimo y viendo cómo hacerlo tropezar. Hace ya algún tiempo decidí no ser “anti—” sino “pro—“. En lugar de decir que detesto a los pericos, mejor me dedico a cuidar y amar a mis perros y a mis gatos o peces o hamsters o lo que sea. En lugar de proferir pestes en contra de Cristiano Ronaldo, de Paulo Coelho o de Ricardo Arjona (que ni siquiera saben ni que existís ni el porqué de tu odio), elogiemos y sepamos más de Messi, de Manlio Argueta, de Sabina o de quien sea. En lugar de hablar mal del compañero de trabajo, hablemos bien de las cosas que nos gustan, hablemos bien de la señora que nos trae las tortillas, hablemos bien de lo limpia que está la oficina. En lugar de imponer nuestras ideas o nuestro criterio en los demás, encontémosle el lado amable a las cosas. En vez de odiar a los de la derecha o de la izquierda, votemos por el partido que nos gusta y ya. Propaguemos el amor, la comprensión, el entendimiento. Amemos las cosas que nos hacen sentir bien y desechemos aquellas que nos hacen daño.
Mi amigo Mike Rogers, un jesuita a quien conocí en Brasil, es una persona que extiende sus brazos a cualquiera, sin importar credo ni color. Es un jesuita que entiende el valor de llevarse bien con los demás y nos incita a hacer el bien, antes que nos convirtamos en polvo como lo augura la Biblia.
Abajo está mi traducción de su mensaje de Cuaresma, desde Roma:
"Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás". Siempre me pareció morboso el pronunciar estas palabras en el Miércoles de Ceniza. Cuando era niño me parecían premonitorias y me recordaban a la casa embrujada en Disney World. Cuando era adolescente, como la mayoría de los jóvenes, no me convencían tan fácilmente de que estaba hecho de polvo. Cuando me mudé a Italia a mis 20, me fui a la famosa “iglesia de hueso” en la Via Veneto en Roma, donde, en la cripta, esqueletos humanos reales te dan la bienvenida con las palabras “así como eres hoy, ya lo fuimos nosotros; así como somos ahora, tú también lo serás”. Entré a la Cripta de los Capuchinos en Palermo y me quedé un poco abrumado por los cadáveres en descomposición que colgaban de las paredes llevando aun puesta la ropa del día. “Recuerda que polvo eres…” ciertamente.
La mía no es la misma sensibilidad estética de mis hermanos italianos en cuanto a la muerte, pero esas palabras, esas simples palabras: “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás”, son las mejores palabras que podemos escuchar en esta época del año. Recuerdo un Miércoles de Ceniza aquí en Italia, cuando, mientras asistía a misa como seminarista, miré hacia el suelo de mármol de la iglesia en la cual estaba, y por encima de la calavera y el par de tibias cruzadas que marcaban la entrada a una cripta, vi las palabras latinas que son tal vez demasiado populares en nuestra cultura contemporánea, "Carpe Diem" o "aprovecha el momento".
Esto es, por supuesto, el punto. Son recordatorios de nuestra propia mortalidad. Así como esas palabras resonaron como la ceniza que se pone en nuestras frentes, así es el reto de tomar el día, de aprovechar el momento, no con simples caprichos de moda pasajera de la popular frase estadounidense “YOLO” (sólo se vive una vez), sino más bien para abrazar hoy la posibilidad genuina de vivir la vida, y vivirla a plenitud.
Que somos polvo es un recordatorio de que nuestras vidas son frágiles, y que las vidas y los corazones de los que nos rodean lo son también. Así que tenemos que transitar con cuidado y caminar alegremente, difundir el amor en lugar de odio, paz en vez de rencor, e intentar curar a nuestro mundo que está muy herido. Que somos polvo es un recordatorio de que en nuestra existencia material hay una falta de límites, una acotación que, demasiado a menudo, deja la realidad de lo que somos lejos de las personas que queremos ser; y que somos, nosotros mismos, con demasiada frecuencia, demasiado vulnerables ante los ángeles menores de nuestra naturaleza y nos quedamos necesitando la ayuda de nuestros amigos, familiares, y de hecho nuestro de Dios para seguir adelante. Sin embargo, el recuerdo de que somos polvo, al resonarnos de esta simple pero profunda realidad común de nuestra existencia, es el llamado a la libertad y a la paciencia, a la paz y a la humildad dentro de nosotros mismos que nos permita conciliar lo que somos en realidad con lo que deseamos ser.
Que en polvo nos convertiremos, que al polvo volveremos, es el reto. En un mundo donde la primavera está a punto de ser liberada, en un mundo que está a punto de ser lleno de vida, alegría y esperanza… esa que renace con la primera luna llena de la primavera para las personas de la tradición judeo-cristiana, nuestro regresar al polvo es un guante de metal arrojado a nuestros pies. Ahora es el momento de deshacernos de la oscuridad de nuestros propios corazones, así como los días se hacen más largos y hay menos oscuridad en este mundo, por la calidez y la alegría del verano. Ahora es el momento de liberarnos de las cadenas, de las adicciones y de los hábitos que nos mantienen atados. Ahora es el tiempo para reparar esas amistades heridas y para recordar una vez más la alegría que teníamos con ellas. El momento es ahora, porque nos vamos a convertir en polvo y no hay otro momento.
Esta es un llamado que se dirige a personas de todas las creencias y de convicciones no religiosas. Este es un llamado humano no sólo para los creyentes cristianos, sino para toda la humanidad, que entiende que la vida es demasiado corta, nuestro tiempo para amar es demasiado corto, nuestro gozo siempre demasiado limitado. Ahora es el momento, ¡no hay ningún otro momento! La primavera, que nunca puede ser retenida, se acerca. Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás.