sábado, 11 enero 2025
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Quijada Urías y el Che

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Nadie más equivocado que Alfonso Fajardo en ciertas palabras de su prólogo a la nueva edición de “Estados sobrenaturales”: Alvaro Rivera.

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Por Álvaro Rivera Larios.

Nadie más equivocado que Alfonso Fajardo en ciertas palabras de su prólogo a la nueva edición de “Estados sobrenaturales” (Falena editores, 2023. San Salvador, El Salvador), ese gran poemario que apareció por primera vez en nuestras letras para marcarlas en el año de 1971.

Se equivoca Fajardo, y mucho, cuando en su intento de enmarcar la poética de “Estados sobrenaturales”, procede a simplificar el juicio con que Roque Dalton acompañó e impulsó la primera salida de este libro al mundo. Para empezar, Fajardo cita una frase aislada de dicha valoración crítica para rebatirla (según Dalton, la lírica del entonces joven Quijada Urías estaba más cerca de la gesta del Che que de la poesía de Allen Ginsberg).

Desgajada de las otras afirmaciones que acompañan el comentario, resulta fácil atribuir esa opinión a otro poeta coloquial bobo que intentaba llevar la compleja voz del poeta Quijada al terreno de la lírica insurgente. Y claro, los “Estados sobrenaturales” eran algo más que imaginación comprometida, etcétera, etcétera.

En ningún momento le intriga a Fajardo que un “poeta coloquial” adicto a las gestas sociales se muestre muy elogioso con un creador tan imaginativo como hermético, colocándolo a la vanguardia de los jóvenes poetas salvadoreños de aquel entonces. Está claro que ahí Roque no se refería a la vanguardia armada, sino que a la poética.

Al simplificar la compleja opinión daltoniana, lo que hace Fajardo es atropellar la amplitud de criterio del autor de “Taberna y otros lugares”. Si hubiese sido un vulgar defensor doctrinario de la poesía coloquial comprometida, Roque jamás habría situado un poemario como los “Estados sobrenaturales” a la vanguardia de la lírica salvadoreña de principios de los años 70, pero como tampoco era un defensor de las poéticas imaginativas de espaldas a la historia, nos recuerda que la lírica salvadoreña más vanguardista de aquel tiempo (la de Quijada Urías) no era un brindis al sol sino que le mostraba los colmillos oníricos al orden imperante.

Dalton no vivía en ese reino de las dicotomías críticas simplistas donde parece situarlo Fajardo y donde Fajardo parece sentirse muy cómodo. Ya aburre ese falso dilema noventero entre la poesía conversacional y la sublime lírica hermética. Ya aburre el uso que se hace de los “Estados sobrenaturales” como una forma de apartarse, o superar, “la poética” de Dalton. Ya aburren esas lecturas de Dalton que lo reducen a la única condición de autor de versos coloquiales empantanados en la épica de la historia. Empobrecer a Dalton para destacar a Quijada Urías no es una buena estrategia interpretativa. Las malas comparaciones dañan la visión tanto del uno como del otro en la medida en que ocultan sus semejanzas y distancias.

Dalton no se apartó de su juvenil surrealismo por la vía de abrazar dogmáticamente un realismo conversacional, sino que abriendo su oído a la emergencia de otras voces como lo haría un poeta que “teatraliza” su poesía. Por ese camino abierto que desborda las fronteras entre la prosa y el verso y las petrificaciones de los estilos (alto, bajo, etcétera), un poemario puede admitir varios “registros formales”. En “Taberna y otros lugares” conviven, más allá de una visión monocorde y solemne del estilo, la prosaica y teatral voz de “La segura mano de dios” junto a las también teatrales y herméticas voces de la sección que abre “El país (II)”. Quien esté ciego y no quiera ver la irónica complejidad formal de Dalton, difícilmente podrá situar la voz de Kijadurías en la historia de nuestra poesía.

Ubicado en el reino de las dicotomías que enfrentan mecánicamente a la poesía coloquial a la surrealista, cómo explica Fajardo que en Cuba (uno de los centros irradiadores de la lírica conversacional) se editasen a finales de los años sesenta del siglo pasado las primeras obras de Quijada Urías. Y bueno, como si pasase casualmente por ahí, Roque trabajaba por esa época en Casa de las Américas y nada habrá tenido que ver con dichas primeras publicaciones.

Como bien dice nuestro crítico, el surrealismo es una etiqueta en la que no encaja sin más la personalísima voz que recorre los “Estados sobrenaturales”. Este razonamiento que protege la singularidad literaria de Kijadurías, y lo pone a salvo de las etiquetas, no le sirve a Fajardo para rescatar a Dalton del membrete de poeta coloquial y conversacional que le estampa. Taberna y otros lugares, como ya expuse, es un muestrario de voces que trasciende la fácil dicotomía entre lo surrealista y lo conversacional con que Fajardo construye su argumento.

Al citar a Ginsberg al lado del Che, a propósito del universo lírico de los “Estados sobrenaturales”, Dalton sugiere que la cultura “urderground” norteamericana es una de las posibles fuentes de la voz de Quijada Urías. El aullido del poeta salvadoreño, sin embargo, tenía un contexto distinto al del poeta estadunidense. Las contradicciones culturales en nuestro medio podían hacer que los amantes de “La generación beat”, Bob Dylan y la psicodelia resbalasen hacia la senda del Che. Y el instante de ese resbalón histórico quien mejor lo ha explorado es Manuel Sorto en su novela “Operación amor”. Al margen de las querellas literarias, toda una generación salvadoreña de místicos de la psicodelia, marihuaneros, consumidores de hongos alucinógenos y LSD -convertida posteriormente al marxismo- acabaría alzándose en armas a finales de los años 70. Así son de asombrosas las metamorfosis.

Los hechos históricos no son de orden preceptivo (que algo haya pasado una vez no lo convierte en norma ni en criterio para juzgar mecánicamente otras circunstancias u otros fenómenos parecidos) pero las preceptivas literarias no pueden ignorar la historia y desdeñar la vigencia que tuvieron ciertas interpretaciones que hoy incomodan. Lamentablemente, para nosotros, Dalton no se equivocó en 1971 al situar los “Estados sobrenaturales” en las vecindades de la gesta del Che.

Álvaro Rivera Larios.

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Álvaro Rivera Larios
Álvaro Rivera Larios
Escritor, crítico literario y académico salvadoreño residente en Madrid. Columnista y analista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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