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¿Quién se beneficia de la trabazón en Sí­var?

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Era su primer semestre en la Universidad. Acostumbrado a subir y bajarse del microbús del transporte escolar que lo recogí­a en su casa para llevarlo al colegio y viceversa, Estuardo “no sabí­a andar en bus”, sin otra opción comenzó a viajar en la 44 todos los dí­as hasta el campus universitario, una tarde de mayo abordó el bus a su casa como de costumbre, la gente subí­a y bajaba. A inmediaciones del monumento al Hermano Lejano se escucharon unos golpes en el techo del bus, eran tres hombres que por poco más de 10 minutos secuestraron el bus y asaltaron a los pasajeros, esa misma noche su padre buscó un crédito para comprarle un vehí­culo, era 2011 y desde entonces Estuardo jamás volvió a poner un pie en un bus.

A donde sea que vaya tengo que salir con más tiempo de anticipación, salir tarde no es opción sino quiero tener problemas, como llegar tarde a una reunión, a mi centro de trabajo y que me sancionen por esto. Durante los últimos años el parque vehicular en El Salvador ha aumentado significativamente, en 2017 el Viceministerio de Transporte reportó casi un millón cien mil vehí­culos en sus registros, y un incremento de ochenta mil vehí­culos en el mismo año. La hora pico del tráfico en el paí­s comienza a las cero horas con un minuto y termina a las veintitrés horas con cincuenta y nueve minutos, hay trabazón a cualquier hora y en cualquier lugar, si hay accidentes o labores de mantenimiento, la cosa empeora.

La trabazón en El Salvador es invivible, insoportable, insostenible y merma la calidad de vida de la población. La concentración de centros de trabajo, oficinas gubernamentales, empresas, colegios, escuelas y universidades en las principales ciudades contribuyen al incremento de la trabazón; si bien los últimos gobiernos han llevado a cabo importantes esfuerzos e inversiones en materia de obra pública e infraestructura, las mismas siguen siendo insuficientes para absorber la carga vehicular existente. A lo anterior debe agregarse el principal problema vial que existe en El Salvador: la ausencia de transporte colectivo digno y seguro; quienes no contamos con vehí­culo, a diario enfrentamos esta problemática, unidades que se encuentran en un estado deplorable, con hoyos en el piso, música estridente, asaltos, pandilleros que se suben a pedir “colaboración voluntaria de cinco dólares por persona”, asientos pequeños y muy estrechos, pilotos que van fumando o conducen bajo los efectos de algún estupefaciente, con multas de tránsito acumuladas y peor aún, hacen competencia y violan las leyes y señales de tránsito a su antojo, a veces incluso frente a la misma división de tránsito de la Policí­a Nacional Civil.

Durante más de diez años el Gobierno de la República ha otorgado cantidades importantes de dinero a las empresas de transporte, solo en 2017 rondó los treinta millones de dólares, sin que los montos otorgados cada vez, se traduzcan en una mejora sustancial al servicio, en capacitaciones a pilotos, cobradores, pago de seguridad y previsión social, y poca transparencia en el manejo del subsidio otorgado a dichas empresas, que, dicho sea de paso, sale de nuestros bolsillos. El subsidio al transporte colectivo no ha servido para otra cosa más que para enriquecer a sus dueños.

El írea Metropolitana de San Salvador necesita de soluciones urgentes en materia de transporte colectivo, masivas y que a su vez sean amigables con el medio ambiente, como el metrocable, metro u otra forma de transportarse, que sea digno, seguro, con funcionamiento de veinticuatro horas, y administrado por el Estado, para que todas y todos podamos transportarnos. No es posible seguir movilizándonos en las mismas condiciones, debemos exigir a la clase polí­tica, soluciones en tal sentido. No puede seguirse supeditando la necesidad de movilizarse a los intereses de las importadoras de vehí­culos, importadoras de combustibles, empresas de transporte colectivo, y menos a las extorsiones que las pandillas llevan a cabo en contra de dichas empresas.

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René Franco
René Franco
Columnista Contrapunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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