martes, 16 abril 2024

Querido Luis Eduardo:

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A dí­a de hoy podrí­as decir que la sombra que arrastrás se te escapa; a dí­a de hoy quisieras decir que no sabés de dónde vení­s ni adónde vas. Lo sabés: a dí­a de hoy podés decir que la nada fue el fin de cada etapa. Ahora estás en esta: la de los cuidados intensivos, gran Aute, porque cuidarte es decisivo en este trance entre la vida y la muerte. Muerte que nunca llegará pues vivirás eternamente con las letras de tu música, los colores de tus lienzos y tu mirada adelantada que nos inspiró desde siempre.

El recién pasado 8 de agosto se infartó tu gran corazón que inspiró e inspira tanto a tanta gente porque le cantaste a la belleza, la verdad y la utopí­a. Cumpliste años antier en coma y en cama hospitalarias, pero acá estás y acá seguirás estando desde que aquel sábado 29 marzo del 2003 ‒décimo aniversario del luminoso informe de la Comisión de la Verdad y de la oscura amnistí­a‒ cuando viniste, cantaste y encantase.

“Autista” fui cuando descubrí­, más de cuatro décadas atrás, que de ninguna manera podrí­a olvidarte. Fue lo primero que dije al recibirte en esa tu única visita al paí­s, que no duró ni  veinticuatro horas. Vení­as de Quito, de la “Casa del hombre” construida por tu colega Guayasamí­n, desvelado. Madrugáste para venir y no fuiste a descansar con tus “mercenarios”; así­ llamaste‒ a tus prodigiosos músicos. En lugar de eso, que era lo lógico, fuimos al bar. Querí­as saber qué pasaba entonces con El Salvador de Romero y Dalton.

Hablamos y luego reposaste un rato; tu fanaticada, ansiosa, te esperaba. ¿Qué dijiste al plantarte en el escenario del añorado concierto del Festival “Verdad”? “Muchas gracias. Muy buenas noches… Un auténtico placer estar en El Salvador por primera vez. Y sobre todo en una ocasión como esta, todaví­a mucho más placer y mucho más privilegio”. Con tus manos entrelazadas, continuaste así­: “Bueno, en vista de que es la primera vez que estamos aquí­ en San Salvador, vamos a intentar ‒por lo menos yo (…)‒ que sea una noche maravillosa, pues, por un motivo muy (…) egoí­sta que es el que me vuelvan llamar y así­ vuelvo enseguida”.

En un video, “Chema” Tojeira, entonces rector de la UCA, cuenta algo que no querí­as se supiera pero yo lo revelé: nos regalaste el concierto. No cobraste ni una “cora”. Tu banda, obviamente sí­. Y el entrañable Iñaki recuerda que mandaste una tarjeta, por correo ordinario, agradeciendo y aceptando la invitación. “Amigo Benjamí­n”, me respondiste a mano, “que la justicia y la libertad” imperen sobre “el universo infame de la injusticia”. 

Esa noche cerraste con lo que pariste la noche del 27 de septiembre 1975, previo al alba en la que el genocida Franco ordenó sus últimos fusilamientos. Absorto, conmovido, tu público coreó: “Si te dijera, amor mí­o que temo a la madrugada, no sé qué estrellas son estas que hieren como amenazas, ni sé qué sangra la luna al filo de su guadaña. Presiento que tras la noche vendrá la noche más larga; quiero que no me abandones, amor mí­o, al alba. Miles de buitres callados van extendiendo sus alas; no te destroza, amor mí­o, esta silenciosa danza, maldito baile de muertos, pólvora de la mañana”.

A dí­a de hoy, Luis Eduardo, seguirás siendo para siempre aquel ferviente convencido de que si aún se persigna un suicida antes del salto mortal, si todaví­a la carne de la soledad se perfuma con flores del mal, si aún no ha domado la bestia el alma del animal, si todaví­a aletea algún pájaro dulce entre tantas estatuas de sal, es porque ‒amor‒ existes… Aquel que sabe que esto tiene solución; que no todo está obsoleto, porque aún queda el esqueleto que no devoró la corrupción. Aquel quien sabiendo que han vendido hasta los sueños al padrino, dice: no importa,  porque a la corta habrá de nuevo alguien que sueñe por ahí­

Y seguirás denunciando los demasiados profetas â€’profesionales de la libertad‒ que hacen del aire bandera, pretexto inútil para respirar. Y pedirás a la mujer sacar fuerzas de flaqueza, balas de belleza de la imaginación… Curioso, como te definiste, continuarás siendo libre, sin miedo de proclamar esa locura entre luces simples y ruidosas de nuevos conversos, propietarios de las más altas virtudes. 

Te duele tanto envejecer, porque puede que esto de vivir consista en disfrazarse de veleta y girar según sople el viento; de celebrar el triunfo de las estrategias sobre la caducidad del sentimiento y coronar las cumbres más resplandecientes, donde el águila es experta en alpinismo; de especular con el honor como la causa justa más preciada del mejor cinismo… Dejálos, Luis Eduardo, que invadan los vací­os que dejaron los santones que ocupaban los altares; que se llenen las barrigas con el fruto que comieron, insaciablemente, en otros huertos; que levanten podios a sí­ mismos sobre el mármol que sepulta su currí­culum de muertos.

Son tiranos que se disfrazan de patriotas salvadores… Reptiles al acecho de la presa, negociando en cada mesa maquillajes de ocasión. Siguen todos los caminos que conduzcan a la cumbre, locos por que nos deslumbre su parásita ambición. Antes iban de profetas y ahora el éxito es su meta; mercaderes, traficantes… Más que nausea dan tristeza; no rozaron ni un instante la belleza… Esos nos hablaron de futuros fraternales, solidarios, donde todo lo falsario acabarí­a en el pilón. Y ahora que ya cayó el muro, ya no somos tan iguales; tanto vendes, tanto vales, ¡viva la revolución!

Nunca pretendiste, Aute, fortalezas ni fortuna. Un sueño soñaste: entre un mar de girasoles, encontrar  tu giraluna que velara y desvelara cada noche la otra cara de la luna… Ni la mano del rey Midas ni la piedra del poder filosofal, te sedujeron… Abrazá, querido, tu giraluna y su belleza. Mientras, acá, seguiremos buscando el lugar perdido donde habrá rosas en el mar… 

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.
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