lunes, 2 diciembre 2024

Qué hacer para que nos escuchen los hijos

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La palabra NO debe ser firme y ser usada solo cuando realmente se va a cumplir algo o con peligros reale

La buena comunicación es la clave de toda relación, y mucho más cuando se trata de padres e hijos. Sin embargo, conseguir esa conexión no siempre es sencillo y en muchos casos se vuelve frustrante. 

Sin un diálogo fluido y sincero, es imposible que nuestros hijos nos obedezcan. El principal problema es que no solemos ser consistentes en la crianza. Damos una orden y luego la olvidamos, lo cual genera confusión.

En un principio, los niños deben de tener pocas reglas pero bien claras. Cuando empiezan a caminar deben tener un espacio grande y allí­ poder andar sin temor a que se caigan o rompan algo. Se recomienda poner una alfombra y es interesante instalar algún espejo para que se distraigan con su propia imagen, además de algunos juguetes. 

La palabra NO debe ser firme y ser usada solo cuando realmente se va a cumplir algo o con peligros reales. De esta manera aprenden a identificar el NO como no, y no como algo que les entra por un oí­do y sale por otro.

Si un niño aprende que su padre cumple lo que dice, pondrá mucho más interés en escuchar porque sabrá que esas palabras se convierten en realidad. Por el contrario, si advierte que no cumple lo que dice, simplemente aprenderá que las palabras no merecen la pena ser escuchadas. Por lo tanto, si una madre amenaza con apagar la TV si su hijo no hace determinada cosa, pues deberá cumplirlo”¦ aunque por dentro le dé lástima.

A medida que crecen, los limites se va haciendo más grandes, así­ como las diferentes actividades y normas del hogar, pero ya tienen introyectado -es decir, fijado en su mente- que “no es no” y que hay lí­mites que no se deben traspasar bajo ninguna circunstancia.

Con reglas claras, el niño será más obediente y madurará más rápido a medida que vaya creciendo. Pero la mayorí­a de las personas educan a sus hijos con un “no débil”, por lo que cuando no hacen caso o no escuchan no hay consecuencias: sus padres simplemente se rí­en o hasta se olvidan del limite que habian impuesto

Transmitir disciplina, de acuerdo con las diferentes edades, es el camino. 

Mientras son pequeños funciona el no y quitar el objeto. En cierta edad funcionan las planas de no hacer algo y por qué no, pero siempre razonando con ellos el porque  de dicha sanción.

 Recuerde, no es castigo: es una sanción acorde a la falta que han cometido y elegida y razonada con ellos mismos.

 Si solamente se les da unos cinchazos -como se usaba en otros tiempos- o se les quita algo, pensaran que ud es un tirano y empezaran a odiarlo y resentir a cualquier autoridad.

La mayorí­a de las personas creen que los niños entienden y son educables a partir de los 10 años, cuando ya los ven grandecitos. Grave error. A esa edad ya deben estar educados, y el trabajo de los padres es ir reforzando esa educación con las variables nuevas que van apareciendo a lo largo de su vida de hogar, escolarización y socialización, por mencionar algunas.

Como padres, es muy fácil perder autoridad ante nuestros hijos. Y reconquistar este terreno puede llevar mucho tiempo.  

Sucede cuando no somos estables en los lí­mites que ponemos, cuando decimos no y luego cambiamos a sí­. También, por supuesto, cuando los niños nos sabotean con el cónyuge que sí­ les apoya o con un llanto

. Lí­mite es la palabra clave. Para que los lí­mites sean claros debemos de ser confiables al ponerlos, por ello de pequeños empezamos con pocos pero bien claros y contundentes.

Es fundamental ayudarles a promover los buenos hábitos, y eso se logra dando el ejemplo. Si quiere que sus hijos se levanten temprano, tendrá que sacrificarse usted y levantarse temprano también. Luego llegará un momento, cuando tengan alrededor de los 9 o 10 años, que hasta les puede poner un despertador y ellos solos se levantarán al sonido del mismo.

Pero no todo es cuestión de instalar una disciplina militar en la casa, porque convertirse en padres inflexibles tampoco sirve, y mucho menos si lo hace de repente, sin tener un entrenamiento previo. Porque además de la disciplina debe haber amistad, cariño, compartir juegos, experiencias y conversaciones con nuestros hijos, lo cual va generando empatí­a. Eso sí­, hay que dejar claro que no es una amistad sin lí­mites sino que lo que usted ejerce es una autoridad amistosa. 

Hay que olvidar las  frases trilladas como “Es así­ porque lo digo yo”¦”

Todo pasa por “escuchar para que nos escuchen” para imponer la autoridad desde la empatí­a.

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Margarita Mendoza Burgos
Margarita Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicólogía Médica, Psiquiatrí­a infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España; colaboradora de ContraPunto
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