Como cuando, al finalizar un evento deportivo estelar, queda el escenario en condiciones deplorables y muy complicado: triunfadores satisfechos, perdedores descontentos, aplausos, rechiflas, insultos, objetos sin rumbo de aquí para allá… así podría compararse, figurativamente, la actual situación post electoral del país, después de elegidos el Presidente y Vicepresidente de la República, para el período 2019-2024.
Pasada la euforia, los triunfadores se dedican a lo suyo, mientras los perdedores, aunque con visible desencanto -con excepción todavía de algunos de ellos- aceptan el resultado, en espera de la nueva oportunidad. Es lo normal. Lo acostumbrado. Es la experiencia y la expresión de la política, aquí y allá: ahora te tocó a tí, mañana me tocará a mí. Así debiera ser siempre para bien de la población; pero, lamentablemente, no es así…
Independientemente de que si el evento fue bueno o malo y si los elegidos también, es un hecho consumado. La mayoría electora salvadoreña, lo decidió. Acertado o desacertado, es cuestión de esperar. Será esa misma mayoría, la que pasará la factura en su oportunidad, si fuere necesario. Y, como se estila en las juramentaciones: que el pueblo os premie, si no que él mismo os lo demande…
Los que -de todas las tendencias políticas- aún no digieren la derrota, si en el caso del ala conservadora (derecha, le dicen todavía) el afán es generar y apoyar acciones de desestabilización al nuevo gobierno, eso deslegitima los principios democráticos y de libertades que dicen defender; de igual manera, si hace lo mismo la otra tendencia (la diz que de izquierda), mostrará también una conciencia antipopular y antidemocrática, contario a la identificación con el pueblo que pregonan sus principios. En ambos casos, cosa triste para el rodaje socio-político del país…
Siempre será mal disparo cuando se apunta al líder opositor desafecto, pero se le pega al pueblo en pleno pecho… porque, el daño, la burla, el insulto de unos y otros, las ironías y reproches a estas alturas ya no son -ni serán- contra el nuevo gobierno, ni contra el Presidente y Vicepresidente, sino -y de manera nada fraterna- contra el sufrido y heroico pueblo salvadoreño, especialmente para la mayoría de electores salvadoreños que optaron por la nueva opción. Si no hay fallas ni incumplimientos, el pueblo lo premiará si no lo demandará…
La mayoría electora del pueblo, desde su vocación fraterna, esperaría agradecida que, ya consumada la elección, cesen las expresiones revanchistas y de odios insanos; sobre todo, los -como nunca- pronósticos fatalistas, descalificaciones como bumerang e insultos personales y profesionales, que ya no tienen sentido y, en cambio, demuestran frustración y, sobre todo, menosprecio a la voluntad de un pueblo sufrido, que -equivocado o no- siempre irá en busca de su total redención… aparte de que, si se adversa esa voluntad popular ¿de cuáles principios democráticos estaríamos hablando…?
Nunca los juicios anticipados -los prejuicios- son buenos. Y más, como en el caso actual del país, si en ellos proliferan los pronósticos fatalistas, la falacia y los insultos, generados ya sea por odio personal o por cuestiones políticas, siempre el afectado será el pueblo salvadoreño.
Necesarios como son los pesos y contrapesos dentro del sistema democrático, la tarea es promover, patrióticamente, la existencia de las corrientes políticas -la coexistencia pacífica- en un clima de debate y contra réplicas de altura. Con ello se logrará, además, la tranquilidad personal y la satisfacción política de los habitantes, condiciones tan necesarias -ahora más que nunca- para bien del país.
Ni vencedores ni vencidos, El Salvador anhela paz, progreso y armonía social. Lo demás vendrá por añadidura…