sábado, 27 abril 2024
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Pupusas en los Pinos

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A mi si me gustan las pupusas de queso con loroco, las disfruto, el encontrar una flor verde en estas “repugnantes tortillas grasosas”, como las definiera desencantado Edgardo Vega, el célebre personaje de Horacio Castellanos Moya de El asco. Indica Gabriel Otero

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Por Gabriel Otero


Primera parte

QUESO CON LOROCO

A mi si me gustan las pupusas de queso con loroco, las disfruto, el encontrar una flor verde en estas “repugnantes tortillas grasosas”, como las definiera desencantado Edgardo Vega, el célebre personaje de Horacio Castellanos Moya de El asco, es hallar un tesoro, el detonante de nostalgias potenciado aún más, si se consumen en fin de semana, hay algo de romanticismo y añoranza de la comunión familiar en ello.

Es domingo, he venido tres días seguidos a Los Pinos, la ex residencia del todopoderoso mandatario mexicano, abierta al pueblo de México por el actual presidente Andrés Manuel López Obrador. No es un detalle menor, desde 1939 hasta 2018 todos los tlatoanis vivieron aquí y construyeron sus mansiones a su gusto y a cuenta del erario.

Hoy en estos territorios ostentosos y verdes aparece la humilde pupusa amasada por Magdalena Martínez, migrante salvadoreña con 41 años de residir en Ciudad de México, a ella la buscan con frecuencia de la embajada de El Salvador para cocinar en banquetes oficiales, hace unos años tuvo el restaurante Mi tierra salvadoreña, lo cerró por los significativos costos de operación al montarlo en una colonia sobrevalorada como la Condesa.

Somos amigos desde hace más de una década cuando busqué estar en paz con mis raíces, mi voluntad coincidió con la llegada del pintor y gestor cultural Rolando Reyes, él abrió espacios para difundir las expresiones artísticas y culturales salvadoreñas y su política de puertas anchas hizo que muchos nos acercáramos a la embajada.

Poco se conoce de los efectos positivos de esta migración tan fuerte que no se queda, los que si lo hacen son gente luchadora que comienza picando piedra adonde esté y luego se convierte en indispensable, Magdalena no es la excepción. La veo afanada atendiendo a la clientela, vende plátanos fritos con crema o lechera, pasteles de carne, empanadas y pupusas.

Le conté de mis tres últimos desencuentros con las pupusas en un restaurante hondureño, no es por chovinismo ni nada por el estilo, la primera vez me las sirvieron casi doradas con la textura típica de una gordita, además, bañadas con una cantidad grosera de curtido, el mismo que el poeta Moz califica como “contracultural” y eso fastidió mis melancolías, para comerme una gordita no necesito ir muy lejos, afuera del metro Sevilla hay unas maravillosas y más baratas.

Pero la nostalgia es terca, y fui una segunda y tercera vez, tuve que decirle a la cocinera cómo las quería, el resultado fue mediocre, el queso no era el adecuado y no se derretía, lo único que compensó el desaguisado fue la ración de casamiento y una baleada con chorizo y aguacate.

Pero las pupusas de queso que hace Magdalena se deshacen en los dedos y en la boca, el loroco es como el violín solista en esta sinfonía culinaria.

Comerse una pupusa aquí es exquisito, tiene un sabor a conquista.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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