LAGUNA BEACH ““ En forma accidental o deliberada, Turquía está tratando de reescribir el capítulo del manual de los mercados emergentes referido al manejo de crisis. En vez de optar por subas de tipos de interés y apoyo financiero externo para sostener un ajuste de políticas en el frente interno, el gobierno adoptó una mezcla de medidas menos directas y más parciales, y esto, en medio de una escalada de represalias arancelarias con Estados Unidos y dentro de una economía global más volátil. El resultado será importante no sólo para Turquía, sino también para otras economías emergentes que ya han tenido que enfrentar oleadas de contagio financiero.
Las fases iniciales de la crisis turca fueron una repetición de otras crisis cambiarias del pasado en los mercados emergentes. Una combinación de factores internos y externos (excesiva dependencia de una estrategia de crecimiento basada en el crédito; preocupación por la eficacia y autonomía del banco central; y un entorno de liquidez global menos favorable, en parte por el aumento de tipos de interés en Estados Unidos) desestabilizó el mercado cambiario.
En tanto, una disputa política con Estados Unidos generó una dinámica autopropulsora, que aceleró la corrida contra la lira turca. Y todo esto en el contexto de una economía global más incierta y con signos de debilitamiento (salvo en Estados Unidos).
Siguiendo el guión tradicional para estos casos, la crisis cambiaria turca se extendió a otras economías emergentes. Como es habitual, la primera ola de contagio fue de naturaleza técnica, impulsada ante todo por un egreso generalizado de capitales de los mercados turcos de divisas y de bonos. Cuanto más dure el contagio, mayor el temor a que produzca resultados financieros y económicos más disruptivos. Por eso los bancos centrales de varias economías emergentes (tan diversas como Argentina, Hong Kong e Indonesia) se sintieron obligados a tomar medidas para contrarrestarlo.
Pero después vino lo que diferencia (al menos hasta ahora) este episodio respecto de otras crisis en los mercados emergentes. En vez de apelar a la estrategia adoptada por muchos otros países (incluida Argentina hace unos meses) de subir los tipos de interés y buscar alguna forma de apoyo del Fondo Monetario Internacional, Turquía rehuyó ambas medidas muy abiertamente, un rechazo que incluyó comentarios estridentes del presidente Recep Tayyip ErdoÄŸan.
Frente a una veloz devaluación que, en un momento, llegó a reducir el valor de la lira casi a la mitad, Turquía adoptó una variedad de medidas que intentan simular (aunque en forma parcial) la estrategia tradicional que en general han seguido las economías emergentes en el pasado.
En el plano interno, endureció las condiciones financieras y, al mismo tiempo, proveyó de liquidez (y de indulgencia regulatoria) a los bancos locales. Dificultó el acceso de extranjeros a la liquidez en liras, una medida que presiona a los especuladores que apostaron a la devaluación. Prometió resolver los excesos crediticios y fiscales sin apelar a controles de capitales. En el plano externo, el gobierno movilizó al menos 15 000 millones de dólares ofrecidos por Qatar para inversión directa en Turquía. Y en medio de todo esto, también se hizo tiempo para tomar represalias contra la duplicación de los aranceles a las exportaciones turcas de metales decidida por el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump.
La pregunta es si esta respuesta será suficiente para cortar el círculo vicioso y dar a la economía y al sistema financiero turcos tiempo para recuperarse. Esto es particularmente importante porque la continuidad de la tormenta cambiaria puede provocar una recesión, mayor inflación, presiones sobre el sistema bancario y aumento de bancarrotas.
Esto trae consigo la pregunta más difícil para el gobierno: ¿podrá lograr una recuperación sin renegar de su compromiso de no subir los tipos de interés ni acudir al FMI? Es posible, pero no probable.
De no añadirse otras medidas, no parece que Turquía haya acumulado una masa crítica de acciones correctivas. Si bien los ajustes de política en el plano interno ofrecen un alivio temporal a la moneda, es posible que todavía no sean ni abarcadores ni suficientes como para llevar otra vez a Turquía a un sendero promisorio para el crecimiento económico inclusivo y la estabilidad financiera duradera.
En el frente externo, la ayuda de Qatar (suponiendo que se materialice a tiempo y en su totalidad) parece pequeña en comparación con la necesidad bruta de financiación externa de Turquía. Además, no trae consigo el “imprimátur“ del FMI, que tranquiliza a muchos inversores. Y no está nada claro de qué manera este dinero se abrirá paso en la economía de modo de maximizar el potencial de estabilización de la moneda.
También está la escaramuza comercial con Estados Unidos.
Es sólo cuestión de tiempo antes de que Turquía llegue a la misma conclusión que otros países en relación con cómo confrontar el giro proteccionista de Washington. Debido a su tamaño y su influencia sistémica, y suponiendo que siga dispuesto a correr el riesgo de sufrir algún daño en el proceso, Estados Unidos lleva las de ganar en una escalada de represalias arancelarias. Por eso, la mejor estrategia es lo que decidió hacer la Unión Europea el mes pasado: encontrar el modo de poner en pausa la escaramuza mientras se trabaja en las cuestiones subyacentes a más largo plazo.
En vez de reescribir el plan de manejo de crisis en los mercados emergentes, bien puede ocurrir que Turquía termine confirmándolo. Esperemos que esto lleve a recuperar la estabilidad financiera y el crecimiento, a la par de un cambio de postura del gobierno en relación con la independencia del banco central, la política de tipos de interés y tal vez incluso el FMI. La alternativa (insistir en la estrategia actual y, al hacerlo, correr el riesgo de convertir dislocaciones técnicas en disrupciones económicas y financieras a largo plazo mucho más dañinas) también resultaría problemática para otras economías emergentes.
Traducción: Esteban Flamini
Mohamed A. El-Erian, jefe de asesores económicos en Allianz, presidió el Consejo de Desarrollo Global del presidente Barack Obama, y es autor del libro The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse [La única alternativa: los bancos centrales, la inestabilidad y cómo evitar el próximo colapso].
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