Al interior de la coyuntura electoral donde los candidatos políticos se transmutan en mercancías para posicionarse mediáticamente en “los corazones y consciencias” de la sociedad salvadoreña, se encuentra un grupo social, que es necesario ganarse para dar un golpe de autoridad en las próximas elecciones: la juventud. Cuando utilizo el término grupo social para referirme a la juventud, encuentro un conjunto de características que pesan sobre los hombros de toda la juventud; el olvido de la historia, la necesidad de apropiarse de patrones culturales de consumo, el híper-choque de información inservible que asfixia nuestras cabezas, las consecuencias de una ciberpolítica que moldea nuestra opinión pública y nos condena a ser víctimas de íconos y símbolos, la apatía política, etc.
Los candidatos han encontrado dos herramientas útiles para atraparnos, para confiscarnos las esperanzas y transformarlas en sus proyectos políticos: las redes sociales y el liderazgo mesiánico.
Las redes sociales son el horizonte de socialización de la juventud. La “libertad” se manifiesta en una apertura total de la intimidad a lo público. Es aquí donde los candidatos juguetean al humor, a ser buena onda, a mostrar sus proyectos políticos desde una estetización que cause impacto en los cibernautas. Moldear las ideas e introducir cuestiones mediáticas en la boca de las juventudes con ayuda de íconos e influencers, es la mejor forma de captar la atención (captar la atención de una juventud que diariamente recibe martillazos de conmoción en la web, es fundamental).
Los liderazgos mesiánicos se revelan de diferentes formas: desde un líder-supremo joven que viene a transformar la vida de los salvadoreños, hasta los líderes que borran el pasado de sus partidos políticos, delineando un rejuvenecimiento de la política, pasando por líderes académicos que representan las energías de una clase joven universitaria (que sigue creyendo que el éxito en política te lo entrega la experiencia académica universitaria sin más y no las posibilidades de aprehender multidimensionalmente el mundo con ayuda de una educación liberadora y desideologizada). El líder está en cercanía en las pantallas de los Smartphone, nos habla a cada uno de nosotros y nos dice: hay que cerrar las heridas del pasado, concentrémonos en el presente y veamos el futuro. La historia salvadoreña pulsa de dolor y entrega las determinaciones esenciales que configuran nuestro presente real y nuestras posibilidades en el futuro. Pensar en cerrar las heridas del pasado es levantar la bandera de la manipulación de masas en la inmediatez (living the momento). Las heridas no se cierran mientras los problemas de raíz no se erradiquen.
Sin duda, algo tenemos claro algunos jóvenes escépticos: la política que queremos construir, difiere mucho de escoger en los estantes electoreros mercancías caducas disfrazadas de posverdades y esperanzas inciertas.