A finales de octubre leí la columna de opinión del narrrador español Eloy Tizón Postcuento, en la cual afirma que el género del cuento, como lo conocíamos, ya no es más el mismo; el cuento ha mutado a formas que reflejan el cambio que presenciamos, tanto los lectores como los escritores, de este género literario. Tizón nos dice: “Las categorías estables que antes, durante las pasadas décadas, nos sirvieron como marco de referencia para orientarnos a la hora de escribir y leer relatos breves, ya no nos sirven”.
En la columna en mención, asevera que ya no podemos encorsertar al cuento con la clásica regla de planteamiento-nudo-desenlace. Que ya no tiene razón de ser el escribir cuentos “esféricos”, donde nada sobra o falta. Los cuentos de hoy día ya no son “normales”, sino que son historias que subvierten el canon literario, al cual estamos acostumbrados desde finales del siglo XIX, son cuentos sin argumento, narraciones protoargumentales.
Ya que soy un amante de la narrativa, me resultó interesante la nota pues quería saber a qué se refería con la palabra “postcuento”. Y si bien es cierto comparto ciertos criterios del autor, difiero de otros que creo es preciso mencionar.
Lo primero: saber que el cuento es un género, contrario a lo que se creería, de difícil dominio. El cuento ha sido considerado injustamente como un género “menor” en la prosa; sin embargo, el saber escribir cuentos es harto difícil. Requiere del autor una tremenda capacidad de síntesis, el fino tacto de usar las palabras precisas y el manejo de un lenguaje libre de vaguedades y digresiones.
En este sentido, pienso que no se debe desdeñar la técnica y el aspirar a escribir cuentos técnicamente impecables, como los que escribieran Chéjov, Poe, Cortázar u Onetti, por mencionar algunos de los más insignes cuentistas. Creo que a partir del dominio del cuento clásico, se puede uno aventurar con propuestas estético-literarias novedosas. Antes no.
Lo segundo: hacer notar que la riqueza y profundidad del cuento nos permite conocer obras de escritores que realmente revolucionaron el género, muchos años antes de que existieran los “postcuentos”. Pienso en los cuentos de Augusto Monterroso, Filesberto Hernández, Juan José Arreola y en nuestras tierras, ílvero Ménen Desleal. Fueron cultores con una actualidad como la de cualquiera de quienes hoy son los nuevos narradores y narradoras del siglo XXI.
Y lo tercero: No hay duda que asistimos a una reinvención de la cuentística actual, en parte, intuyo, por la influencia de las nuevas tecnologías. La escritura de este siglo es muy fragmentada como los hipertextos y tiene la lógica discursiva de los medios electrónicos. La rapidez de la vida diaria, el ritmo vertiginoso de los tiempos actuales y la inmediatez de la información hacen que las cosas que escribamos sean cada vez más concisas. Ocurre que el relato actual tiene la lógica de los clips de videos: simultaneidad, velocidad narrativa, acciones trepidantes y fugacidad del tiempo. Y eso genera nuevas maneras de escribir, pero también nuevas maneras de leer.
El cuento, como género literario, es de difícil demarcación. La definición de lo que es un cuento (a pesar de la cantidad de tinta vertida, de la preceptiva que pueda haber, a pesar de los estudios académicos al respecto), es ardua de establecer. Sin embargo, más allá de la definición propiamente dicha, creo que, para mí, las características fundamentales de un cuento bien logrado son: la brevedad, la intensidad y la verosimilitud; la capacidad de conmover al lector y de confrontarlo con la realidad o consigo mismo. Y eso siempre lo vamos a encontrar en los buenos relatos, desde Chéjov hasta los cuentistas de hoy día.