jueves, 12 diciembre 2024

¿Por qué nos vamos?

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Las cifras son contundentes, desde hace tres décadas la migración ha sido masiva. Los datos oficiales de la oficina de Censo en Estados Unidos muestran que los salvadoreños en ese paí­s es la comunidad latina de mayor crecimiento, en los últimos trece años su número se ha multiplicado por 2.6%, cifras conservadoras apuntan que al menos 300 salvadoreños en promedio diariamente tienen éxito en llegar y asentarse en aquél paí­s. Nos hemos convertido en el grupo de mayor crecimiento y ya nos ubicamos en la posición número tres en el mundo hispano, muy lejos de la mexicana y muy cerca de la cubana. La primera puede explicarse, en parte, por la cercaní­a geográfica, comparten más de 3,000 kilómetros de frontera, además de una larga y antigua historia migratoria; la segunda, porque gozan de privilegios migratorios únicos desde la década de 1960, el programa de Ajuste Cubano les exige nada más llegar a los puertos de entrada, para ser admitidos legalmente; y el exilio cubano, de gran peso polí­tico, ofrece apoyos invaluables, la reciente crisis de los migrantes cubanos por el cierre de la frontera de Nicaragua, no sólo movilizó a las cancillerí­as de Costa Rica, El Salvador, Guatemala y México; sino también a la institución regional más importante, el SICA. A los salvadoreños les cuesta más, mucho más, no solo porque el costo del viaje es de varios miles de dólares, sino porque dejan hasta la vida en el intento.

Y no sólo nos vamos, sino que nos queremos ir. Aquí­ también las cifras son claras. Desde hace tres décadas la proporción de salvadoreños que quieren marcharse del paí­s han oscilado entre el 25%, la proporción más conservadora, hasta el escandaloso porcentaje del 84% que publicó hace algunos meses un matutino. Esto, pues, lleva a una conclusión simple pero dramática: la mayorí­a de los salvadoreños o ya se fueron o se quieren ir del paí­s. Estudiosos del tema han apuntado que una migración real o potencial arriba del 20% de la población es ya una situación explosiva y expresa una verdadera crisis. Los datos demuestran que El Salvador desde hace tiempo alcanzó tal situación.

La pregunta que salta de la situación antes descrita, es ¿por qué los salvadoreños están dispuestos a abandonar la familia y las comunidades donde nacieron y buscar mejores oportunidades de vida en el exterior? Las respuestas han variado desde dos posiciones extremas, aquellos que aducen relaciones simples, causales y unidireccionales; hasta aquellas que sostienen que las razones son tan complejas que se han declarado incompetentes para conocerlas, estas transcurren en lo más í­ntimo e impenetrable interior de los individuos “que solo ellos saben por qué se van”.

En el primer grupo están las posiciones de muchos economistas, llamados “neoclásicos”, para los que la migración es un asunto de oferta y demanda, de los mercados laborales entre el paí­s y a los que se dirige los migrantes, estos hacen la cuenta sobre las diferenciales de salarios, aquí­ la hora de trabajo es valorada en US$1.7, en Los íngeles cada hora de trabajo vale US$17. Esta notable situación hace la diferencia, el costo de oportunidad de quedarse en el paí­s es 10 veces mayor que el de marcharse. La migración así­ entendida es un asunto absolutamente racional. Para otros el peso del factor de la violencia explica lo explica absolutamente, mientras que otros más apuntan hacia la reunificación familiar como único factor de la migración.

La verdad es que la migración es una decisión individual o grupal resultado de muchos factores y causas que interactúan de manera compleja y que construyen o moldean la decisión a migrar. Es el resultado de muchas causas y factores tanto de carácter objetivo como subjetivo. Ciertamente, la pobreza, el desempleo, los bajos salarios, la violencia e inseguridad, especialmente de los jóvenes  empujan a irse del paí­s; como la opulencia, altos salarios, mejores empleos y oportunidades son el poderoso imán que atrae a los migrantes, pero la persistencia de una debilidad institucional, la imposibilidad de tener acceso a una mí­nima seguridad social, una estructura social rí­gida y cerrada, las expectativas sociales que se abren en la sociedad de consumo, la historia migratoria de las familias y las comunidades, la percepción de que  los migrantes son grupos de referencia positivos, entre otros; son factores que juegan roles importantes en arribar a la decisión de migrar.

En definitiva,  para que la migración sea una posibilidad, es necesario que esos factores estructurales se interioricen en los sujetos, se vuelvan parte de su imaginario, se lean de una manera particular. Esta última es posibilitada por los valores, por la cultura, por los objetivos que los individuos se trazan en sus vidas. Si esta manera particular de interiorizar la realidad objetiva lleva a la migración como opción para superar los problemas con los que todos los individuos se enfrentan, es porque ésta se ha convertido en el valor más importante, es porque ya la cultura ha sido impregnada por la migración, es porque se vive cotidiana y permanentemente una “cultura de la migración”.

La decisión de marcharse del paí­s resulta, entonces, cuando los individuos perciben que quedarse en el paí­s ya no es posible, que se ha perdido toda esperanza, que un futuro mejor no es viable, que, como lo dicen los miles de potenciales migrantes “perder la vida en el viaje o en Estados Unidos es mejor que perderla aquí­. Que es mejor vivir de pobre allá que vivir en la miseria aquí­”; que el trabajo y la educación, tradicionales mecanismos de movilidad social, han dejado de funcionar como tales, que aquí­ “no se pasa de lo mismo”. En fin, como lo dice el tí­tulo de una investigación de la UCA en El Salvador “la esperanza viaja sin visa”.

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