Ha vuelto a hacerlo. ¿No tendrá el hombre algún amigo leal que le pueda aconsejar ya no seguir insistiendo? No sólo porque es tirar el dinero. Es que con cada campo pagado de página entera que publica, más se va apretando él solito la soga al cuello. Pero él se empeña en querer defenderse mediáticamente de una acusación que se verifica en otro ámbito: el judicial. No es el único en haberlo intentado. Ni será el primero al que le sale el tiro por la culata.
Puede que con su “aclaración urgente y necesaria” y con su proclamada “indignación” consiga despertar algunas simpatías entre el público lector. ¿Cómo saberlo? Pero lo que es seguro es que no las levantará entre los acusadores, ni influirá en el criterio del juez. Al contrario, como profesionales del derecho que son, es probable le apliquen el dicho “a confesión de parte, relevo de prueba”.
Y es que en el susodicho campo pagado su responsable prácticamente se autoinculpa del delito que se le imputa. El texto incluso puede servir para aclarar al lector despistado en qué consiste esta conducta delictiva que se llama “lavado de dinero y activos”. Es poco atinada su defensa cuando describe unos hechos que casi podrían servir como ejemplo o modelo de dicha práctica delictuosa.
En efecto, en su presunta “aclaración” describe haber recibido un dinero por colocar la publicidad de unos misteriosos “clientes” que no identifica. Parece normal. Excepto el pequeño detalle de que quien paga por estos supuestos servicios a “clientes extranjeros” es SAMIX. La empresa fundada conjuntamente por Tony Saca y su esposa Ana Ligia Mixco de Saca, presentaba después sus facturas al publicista por haber transmitido esos anuncios. El cual lógicamente cancelaba, “deduciendo los impuestos que la ley exige”.
El truco es que SAMIX pagaba unos dineros a SAMIX, por intermedio de la agencia de publicidad. De modo que si el origen de dichos fondos es incierto o “sucio” (como sería si, por ejemplo, provinieran de la partida secreta de Casa Presidencial) tras la operación de hacerlos pasar a través de la agencia publicitaria habrían quedado “lavados”, tendrían el aspecto de ingresos “limpios”, en concepto de cobros por publicidad emitida. De tal modo que alguien malicioso bien podría describir como “lavadora” a dicha empresa de publicidad, sin incurrir en calumnia ni difamación. Los fiscales deben haber celebrado que con esta “aclaración” del imputado éste les facilita enormemente su trabajo.
Me recuerda el otro caso donde vimos al acusado, en su desesperada defensa, reconocer haber recibido millones de Taiwán, explicar que repartía el dinero en “saquitos” y que lo recibían los “destinatarios”. A veces los indiciados terminan enredándose en sus propias mentiras. Toda persona es inocente mientras no se demuestre lo contrario. ¿Será que al veterano publicista no le pareció raro recibir dinero por colocar unos anuncios de la red de emisoras a la que después pagaría por los mismos? En tal caso sería inocente, hasta demasiado inocente.