Por Álvaro Rivera Larios.
–I–
La guerra despedazó carne,
trituró carne,
devoró carne.
Y las carnes eran voces.
Y las carnes eran miradas.
Y las carnes eran puertas
y, por supuesto, caminos.
–II–
El fuego más triste,
el fuego más ciego,
su propio fuego
devoró el sendero
de Claudia María Jovel.
Para traernos el alba,
Claudia María bajó
con su voz
hasta el infierno.
Nada se sabe de sus huesos,
solo que su voz
sobrevivió a las llamas.
–III–
Al empezar las lluvias,
la sangre estéril retorna
siempre al escenario
a proyectar su sombra
sobre la primera flor.
Esos pétalos
tardarán muy poco
en descubrir la otra muerte.
–IV–
Del árbol que habrías sido
jamás sabremos.
Porque rodeada estabas
de la brevedad,
hiciste con urgencia
una mirada austera
entre piedras poco amables.
No alcanzaste la anchura
correspondiente a tus dones,
pero lograste ser
un rio joven con voz propia.
–V–
Austeras como fueron
tus últimas palabras
–con la sabia desnudez
de la tortilla
sobre el barro caliente–,
fueron fraternas,
fueron esenciales,
como lo habían sido
las palabras del poeta
que también acampó
a orillas del abismo.
Para llegar a esa sencillez
no bastaba
vivir en la tormenta
junto al peso de un fierro.
La guerra
se llevó por delante
a los buenos lectores,
pero no a vos.
La guerra impuso
a los poetas
una máscara útil,
una claridad postiza,
pero no a vos,
Claudia María Jovel.
–VI–
Tiempo de creación,
tiempo de destrucción,
tiempo para vos: la muchacha
que avanzó por caminos crudos.
Duro escenario te reservaba
la traicionera belleza, poeta.
En la montaña, la fe
tiende trampas a sus fieles.
Entre los días y su bosque,
cargando un arma y pocas cosas,
encontraste en los hombros
un lugar para tus palabras
Así fue como la ceniza y la tierra
acudieron a tus labios
para convertirse en un planeta.
En tiempos feroces
y sabiéndote sin tiempo
extrajiste de tu lengua
el planeta de Claudia María Jovel.
–VII–
Y descubriste muy tarde
que el viento en contra,
el que apagaría tu llama,
procedía del viento a favor.
–VIII–
A esas alturas de la contienda
ya debías estar advertida:
en nuestra bella locura se daban
continuos casos de canibalismo.
Alvaro Rivera Larios