Por Hans Alejandro Herrera Núñez
Cuando gritas que los derechos humanos no son para esos salvajes eres Sendero. Cuando dices métanle bala, eres Sendero. Cuando odias, y sabes que odias, eres Sendero. Cuando piensas antes de sentir, cuando amas incluso a tu enemigo, cuando propones construir en lugar de bloquear carreteras o atacar a la policía o pedir mano dura, entonces eres Camino. Hoy Perú tiene culturalmente dos alternativas: o hace un Camino en común o se despeña por el Sendero de la muerte.
La historia del Perú es una larga trocha de promesas incumplidas que corre sobre abismos y con curvas de conflictos sangrientos cada treinta años. Quien se asome por sus montañas y arenales puede ver todo lo que se ha avanzado, pero también lo que se ha quedado atrás, muy atrás.
SENDERO
Sin embargo nuestra polarización no es exclusivo de nosotros. El odio se ve en Brasil, en Chile. En España en la Complutense de Madrid hace unos días se abrió una batalla de insultos en una universidad dividida. La excusa la visita de Ayuso. El detonante el discurso de una estudiante que solo ofendía. Las consecuencias una lluvia de insultos entre los asistentes a la conferencia. Doble infierno. Todos llenos de odio. Que si Unidas Podemos, que si Vox. Al final solo veían el color de la camisa del otro pero no al otro. Quien mejor analizó la violencia en el s. XX y XXI fue René Girard, léanlo, explica muy bien nuestras motivaciones y lo que puede producir. Quizá por eso, este descreído filósofo se hizo católico después.
En fin…
La otra noche soñé que estaba en un canchón perimetrado por paredes de ladrillo. Era noche y estaba muy oscuro. De repente un camión que transporta gasolina pasó en frente mío. Al poco tiempo, en una esquina al fondo se encendía violentamente un fuego, algo se quemaba. La forma en que se encendió se sentía cargada de odio. Me estremecí y desperté. Los sueños no permiten mientras se sueña racionalizarse, solo se sienten. Y ese sueño lo sentí muy real cuando desperté.
Siento plomo en las alas mientras escribo esto. Hace unos días nos enteramos de la muerte de una persona en Lima. Los medios lo mencionan como la primera muerte en Lima, casi como si esperarán o desearan más muertes aquí en los próximos días u horas. En los hospitales a dónde llegaron los heridos enviaron policías y hasta un fiscal para separarlos de los demás pacientes. “Los están deteniendo mientras no dejan que los vean sus parientes” es lo que mencionan en redes los grupos afines a la protesta. En pocas semanas hemos sido testigos de como los telediarios ya no son confiables, la información llega sesgada. Willax o Wayka son en el fondo la misma mentira. Tu eliges la narrativa. Lo cierto es que alguien murió hace unos días. Lo cierto es que ya son más de medio centenar de muertos en Perú y no para. ¿Y por qué? Eso ya no importa. Ahora solo importa quien odia más. ¡Girard!
De parte de la izquierda se está instituyendo un odio a los policías, el cual omite que ellos solo reciben órdenes, finalmente un policía solo es un obrero del poder. Mientras tanto en los grupos de protesta se conmina a seguir la lucha. En Instagram dan tutoriales para organizar fuerzas de choque, usar lásers contra los drones y ojos de la policía, e incluso algunos abiertamente hablan de ser más “activos” en la protesta, incluso arrojarles gasolina. Algunos ya no esconden llevar huaracas o recomendar romper los adoquines para usarlos de munición. De parte de la derecha algunos empresarios en LinkedIn comparten iniciativas de donación de elementos de seguridad para dárselo a la policía, como escudos y cascos, y Dios sabe si también perdigones. Mueven también sus marchas por la paz que son marchas de odio en que algunos gritan con orgullo que los derechos humanos no son para los salvajes (así lo hizo un chico en declaración a la televisión europea, STV). Porque lo que comparten en común es la cultura del odio. Es como si un drenaje se hubiese roto y saliera a la luz lo más sucio de nosotros. Esta no es la generación equivocada, es la generación putrefacta.
Por supuesto que hay culpables. Son el inepto de Castillo que desencadenó esto, son Evo que mete su cuchara para perjudicar al presidente de Bolivia, Arce, quien también es del MAS (el paro en Perú afecta directamente las exportaciones de Bolivia por Puno, afectando al presidente Arce, principal rival político de Evo en Bolivia), son Cerrón y su hambre de poder y todos los diputados de izquierda del Congreso, pero también son culpables las bancadas de derecha, los grandes medios que adjetivizan antes de informar, culpable son nuestros políticos que le dan importancia a Evo quien desde 2019 no es nadie en Bolivia; son culpables incluso los empresarios que prefieren juntar plata para ayudar a la policía a desbloquear carreteras, porque antes que nada está el interés personal o de gremio antes que integrar en acuerdos a los que protestan. Así, precisamente así, es como se hacen malos negocios. Pero el mayor culpable de todo esto son dos : somos tu y yo. Tu y yo por permitirlo, por polarizar y dejarse polarizar. Por querer tener la razón y negarse a aprender del otro. Porque en negocios, ante una crisis uno puede elegir entre no cambiar o aprender. Quien elige lo último sabe de buenos negocios, quien elige lo primero acaba quebrando. Este es precisamente Sendero. Porque Sendero no es ya el marxismo maoísta de un desquiciado, es una cultura de odio que abraza a todos en el dogmatismo de odiar, dividir y enfrentar. No importa si es liberal o socialista. Todos son fieles adeptos de ese rezago llamado Sendero que se ha convertido aparentemente en la cultura dominante. Hegemónica. Es en ese aspecto en que Sendero ganó la guerra, no en las ideas sino en la emoción. Cuando un manifestante llama al policía enemigo del pueblo y un empresario conmina a meter balas, eso es Sendero.
Lo repito una vez más: Sendero es violencia, odio. Son apóstoles de Sendero no solo la izquierda violentista y esos chicos que desde redes convocan a formar brigadas de choque; Sendero es también esa derecha salvaje que llama a meter bala, que terruquea sin discriminación al que va a la “otra” marcha y piensa distinto; Sendero es el que llama “liendres” a los manifestantes del Sur y “basura” a los derechos humanos, siempre y cuando sean del “otro”.
Todos parecemos gallitos envalentonados en nuestros patéticos egos. Monopolizamos la razón cuando en realidad estamos equivocados. “Tienen oídos y no escuchan, ojos y no ven”. ¿Quién dijo esto? Y lo peor, tenemos corazón y no sentimos cuando el muerto no es el “nuestro”.
Hace unos días apedrearon la casa de un gobernador regional en provincia, y al día siguiente murió una persona en Lima. Esta ciudad huele a lacrimógena y también a plomo. Se siente la muerte a la vuelta de la esquina.
No puedo omitir que la noticia de una muerte en Lima se siente como una muerte cercana. Ahora me siento como deben sentirse en Andahuaylas o en Juliaca. No importa de dónde venga la bala, o el piedrón. Alguien murió.
Sendero es un camino de serpiente que se muerde la cola. El Mal se devora a sí mismo. Pero antes devora a todo el que puede.
En fin, estamos andando por los pasos de la cultura del Sendero y esta acaba en transformarse dentro de poco en Dictadura y Terrorismo. Estas palabras son las más (ab)usadas hoy en Perú, lo dicen con una facilidad que delata el deseo porque ocurra. No me atrevo a decir más. En quechua tuku es búho, y es animal de mala suerte. Tuco, tuku. Hay palabras que no se deben decir a la ligera.
CAMINO
“No tengas enemigos. —Ten solamente amigos: amigos… de la derecha —si te hicieron o quisieron hacerte bien— y… de la izquierda —si te han perjudicado o intentaron perjudicarte—.” Camino. San José María Escriva.
Camino es un libro de aforismos, una guía para andar en la vida que se trata precisamente de escuchar lo que no queremos oír. Es mortificar nuestro ego, ese ego que nos miente en LinkedIn diciéndonos que tenemos la razón. Camino es lo contrario, es ir por la senda del amor, de la cooperación, de saber que el otro es mi prójimo y en él vive Cristo. Amor es una palabra que no está de moda en las redes sociales. Y sin embargo es el Camino.
«Escalones. Resígnate a la voluntad de Dios. Confórmate a la voluntad de Dios. Quiere la voluntad de Dios. Ama la voluntad de Dios».
Duro ¿No?
Camino no es una guía política, no es el Arte de la guerra del chino este que todos los empresarios citan con orgullo, olvidando que en sus primeras reglas, el chino este, expresa que lo mejor es jamás ir a la guerra. Camino es una conversación, un compañero en la barra de bar que remueve tus recuerdos y te hiere diciéndote lo que no quieres oír: que estás equivocado, que nunca se trata de lo que quieres sino lo que Dios dispone. Camino es la única guerra que vale la pena: se trata de mecharte (pelearse, como dicen en Perú) contigo mismo y perder. Perder para ganar. Camino es precisamente esa larga conversación postergada que no queremos oír.
Pero me es difícil explicar esto. Soy medio indio y totalmente bruto. Mejor que te hable ese amigo de bar:
«Examínate: despacio, con valentía. —¿No es cierto que tu mal humor y tu tristeza inmotivados —inmotivados, aparentemente— proceden de tu falta de decisión para romper los lazos sutiles, pero “concretos”, que te tendió —arteramente, con paliativos— tu concupiscencia?»
Y nuestra concupiscencia hoy bien podría ser nuestro odio. Cómo nos regodeamos en él. Ya estoy yo otra vez asomando lo que quiero ver. Silencio.
“Una mirada al pasado. Y… ¿lamentarte? No: que es estéril. —Aprender: que es fecundo.”
O más adelante un pedacito de un aforismo:
“Y te enseñó el camino: la discreción, el sacrificio, ¡ir por dentro!”
Y cuando las emociones estallan, San Josemari otra vez nos habla:
“Serenidad. —¿Por qué has de enfadarte si enfadándote ofendes a Dios, molestas al prójimo, pasas tú mismo un mal rato… y te has de desenfadar al fin?”
Y como si nos hablara antes de empezar otra vez una pelea:
“Eso mismo que has dicho dilo en otro tono, sin ira, y ganará fuerza tu raciocinio, y, sobre todo, no ofenderás a Dios.”
Y luego nos dice al oído en confidencia de hermano para que seamos persona de criterio:
“No queramos juzgar. —Cada uno ve la cosas desde su punto de vista… y con su entendimiento, bien limitado casi siempre, y oscuros o nebulosos, con tinieblas de apasionamiento, sus ojos, muchas veces.
Además, lo mismo que la de esos pintores modernistas, es la visión de ciertas personas tan subjetiva y tan enfermiza, que trazan unos rasgos arbitrarios, asegurándonos que son nuestro retrato, nuestra conducta…
¡Qué poco valen los juicios de los hombres! —No juzguéis sin tamizar vuestro juicio en la oración.”
Pero soy hombre moderno que reza poco y conversa con Dios menos. Si como dice Leonardo Polo, para pensar hay que pararse a pensar, para orar hace falta el único silencio que vale: callar mi cabeza que cree tener la razón y me corazón que solo se mueve por sentimientos volubles sin raíz. Orar, rezar, es una forma más inteligente de pensar, una manera más humana de sentir: es abrirse a conversar y escuchar por fin lo que Dios nos quiere decir.
“No juzguéis sin oír a las dos partes” es lo que nos recuerda San Josemari para luego en otra parte de Camino susurrarnos a gritos “¿Sabes el daño que puedes ocasionar al tirar lejos una piedra si tienes los ojos vendados?” Y en otro aforismo nos dice lo que mi corazón frío no quiere oír: “Construir: ésta es la labor que requiere maestros”. Y lo dice como si San Josemari estuviese ahora mismo en Perú. No da un plan de solución, hace algo más práctico, nos remite a Jesús como modelo y respuesta: ¿Qué hubiera hecho Jesús? Tu y yo sabemos la respuesta, pero no nos gusta.
Es por aquí por dónde podemos ir. Es aquí por dónde podemos empezar y terminar de solucionar nuestros pleitos. Quien tenga oídos que oiga, que no se arrojan las perlas a los cerdos, y Dios nos hizo hombres y no chanchos.
Que la paz sea con nosotros. La paz de Cristo y no la de los cementerios. Porque elegir Sendero es elegir nuestra muerte y la de nuestros hijos. Y eso no lo digo en sentido metafórico.