En el Centenario de la Revolución Rusa y la muerte de Todorov.
Echarle la culpa a los sistemas de pensamiento por las malas prácticas políticas y económicas particulares es un error mecanicista común en intelectuales y activistas. Igualmente lo es culpar a estas prácticas de no aplicar correctamente los sistemas de pensamiento. Pensar la política y practicarla son dos universos diferentes, si bien ambos se interconectan indisolublemente. La clave para elucidar hasta donde un sistema de pensamiento político funciona, y hasta dónde las prácticas políticas se sitúan a la altura o no alcanzan al sistema de pensamiento que las inspira, está en el “análisis concreto de la situación concreta” y no en recetario abstracto alguno.
Estos desencuentros entre sistemas de pensamiento y prácticas políticas ocurren de manera sonora con el marxismo respecto del socialismo soviético y, antes, con la Ilustración respecto del colonialismo y sus desastrosas consecuencias, las cuales seguimos sufriendo en Asia, ífrica y América Latina. Cuesta entender que el régimen soviético no es sinónimo de marxismo y que éste tampoco es una receta política infalible que garantiza la felicidad de todos, entre otras cosas porque el marxismo es un método para explicar cómo funcionan la sociedad y el poder en la historia, así como una guía para la acción política en favor de las mayorías, y el experimento soviético fue, primero, un intento de aplicar el marxismo a la política mediante un Estado proletario y, después, un aparato burocrático-defensivo frente a la agresión fascista e imperialista. Menos se entiende que la aplicación leninista del marxismo no fue mecánica, puesto que Lenin le enmendó la plana a Marx en cuanto a que el proletariado industrial tendría el liderazgo de la revolución en las sociedades capitalistas más avanzadas. No siendo Rusia un país capitalista, Lenin inventó la “alianza obrero-campesina” y así aplicó las ideas de Marx para revolucionar a una sociedad que no salía del feudalismo, a fin de hacerla entrar en la era socialista. Esto fue sin duda una apropiación creativa de las ideas de Marx, y no un seguidismo dogmático. Lo cual es congruente con el marxismo. Lo impropio es acatarlo como un dogma religioso, pues se trata nada más ―y nada menos― que de un método y una guía para la acción creativa, pautada por el “análisis concreto de la situación concreta”, que fue como Lenin definió y practicó el marxismo.
El recién fallecido pensador búlgaro Tzvetan Todorov razonó que el proyecto colonizador se valió del ideario de la Ilustración para justificar sus crímenes, pero que fueron las ideas de la Ilustración las que sirvieron para combatir el colonialismo. En otras palabras, un sistema de pensamiento se puede usar para realizar prácticas políticas y económicas que contradicen su ideario. Por tanto, culpar a la Ilustración por el colonialismo es tan mecanicista y ramplón como culpar al marxismo por el “socialismo real”. Y con esto no se quiere decir que la Ilustración y el marxismo sean recetas infalibles ni mucho menos. Son sistemas de pensamiento sujetos a crítica, sí, pero a una crítica capaz de relativizar históricamente sus orígenes, sus desarrollos y las consecuencias de haber sido puestos en práctica. Y aquí tampoco cabe el discurso esencialista de que ni el marxismo ni la Ilustración nos sirven por eurocéntricos. Si somos creativos y audaces para realizar los inaplazables cambios que necesitamos, nos sirven ambos (y otros saberes más).
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