Yo venía de Sonsonate, me bajé del autobús frente a la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. Inmediatamente me acorde que una amiga me había contado que tuvo que escalar el portón externo de esa iglesia, un día de esa virgen, en que el lugar estaba muy alegre con las ventas de churros, tostadas, panes con gallina, etc. Los policías le dijeron que ya estaba cerrada la iglesia y que ellos no tenían la llave del candado; mi amiga es una muchacha muy guapa, ese día lucía un pantalón blanco muy ajustado, de esos que se marcan hasta los lunares; cuando ella insistió que tenía que hablar con la virgen y les preguntó a los señores agentes si no se opondrían a que ella trepara por el portón, posiblemente los policías pensaron en el bello espectáculo de esa muchacha escalando esa estructura metálica.
Ella subió tratando de mostrar decisión y firmeza, pero a la vez haciendo movimientos elegantes y delicados que causaron la satisfacción de los policías y otros transeúntes que caminaban por la acera; cuando llegó a la parte más alta, levantó su pierna sobre el portón elegantemente, pero con miedo que la tela del pantalón casi transparente se rasgara; cuando bajo el portón por el lado de adentro, ella sintió la satisfacción de una artista de cine muy famosa por estar finalizando el rodaje de una escena muy difícil, agradeció al público su comprensión y cariño con una bella sonrisa que hizo que sus labios carnosos fueran todavía más apetitosos.
Por supuesto que la iglesia estaba cerrada y entonces ella miró la imagen que se encuentra en el jardín, corrió hacia ella, se arrodilló elegantemente pensando en el público que se agolpaba al otro lado del portón observando atentamente ese acto de fe de esa bella muchacha, que posiblemente trabajaba en los EEUU y lo primero que hizo al bajar del avión había sido venir a conversar con la virgencita. Se comenzó a escuchar como esa gente iniciaba un cantico de ave maría; ella le dijo en secreto a la virgen que la comprendiera, que tenía que venir a hablar con ella ese día, que perdonara porque se había encontrado con unas amigas, venía un poco ebria y con un vestuario poco apropiado.
El público observó como la bella muchacha agachó su cabeza y su bella cabellera cubrió su rostro, cada una de las personas imaginó la confesión y la solicitud que esa muchacha hacía a la madre de Jesús.
Mi recuerdo terminó abruptamente cuando el bus de la ruta 44 se estacionó frente a mí, me subí lentamente todavía pensando en la bella muchacha postrada humildemente ante esa mujer histórica que había concebido a su hijo por obra y gracia del Espíritu Santo. Me senté y en ese momento la pierna de un payaso pasó sobre el aparato de control del número de pasajeros, cuando finalmente superó el obstáculo me llamó la atención lo fino de su maquillaje y que el material de su vestuario mostraba que era un artista exitoso, era una señor como de cuarenta y cinco años, pero con unos movimientos de un cipote de catorce años. Lo primero que hizo el payaso fue pedirnos disculpas por su actuación, todo con gestos de sus manos y de su rostro muy expresivo.
Yo dije para mis adentros, este es un payaso mudo o unos de esos artistas conocidos como Mimos; comenzó a sacar objetos de un gran bolso que llevaba colgando de su hombro mostrando su desagrado por no encontrar lo que posiblemente andaba buscando, lo primero que sacó fue un mango verde, una ropa íntima de mujer, un zapato y muchos objetos más. Todos disfrutábamos del espectáculo, se escuchaba la risa de dos o tres niños, hasta que al fin extrajo ceremoniosamente un osito de peluche que estrechó en su pecho. En mi caso me acordé de un osito de peluche que mi madre me hizo con las sobras de las telas que cortaba y cosía en su oficio de costurera. En ese momento me di cuenta que ya habíamos llegado a Metrocentro, el payaso mudo había desaparecido y la gente había comenzado a entrar al autobús.