Pandora es el mito arquetípico del origen de las desgracias humanas. Es interesante que las “desgracias” salen cuando Pandora, la primera mujer, destapa un ánfora donde todo estaba oculto. A la vista me salta que este mito habla de romper el silencio ante las injusticias sobre las que se asienta el poder. Soltar los demonios que han sido ocultados por las mismas víctimas y lanzarlos al aire, quebrando máscaras mal habidas.
En nuestro país, el abuso de toda clase, es un mal endémico. Somos abusados y abusadores, desde la cuna. En las redes sociales glorifican la “pedagogía de la chancla”, la “terapia del coscorrón” y el autoritarismo como soluciones infalibles a todos los problemas. Tan profundamente arraigada está esa conducta, que ni sabemos que es impropia. El Salvador es el reino del abuso. Se abusa al burlarse de los niños cuando quieren cantar, o cuando están aprendiendo a hablar; se abusa en las escuelas, en los trabajos, etc.
Pero los abusos sexuales son los que están más en el fondo de la caja de Pandora. La víctima sufre vergüenza, no sabe muy bien si pudo evitarlo o no, si colaboró, etc. A lo largo de mi vida y, porque soy bueno para escuchar, he sido testigo mudo de muchas mujeres abusadas. Algunas, sobrepasaron mejor que otras el trauma, pero todas han tenido que llevar ese recuerdo tatuado al rojo vivo en el alma.
Los artistas, los docentes y los curas, tenemos en común que trabajamos con la conciencia de la gente. Y eso multiplica por mil, un hecho de abuso. Por un momento de autosatisfacción, podemos orillar a una jovencita por caminos muy difíciles. Tardan muchos años en lograr tener el valor de enfrentar al abusador.
En el teatro muchas veces es difícil distinguir entre el estímulo actoral y el abuso. Generalmente, aquellos seres débiles de carácter, incapaces de conquistar a una mujer por sus propios medios, recurren a disfrazar los toqueteos y avances indecentes, con métodos de actuación. Sobre todo con jovencitas inexpertas, que quieren dar todo de sí, agradar a su maestro para avanzar en sus sueños de convertirse en actriz.
Yo, como maestro de arte, les puedo dejar en firme que no hace falta un toqueteo ni mucho menos un acostón con el actor o el director con que comparten papeles, o, peor, experimentar una violación, para lograr una calidad de actuación. El teatro es una profesión noble, donde vamos a interpretar la vida, no a imitarla ni a reproducirla, porque entonces, los disparos y muertes en escena, tendrían que ser reales también. Y para interpretar a Edipo, habría que cometer incesto.
Ahora han sido Egly Larreinaga y Pamela Palenciano las que se han armado de valor para destapar la caja de Pandora. Cuatro maestros de teatro han salido señalados como abusadores. Para mí es doloroso que compañero míos de toda la vida, son los que han sido denunciados. Tengo que aceptar que no lo ignoraba, que la conducta abusiva de muchos directores y docentes de teatro, ha sido un secreto a voces. He visto cómo chicas jovencitas, que entran al teatro con la ilusión de hacer una carrera linda, donde poder expresar sus sentimientos e ideas, caen en las manos de abusadores y tuercen su camino.
Incluso, en conversación con una de las víctimas, me confesó que, después de que el abusador la hizo abortar (pagó ella la operación), cayó en el crack y dejó su carrera de actriz. Ha tardado veinte años en recomponerse por dentro. Ha sido gracias a estas denuncias que ella ha encontrado el valor de sacar ese demonio de adentro.
Ahora han sido las actrices, pero cuántas víctimas más falta que se armen de valor para mostrar la cara del monstruo que llevan adentro. En el caso de nuestro país, son muchos. Familiares cercanos, profesores, sacerdotes, pastores, y un largo etcétera. Una caja de Pandora sellada por el mismo temor al escarnio público.
Yo no soy juez, y mi cariño por mis compañeros está siempre allí, pero también he expresado mi solidaridad con las víctimas, pues es necesario comenzar a sanar el alma social, desde lo más profundo. Esta denuncia debe de convertirse en la declaración de guerra contra la impunidad.