Hace algunos días, las noticias consignaron lamentables hechos para la cultura nacional: debido a las lluvias que han caído, la biblioteca Nacional sufrió afectaciones que dañaron unas invaluables colecciones de periódicos nacionales de distintas épocas históricas del país. De igual forma, producto de las lluvias, el Teatro Presidente, uno de los recintos más importantes para presentaciones artísticas, fue cerrado de manera indefinida.
Más allá de la lamentable reacción de la ministra de Cultura saliente, casi paralelamente, se anunció el nombre de su sucesora, quien dijo que una vez inicie la administración del señor Bukele, se pondrán manos a la obra para reparar lo que se tenga que reparar y apoyar a quien se tenga que apoyar.
Al respecto, un amigo lamentaba en su cuenta de tuiter que ninguna alma caritativa y con capacidad económica se hubiera ofrecido a ayudar a las instituciones damnificadas y sin embargo, cuando fue el incendio de Notre Dame muchos salvadoreños se sintieron consternados ante tal hecho. Las preguntas, entonces son, ¿por qué no hay una reacción similar cuando el siniestro sucede aquí en el país? ¿Por qué nadie reacciona de manera similar cuando parte del acervo histórico del país está en riesgo de desaparecer?
Las respuestas podrían estar en la manera en que se nos educa a los salvadoreños y salvadoreñas. Si bien es cierto la currícula escolar valora mucho el conocimiento de la cultura general, poco o nada se nos enseña a valorar nuestra producción cultural, nuestra riqueza cultural, nuestra identidad y nuestras tradiciones.
Si le decimos a un salvadoreño promedio que nos dé el nombre de tres pintores nacionales reconocidos a nivel mundial, es muy probable que no sepan darnos el nombre ni de uno. ¿Cuántos salvadoreños sabemos del aporte de los escritores nacionales a la literatura latinoamericana? No sabemos a qué escritores influyó Salarrué y cómo su cuentística incidió más allá de nuestras fronteras.
Tenemos la idea equivocada de que la creatividad nacional es mera imitación; no creemos en la creatividad propia. No creemos o no sabemos del valor incalculable de los bienes culturales que poseemos como país. Retomando el incidente de Notre Dame, si se destruyera el complejo arqueológico del Tazumal, ¿sabríamos ver ese suceso como una pérdida para la humanidad? Me temo que no y esto es así porque además del consabido malinchismo reinante en nuestra cultura, siempre nos hemos sentido tan insignificantes, como nación, como sociedad, que no podemos creer que tenemos un patrimonio valioso, del cual debemos estar orgullosos. Poseemos bienes que son de una importancia tal que muchas veces son más reconocidos en el extranjero que aquí mismo. Por ejemplo, Joya de Cerén, sitio arqueológico que fue declarado por Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Que Joya de Cerén, para el caso, sea considerada Patrimonio Cultural de la Humanidad permite, ante todo, reconocerla y poder clasificarla por su relevancia, como símbolo de una época de la historia. Permite establecer que dicha construcción debe ser preservada y nunca podrá ser derrumbada o destruida bajo ningún motivo. ¿Sabemos todo esto los salvadoreños y salvadoreñas? El desconocimiento nos afecta grandemente como nación, puesto que si no conocemos las riquezas culturales que tenemos, no las valoramos.
Volvemos al punto de la educación. Como sabemos, la educación es uno de los factores que más influye en el avance de las sociedades. Además de proveer conocimientos, la educación enriquece la cultura, el espíritu, los valores y todo aquello que nos caracteriza como seres humanos. En este sentido, debemos fomentar una educación que nos ayude a conocer y entender la trascendencia e importancia de nuestros bienes culturales, ya sean estos materiales o inmateriales.
Es importante que las nuevas autoridades de cultura y educación trabajen de manera articulada para inculcar en los más pequeños el valor por la cultura salvadoreña. Este sería uno de los desafíos para el nuevo gobierno: ¿Cómo infundir en las nuevas generaciones el aprecio y la valoración de nuestro tesoro cultural? Solo a través de la educación de nuestras niñas, niños y adolescentes se puede conseguir el afecto por lo propio, el orgullo de lo que es nuestro, lo que nos da identidad, lo que nos cohesiona como país.