La sociedad nicaragí¼ense amanece hoy fracturada, al borde de un estallido social desbordado, en donde los sectores más representativos del país, como empresarios y gobierno fracasaron, no pudieron dialogar al asumir posiciones extremas para solventar la reforma al sistema de pensiones, originando que inconformidades de varios grupos sociales, políticos y ciudadanos se salieran de cauce, y el uso del poder coercitivo, como la Policía, para contener las protestas incentivara las tensiones y las movilizaciones.
Lamentable que entre hermanos nicaragí¼enses estemos otra vez confrontados, asumiendo posiciones radicales y extremas, dividiendo la familia, y lo más grave, pérdida de vidas humanas tan valiosas, de jóvenes pobres que deseaban un mejor porvenir para Nicaragua, para ellos y sus familias. Son siempre los pobres los que ponen los muertos.
En los últimos once años vimos protestas y movilizaciones populares por reclamos electorales, pero no como la situación actual, un descontento popular, por diversas razones que sean, legitimas o no; en donde se está perdiendo el equilibrio y las posiciones extremas y opuestas están tomando el control, con derramamiento de sangre entre hermanos, saqueos, pillaje, daños a la propiedad privada y a instituciones del Estado, mientras el acuerdo para frenar todo tipo de violencia urge.
El diálogo se está alejando por la complejidad de la misma situación y la emocionalidad, incluso en las elites políticas, sociales, empresariales y gubernamentales, que son las llamadas a ponerle un alto a la confrontación y la violencia y a tener la hidalguía y la valentía en este momento histórico de deponer actitudes individualistas, pensar en Nicaragua, no seguir escalando posiciones creyendo que se podrá administrar la convulsión, y no permitir que el futuro se vaya por la cañería.
Cada uno tiene que asumir su responsabilidad histórica y frenar todo tipo de violencia, venga de donde venga y encontrar, como lo hemos hecho antes a lo largo de la historia, en peores momentos de conflictos armados, el diálogo y la conciliación y restaurar las heridas a través de una genuina reconciliación nacional.
La historia nos ha enseñado como en el pasado, cuando no pudimos ponernos de acuerdo y fuimos a la guerra, perdimos miles de vidas innecesariamente, hicimos retroceder el país en más de 50 años, y después irremediablemente fuimos a la mesa para ponernos de acuerdo en algo que se pudo evitar, y a reconstruir la nación en condiciones difíciles.
Nicaragua está hoy dividida en dos grupos. Entre quienes están en la calle exigiendo más que la reversión a las medidas del INSS y escalan sus demandas con razones o no, y los que apoyan al Gobierno y al Frente Sandinista, unos en la calle, otros en su casa.
Entre los que deslegitiman al gobierno y quieren tumbarlo por la fuerza y no quieren reconocer que el FSLN es una realidad política en el país y no quieren esperar al 2021 para cambiarlo por la vía pacífica y electoral y descalifican a quien vaya a hablar con las autoridades; y entre los que desde el Gobierno acusan una conspiración y prometen defender su constitucionalidad y legitimidad. Además, los que están excluidos, molestos, frustrados y han explotado su enojo.
Pero existe otra parte, que es la mayoría, nicaragí¼enses que quieren vivir en paz, tener trabajo, salud para ellos y sus familias, educación, que tienen esperanzas de un futuro mejor y que no están siendo tomados en cuenta.
La falta de desprendimiento político y de diálogo está fracturando a los nicaragí¼enses interesados en mejorar el presente y el futuro del país. La estabilidad macroeconómica ha costado muchos millones de dólares, el sacrificio de miles de nicaragí¼enses que ahora están amenazados por la desesperanza de un futuro mejor y de convertirnos en el país cuadrilátero de la violencia, la criminalidad y el asedio del narcotráfico y el crimen organizado internacional, además de un costoso retroceso en el desarrollo humano, económico y social.
Urge un alto inmediato, en el que todos debemos contribuir no exacerbando los ánimos, no llamando a la confrontación entre hermanos, pensando en Nicaragua, con responsabilidad social, asumiendo el diálogo como el único camino posible para encontrarle una salida a la actual situación.
Los llamados son quienes siempre debieron estar en la mesa del acuerdo. Tienen el desafío de demostrar que aman a Nicaragua y paralizar un inminente caos de incalculables consecuencias que nos costará a todos por muchos años.
Los líderes políticos, económicos y religiosos tienen la capacidad suficiente para desprenderse de las posiciones y darles paz a los nicaragí¼enses, y los que quieren incendiar el país con sus posiciones radicales deben detenerse.