En El Salvador a las mujeres nunca nos creen nada. Cuando aparecen cadáveres de mujeres en las calles, en las casas, en los hospitales, en las aceras, la primera culpable es siempre la víctima, siendo sometida a un crudo escrutinio público de su integridad “moral” y sus “valores”.
Y es que vivimos en un pedacito de tierra llena de eminencias, gurús y expertos en temas de moralidad. Todos aquí tienen ideas precisas de lo que significa ser una persona “decente”, y muchas veces va de la mano de una religiosidad ciega, inclemente y absurda. Ups.
Lo hemos escuchado todo: que, ¿para qué salió tan tarde de su casa?, que ¿por qué dejó a sus hijos solos para ir a “vagar” ?, que si era bailarina, que si era infiel, que si era amante, que si su vestido estaba demasiado corto y el escote pronunciado. Y si era doctora: que por tonta le pasa, no le daba la cabeza para dejar al marido, es que ser “inteligente” no se aprende en la universidad. Qué jodidas estamos.
Siempre es nuestra culpa que nos maten. No toca más remedio que quedarnos calladas, quietecitas. Enseñarles a nuestras hijas a protegerse de los hombres, a no caminar por las calles solas, a no confiar, a cuidar la honra, niña, la honra.
En anécdotas y relatos se nos enseña una y otra vez, que es mejor no defenderse. Que es mejor no alzar la voz. Que si decimos algo las locas somos nosotras, las histéricas, las menstruadas, las muertas.
“Tranquila, hija, a los hombres se les pasa, así son ellos, ¿qué más podemos hacer?”.
Podríamos comenzar por creerles a las víctimas, por escucharlas, apoyarlas. Por exigir leyes a nuestros gobernantes que no permitan la tortura pública de las niñas que han sufrido trata de personas; que se eliminen procesos legales en contra de las mujeres (pobres) que tienen emergencias obstétricas. Podemos empezar por desprendernos de prejuicios ignorantes y crear espacios seguros donde las mujeres (y demás poblaciones vulnerables) puedan desahogarse, apoyarse, sanar y ser tomadxs en serio.
Las relaciones abusivas son difíciles de romper. En una sociedad tan hostil, las herramientas para identificar, denunciar y ser protegidas del abuso, son casi inexistentes, casi inaplicables. Nuestra protección son leyes fantasmas que benefician únicamente a los que pueden pagarlas.
El problema aquí es lo que normalizamos: un sistema de valores machista que no permite que los niños y los hombres expresen sus emociones de manera sana y sin prejuicios. Una sociedad que les enseña a los hombres que los cuerpos y las vidas y las mujeres les pertenecen. Una sociedad que simplemente no quiere enseñarle a sus hijos que violar NO está bien. Una sociedad que prefiere “preparar” a sus víctimas antes de corregir a los abusadores. Porque, es mejor pedir perdón que pedir permiso, ¿verdad?
Falso. Nadie se merece morir a balazos mientras realiza una caminata matutina. Nadie se merece morir a manos de su pareja, molida a golpes, desnuda, mallugada y desangrada en todas las esquinas de su propio hogar. Ni putas, ni doctoras. Ninguna.