Este día estará lleno de mensajes cariñosos hacia nuestras madres, sí, hoy es el día oficial para celebrar la maternidad. Si bien es un día importante porque se nos visibiliza socialmente, este es el sólo aspecto de nuestras vidas que es simbólicamente el único papel en el que somos honradas como santas. Sin embargo, considero urgente reflexionar y debatir sobre la importancia de visibilizar el esfuerzo que diariamente hacemos las mujeres para que la sociedad avance en términos económicos y políticos desde espacios desvalorizados como son la cocina y el hogar.
Sí, ser madres tiene para todas un espacio intangible en el que se produce el trabajo reproductivo. El Patriarcado lo invisibiliza y ridiculiza a propósito ya que política y económicamente no le conviene reconocer que cada una de nosotras somos una especie de “micro Estado de bienestar” que funciona con sus propios recursos, porque nos encargamos de tener la cocina abierta las veinticuatro horas al día, prodigar cuidados vitales, brindar servicios de limpieza, ofrecer servicios de enfermería a tiempo completo, dar apoyo psicológico, respaldar didácticamente a nuestras hijas e hijos cuando realizan tareas escolares, transportarles a la escuela o colegio, ser niñeras en cualquier momento que se nos requiera, ofrecer micro crédito cuando una hija o hijo se encuentra en dificultad, ser especialistas en nutrición, corregir la conducta y poner límites porque si un hijo o hija toma un camino equivocado la culpa es nuestra. En fin, la lista es larga y aquí tengo poco espacio para detallarla aún más. A todo esto debemos sumar que además, realizamos un trabajo para recibir un salario que eso implica exigencias profesionales a veces inauditas sin olvidar que también tenemos obligaciones con nuestra pareja.
Todas las actividades arriba mencionadas están incluidas en un sólo concepto: trabajo reproductivo. Teóricamente, el trabajo reproductivo es entendido como: “(…) el complejo de actividades y relaciones gracias a las cuales nuestras vidas y nuestras capacidades laborales se reconstruyen a diario”[1]. Comprendí la importancia política del trabajo reproductivo en las prolongadas sesiones de estudio y discusión con muchas de mis amigas, destacadas activistas del movimiento feminista salvadoreño, y en la Escuela de Debate Feminista de las Dignas , espacio al que ellas, en su época , tuvieron la gentileza de invitarme. Naturalmente, el activismo y el trabajo con mujeres me confirmaron que, como la violencia, el trabajo reproductivo es un tema transversal para todas.
Me percaté que a partir de mi madre, y de mí misma, con una licenciatura en letras y un master en lingüística del cual sólo me faltó finalizar la tesis había una situación que acompañaba siempre nuestras vidas, ¡la cocina! Lo anterior, sin importar los títulos y el desempeño profesional de cada una de nosotras o del salario que devengábamos, algunas veces más altos que el de nuestros maridos, siempre éramos las que debíamos pensar a la lista de las compras del Súper y de todas las actividades que de allí se derivaban.
En síntesis, la vida en su cotidianidad me colocaba, y algunas veces lo hace aún ahora, ante un hecho consumado: yo, mi madre, mis hermanas así como millones de mujeres en el mundo, somos “las designadas” para realizar el trabajo reproductivo, sin importar nuestra condición económica – social, la calificación o trayectoria académica que tengamos. Lo más sorprendente es que el Patriarcado nos ha hecho aceptar que la diferencia entre trabajo productivo – asalariado – y trabajo reproductivo “reside en el hecho de que éste no solo se le ha impuesto a las mujeres, sino que ha sido transformado en un atributo natural de nuestra psique y personalidad femenina, una necesidad interna, una aspiración, proveniente supuestamente de las profundidades de nuestro carácter de mujeres. El trabajo doméstico fue transformado en un atributo natural en vez de ser reconocido como trabajo ya que estaba destinado a no ser remunerado. El capital tenía que convencernos de que es natural, inevitable e incluso una actividad que te hace sentir plena, para así hacernos aceptar el trabajar sin obtener un salario”[2].
El estudio y las reflexiones feministas me ayudaron a comprender que las mujeres realizamos el trabajo reproductivo que tiene como principales características la falta de remuneración, es invisibilizado y desvalorizado social y políticamente. Al respecto Federici (2013) dice que el circuito de la producción capitalista necesita de esta “fábrica social” porque la producción empezaba y se asentaba primordialmente en la cocina, el dormitorio, el hogar ―en tanto que estos son los centros de producción de la fuerza de trabajo― y que a partir de allí se trasladaba a la fábrica pasando antes por la escuela, la oficina o el laboratorio“[3].
Expuesto lo anterior, considero importante retomar el trabajo reproductivo como parte de nuestra agenda de lucha, en un contexto en el cual las instituciones internacionales y nacionales han incorporado nuestras reivindicaciones feministas a sus agendas neoliberales, lo que ha contribuido a despolitizar el movimiento. Si bien las luchas por la representación política, por la promulgación de leyes a favor de las mujeres han constituido un paso cualitativo de significado positivo, también hay que reconocer que dichas leyes encuentran grandes dificultades para su aplicación que demuestran falta de voluntad política por parte del Estado para lograr equidad real entre mujeres y hombres. Al examinar nuestras vidas como mujeres nos damos cuenta que poco ha cambiado en el ámbito reproductivo, “la fábrica social de la reproducción”, las cosas siguen igual, casi inmutables. Concluyendo, pienso que debemos seguir señalando el verdadero problema de la equidad, ya que esta no existirá mientras las mujeres continuemos siendo trabajadoras reproductivas sin salarios y reconocimiento político, social y económico. Mientras sigamos siendo las que con nuestro trabajo reproductivo, llenemos de los vacíos de servicios que provocan la crisis económica producto de la aplicación de las políticas neoliberales dictadas por los organismos internacionales. Me parece oportuno, este día concluir con una cita de Federici (2013):
“Esta es la perspectiva más radical que podemos adoptar porque podemos pedir guarderías, salario equitativo, lavanderías gratuitas… pero no lograremos nunca un cambio real a menos que ataquemos directamente la raíz de nuestro rol femenino. Nuestra lucha por los servicios sociales, es decir, por mejores condiciones laborales, siempre se verá frustrada hasta que no se establezca en primer lugar que nuestro trabajo es trabajo. (…)Somos amas de casa, amantes, enfermeras, psicoanalistas; esta es la esencia de la esposa «heroica», la esposa homenajeada en el «Día de la Madre».”[4].
Finalmente, dedico este artículo a mi madre que me creció con su trabajo productivo y reproductivo desde la cocina, con el perfume de su cake de frutas recién salido del horno, con sus cebollas en escabeche, sus orquídeas y muchas cosas más.