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Morirán pensando que hicieron lo correcto

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El coronel Inocente Orlando Montano, destacado miembro de la Tandona, declaró este 4 de diciembre pasado ante un juez en España, en el proceso que se sigue en este paí­s por la masacre de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) del 16 de noviembre de 1989. Además de dar detalles sobre la participación del ex presidente Alfredo Cristiani en reuniones previas, Montano explicó al juez que el hecho tuvo lugar en un contexto muy determinado, la ofensiva final de la guerrilla del FMLN por la toma de San Salvador.

De forma casi condescendiente, según los abogados de la acusación que estuvieron presentes, el ex militar expuso ante el magistrado de la Audiencia Nacional que en ese momento tan complicado podrí­an haber decidido utilizar la fuerza aérea de forma indiscriminada contra la población civil, como, según él, querí­a la guerrilla. Sin embargo, relató, no lo hicieron, sino que se concentraron en otro tipo de operaciones más, digamos, quirúrgicas, la palabra es mí­a.

A poco que se quiera hilar, se entiende que el acusado querí­a de alguna manera justificar ante el juez el asesinato de los padres jesuitas, su empleada Elda Ramos y la hija de ésta como una de esas operaciones.

Montano también le dijo al juez que la UCA está enfrente, separada solo por una avenida, de lo que entonces eran las instalaciones militares donde viví­an sus familias, las de los oficiales, por lo que estaban preocupados por la seguridad de sus esposas e hijos al encontrarse a pocos metros del recinto universitario.

Tanto es así­ que en aquellos dí­as la UCA estaba rodeada por retenes de la Guarda Nacional, al mando de Montano, por cierto, ya que era el viceministro de Seguridad. Se sabe que los militares tení­an una contraseña para poder pasar esos retenes y que a quien no se sabí­a esa contraseña normalmente le disparaban porque se le consideraba una amenaza.

El lugar por tanto estaba sellado. Además, se realizaron varios cateos durante los dí­as previos a la masacre, buscando armas y guerrilleros. No encontraron nada.

Aún así­, decidieron matar a los jesuitas. Yo no sé si fue Montano quien tomó esa decisión, pero el hecho de que un grupo de soldados entrara de madrugada y asesinara a esas ocho personas quiere decir que alguien lo decidió y dio la orden. También que todo el grupo de oficiales que entonces dirigí­a la Fuerza Armada estuvo suficientemente de acuerdo como para no decir nada y protegerse unos a otros no solo en aquellos dí­as convulsos, sino hasta hoy, 28 años después.

Lo que muestra la actitud de Montano al explicar al juez el contexto, así­ como las alusiones de su abogado a que estos militares defendí­an un estado y un gobierno legí­timo de una guerrilla que pretendí­a imponer una dictadura comunista, es que esta gente, por mucho que cueste entenderlo, piensa que hicieron lo que tení­an que hacer.

El coronel Domingo Monterrosa, antes de volar por los aires junto a lo que creí­a que era el transmisor de la Radio Venceremos, habí­a masacrado a casi mil personas, más de la mitad niños y niñas, en El Mozote. Su pretensión poco escondida era hacer carrera polí­tica, seguramente ser presidente de la República. Es muy posible que lo hubiera conseguido de no caer en la trampa que le tendió el ERP en las montañas de Morazán.

Su buen amigo Sigifredo Ochoa Pérez fue el responsable de la represión en el departamento de Cabañas, donde se produjeron numerosas masacres y el bombardeo de cientos de civiles que huí­an a Honduras cruzando el rí­o Lempa. Después, durante años y años, fue diputado de la Asamblea Legislativa y otros cargos públicos, gozando siempre de un trato correcto de todo mundo, e incluso de heroí­smo entre los suyos.

Y tantos otros. Aún hoy quedan muchos militares, ex militares y simpatizantes que defienden el asesinato indiscriminado de niños, niñas, mujeres y ancianos como una estrategia bélica válida y hasta necesaria.

Por eso, cuando la justicia, lenta pero segura, llega, no se lo pueden creer y se les instala en la cara esa grotesca expresión entre el profundo enojo y la absoluta perplejidad.

Ayer me decí­a una buena amiga que no sabe cómo esta gente puede dormir en las noches. Yo le contesté que creo que se morirán pensando que hicieron lo correcto.

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Fernando de Dios
Fernando de Dios
Colaborador

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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