Monseñor Oscar Arnulfo Romero trastocó fronteras y además de ser reconocido como un importante líder religioso, habita en la memoria histórica de un país donde las injusticias y la impunidad persisten. Se le reconoce por promulgar la “opción preferencial y solidaria por los pobres” y promover el valor de la verdad.
La misma iglesia católica señala que “es obvio que para Monseñor Romero la palabra “˜pobre”™ no tenía una connotación ideológica sino profundamente evangélica”. Por eso insistía en que también el pobre necesitaba convertirse: “La Iglesia se acerca al pecador pobre para decirle: conviértete, promuévete, no te adormezcas. Tienes que comprender tu propia dignidad” (Homilía del 11 de septiembre de 1977).
Muchos han reflexionado sobre la labor de Romero, entre ellos el sacerdote jesuita Jon Sobrino quien señala que para Monseñor decir la verdad significó también “desenmascarar el encubrimiento”. Según Sobrino, Romero desenmascaró la riqueza.
“Yo denuncio, sobre todo, la absolutización de la riqueza, ese es el gran mal de El Salvador: la riqueza, la propiedad privada, como un absoluto intocable. ¡Y ay del que toque ese alambre de alta tensión! Se quema”, eran las palabras de Romero en la homilía del 12 de agosto de 1979.
Quienes que le conocieron, recuerdan que cuando arreció la represión abrió las puertas del seminario para acoger a los campesinos que huían de Chalatenango, lo que incluso disgustó a otros jerarcas.
Sobrino, remarca que para comprender la obra de Romero hay que estar claros. “Defender supone enfrentarse con los que empobrecen, oprimen y reprimen. Para Sobrino, Monseñor no solo ayudó, sino que defendió a los pobres”, sentencia.
Óscar Arnulfo Romero, nació en Ciudad Barrios, San Miguel, el 15 de agosto de 1917. Fue párroco de Anamorós, La Unión, luego llamado a San Miguel donde estuvo 20 años. En 1970 fue nombrado Obispo Auxiliar de San Salvador y en 1974 fue nombrado Obispo de Santiago de María. Allí tuvo conoció de manera directa la realidad que afrontaban los campesinos, sindicatos y estudiantes.
Fue nombrado Arzobispo de San Salvador en 1977. Un mes después de su nombramiento fue asesinado su amigo, el padre Rutilio Grande. El suceso marcó profundamente su labor pastoral y de él retomó su lema de trabajo: “Sentir con la iglesia”.
Dedicó parte de sus homilías transmitidas por la radio a denunciar las injusticias y represiones que afrontaba el pueblo salvadoreño, llamando a la conversión y a la paz, convirtiéndose así en la “voz de los sin voz”.
Activistas y especialistas, aseguran que Romero se convirtió en defensor de los derechos humanos de los pobres y marginados sin necesidad de nombramientos oficiales. Muchas personas acudían a él para denunciar las diferentes violaciones de los derechos humanos para lo que creó la Oficina de Socorro Jurídico, más tarde llamada Tutela Legal, para investigar casos y denunciarlos frente a las autoridades de la época.
Al interior de la Iglesia Católica, la denominada “opción preferencial y solidaria por los pobres” marcó una nueva pauta, consagrando a los más vulnerables en el contexto de su misión evangelizadora.
La opción por los pobres significa una importante novedad en el rumbo la Iglesia; su novedad e importancia, sin embargo, van más allá de lo misionero-pastoral. Esta es la visión que pregonó Romero en El Salvador.
Salvador Menéndez Leal, experto en derechos humanos, sostiene que monseñor Romero fue un hombre de decisiones o de escogencias. “Felizmente cuando optó lo hizo por el excluido o marginado, por el vulnerable social, es decir, aquel que no podía pronunciar su propia palabra. Por ello, terminó convirtiéndose en la voz de los sin voz”, asegura.
Desde la perspectiva de Leal, a partir de su opción preferente por los necesitados, acompañó al pueblo salvadoreño victimizado en su legítima lucha por construir un orden social justo y democrático.
“En la visión de Monseñor Romero dirigida desde la iglesia de los pobres y desde la opción preferente por ellos, se aportó un amplio conjunto de principios de reflexión, de criterios y directrices de acción social para que se produjesen los cambios estructurales que demandaban los pecados sociales de exclusión, marginalidad e impunidad, que aún prevalecen dolorosamente en el país”, sostiene.