A medida que se acercan las elecciones en Estados Unidos, la interrogante del porqué de nuestra participación o abstención nos viene a la mente. Aunque algunos de nosotros actuamos como simples semovientes en un territorio, hay los que creemos ser parte de una nación o vivir en un estado, república o país. No obstante, todos los habitantes de este mundo vivimos en un país determinado, en realidad nuestras vidas son parte de la cultura, leyes, economía, planes e intereses de imperios en erección, apogeo o decadencia, que proponen, suponen o imponen una organización determinada, llámese capitalismo, socialismo, monarquía o república en cualquiera de sus versiones.
El historiador más popular y actualizado de nuestros días, Noah Harari, dice que los imperios son la organización más estable de las sociedades. El siglo pasado vio el ocaso de por lo menos 9 super imperios. En nuestros días, la presencia imperial de Estados Unidos, que se ha impuesto y mantenido con guerras e inclusión cultural, parece también iniciar su decadencia en su intento de convertirse en la monarquía que derrotó en la revolución que le dio origen como nación.
La penetración económica insoslayable de China en las vidas de los que habitamos el hemisferio occidental nos sitúa al umbral de un anunciado nuevo imperio y otro que se desplaza lentamente. Esta dinámica se ha agilizado durante la administración Trump y su política y visión nacionalista de aislamiento del mundo, incrementando la presencia del gigante asiático, al cederle la influencia que otrora Estados Unidos tuvo en África, Europa y América Latina. Si bien la política de aislamiento y nacionalismo de Trump pueda ser sólo un interludio caprichoso en la política doméstica y exterior de Estados Unidos, mucho del territorio cedido en materia internacional difícilmente tenga vuelta atrás, como le ocurrió a los alemanes y otomanos que sucumbieron el siglo pasado. En cuatro años más de gobierno, Trump aceleraría aún más esa dinámica de retiro de los organismos y compromisos internacionales, especialmente en materia comercial, ambiental y derechos humanos.
No obstante lo imperceptible, pero innegable del impacto chino en nuestras vidas, la mentalidad de la guerra fría fenece en las nuevas generaciones, al paso de un consumismo pragmático que le resta importancia a la realidad manifiesta en el origen de los productos y servicios que satisfacen sus necesidades cotidianas. China es un imperio que se impone sin disparar una bala. Por si el avance de un imperio chino es poco, potencias como Rusia, India y Alemania también aumentan su presencia en la arena mundial que cada día parece tragarse el poderío económico norteamericano.
En lo doméstico, el enfrentamiento social entre americanos también se ha acelerado, erosionando el estado de derecho y protocolar que ha ha dinamizado la cohesión nacional de diferentes perspectivas en la experiencia estadounidense. En un ambiente de rechazo y encono de la brutalidad policiaca, y lucha de las mujeres y minorías raciales por sus derechos civiles, las campañas presidenciales se están pareciendo a las de una “ republica bananera,” en cuanto a sus amenazas de fraude y violencia. Los conatos de secuestro de la gobernadora Gretchen Whitmer del Estado de Michigan y la presencia de sujetos armados en alrededores de edificios públicos, amenazan con violencia electoral, típica de caudillos en países subdesarrollados.
Son estas escenas que vuelven cruciales las próximas elecciones de Estados Unidos. Es la decisión entre una carrera acelerada hacia el desmantelamiento del sistema republicano de pesos y contrapesos que ha sostenido la continua estabilidad política de un estado de derecho, o el retorno a la conciliación interna y reconexión internacional de Estados Unidos. La inseguridad y estado de emergencia que trajo la pandemia provocada por el Covid el último año de la administración Trump, han escondido el desmoronamiento institucional en materia de medio ambiente, derechos humanos y salubridad, por nombrar unas cuantas. La clase media del país se ha sentido golpeada por la política tributaria, y el desmedro del ejercicio de sus derechos civiles durante los 4 últimos años. Las minorías especialmente, las mujeres, las personas de color y los inmigrantes han visto sus derechos ser pisoteados sin poder defenderlos dentro del sistema judicial del país. Es más, la consolidación de una corte suprema super conservadora, con el remplazo de la magistratura de Rith Bader Ginsburg, con Amy Coney Barrett, deja a estas minorías en situación de desesperanza peor a la que vivieron durante los 4 años de Trump.
La erosión de la democracia en detrimento de los inmigrantes y personas de color es la que vuelve imprescindible la concurrencia de latinos a ejercer el sufragio en estados como Florida, Texas y Arizona. Si bien el distanciamiento social requerido por la pandemia reduce la movilidad de votantes estos días, las diferentes formas de ejercicio del sufragio y la movilización de activistas, partidarios y personal de los partidos está incrementando el voto en los próximos comicios. Millones de votantes se han abocado a las urnas en casi una decena de estados, incluyendo estados claves como Florida, Michigan y Pennsylvania. Casi 30 millones de votantes ya han emitido su voto.
Los latinos más que nunca tendrán la oportunidad de hacer la diferencia en estas elecciones en estados como Arizona, Florida y ojala que en Texas. Su voto significaría no sólo una expresión de rechazo, indignación o sumisión a las políticas antiinmigrantes que han dividido a la familia latina política y físicamente, sino una esperanza en la lucha por un futuro mejor con un nuevo congreso. Aunque los votantes latinos son en su mayoría nacidos en Estados Unidos, los naturalizados y muchos de los padres de los nacidos y descendientes de inmigrantes, recienten las políticas antimigrantes de Donald Trump y el desdeño ofensivo con el que se refirió a los países latinoamericanos como “hoyos de mierda.” Los ciudadanos de origen salvadoreño, haitianos y de otras nacionalidades cuyos coterráneos perdieron el sistema de protección temporal, TPS, van a tener en el voto la oportunidad de defender a sus hermanos de las políticas de encarcelamiento de niños y reducción de la migración legal en cadena que unifica las familias, como una tradición americana.
El ataque abierto de Trump a individuos de nacionalidades, como EL Salvador, Honduras, Guatemala y Haití, ha hecho que muchos de sus hermanos que son ciudadanos se organicen en Comités de apoyo a Joe Biden y Kamala Harris en estados de alta presencia de estos grupos poblacionales. Si consideramos que entre los más de 90 millones de ciudadanos que no ejercieron su voto en las elecciones presidenciales del 2016, hay muchos latinos especialmente salvadoreños y haitianos, estos grupos pueden hacer la diferencia en Arizona, Florida y Texas. Ojalá los latinos no se queden en casa el día de las elecciones y asistan a la cita histórica este 3 de noviembre. Se espera que el voto latino haga historia en defensa de sus derechos, el país y el sistema democrático que garantiza su presencia y derechos civiles y humanos en Estados Unidos. Un voto masivo de Latinos en Texas podría decidir si queremos monarquía o república en estos comicios.