A raíz de mi columna de la semana pasada (“Lo nuevo del escenario“) varias amistades reaccionaron alarmadas interpretando que apoyo a Bukele. Mi tema no era Nayib, mi tema era el escenario. Mis preguntas eran: ¿por qué tanta gente dice que votará por él?, ¿qué significa?, ¿qué consecuencias tiene? Pero, al no atacarlo, entienden que lo estoy defendiendo. Han hecho preguntarme: ¿en qué coincido yo con Nayib? Coincido en una cosa bien básica: tampoco yo quiero que gane Carlos Calleja.
No quiero que gane porque representa a la oligarquía de este país, que desde hace tres años viene impulsando su candidatura, y porque es el candidato del imperio (el preferido de la Embajada). Y porque soy igual de fanático que Gerard Piqué, quien manifestaba “como soy del Barca, yo siempre quiero que pierda el Real Madrid”. Pues a mí me pasa lo mismo con Arena. En eso no he cambiado. Tal vez el día que Arena cambie, cambiaré yo también.
Le doy la razón a Bukele cuando afirma que, de no participar en estas elecciones, le dejaba servido en bandeja el triunfo a Calleja. Acepto que inscribirse en GANA era la única opción que le dejó el TSE, al no legalizar a tiempo a Nuevas Ideas e ilegalizar a Cambio Democrático. Nayib sabía que pagaría un fuerte costo político. Pero decidió asumir el riesgo. Lo considero un acto de audacia política. Podría compararse, aunque tal vez sea exageración mía, con algo que hizo Lenin en 1917.
El dirigente bolchevique estaba en Suiza, exiliado, cuando triunfó la revolución de febrero. Lenin necesitaba regresar cuanto antes a Rusia, a toda costa. ¿Cómo hacerlo si el ejército alemán, en plena guerra mundial, controlaba el territorio? Lenin atravesó media Europa, desde Suiza hasta Finlandia, por ferrocarril en un vagón sellado. Le urgía lograr su objetivo. Sus adversarios lo acusaron de haber negociado con el enemigo, de ser un agente de los alemanes. Con audacia asumió el riesgo político. Y desde abril recondujo a su partido hacia lo que sería la revolución de octubre.
Comparar a Nayib con Lenin es una evidente exageración, pero el paralelismo sirve para exponer mi punto de vista: debe separarse lo secundario de lo esencial, los medios de los fines, al momento de juzgar una actuación política.
Al congreso partidario donde se definió candidato podían participar unos 10 mil afiliados. Bukele no tenía partido, pero podía mostrar 200 mil apoyos que recibió para inscribir Nuevas Ideas. El cálculo es fácil: veinte seguidores de Nayib por cada militante de GANA. Eso explica que en la papeleta no vaya la bandera naranja, sino los nuevos colores de GANA: un celeste bastante similar al color cian de Nayib, con la silueta de la golondrina que identifica al candidato. Éste necesitaba un vehículo y el partido carecía de piloto ganador. Es lógica simple.
Cerca del 60% de la población, según todas las encuestas serias, así lo entiende. Y decidió apoyarlo. No estoy mostrando una preferencia: planteo un hecho.