Por Gabriel Otero
Mi madre fue migrante, mi padre también, tengo raíces en tres continentes y familia en una decena de países, soy de allá además de acá, si no nací aquí fue por casualidad y si crecí ahí no lo elegí, en realidad me da igual.
He vivido fuera 34 años, los 23 restantes fueron días de infancia y de juventud profesional, estoy bien en cualquier parte pero no soy de ninguna, no me digas que esta no es mi tierra cuando me he destrozado las manos por ella, no me digas que no soy de aquí si nos cobija la misma noche, no me digas que me vaya porque me he ganado el derecho a sembrar mis plantas en este suelo.
No me llames marero si no te gusta que te digan narco o secuestrador, gente mala es hiedra incómoda que se trepa en cualquier lugar, no me hagas lo que a ti no te gusta que te hagan si al fin y al cabo tenemos la misma piel y vemos con los mismos ojos.
Yo al igual que tú me gano comida y sustento, yo no te quito nada, ni el sueño ni la risa ni algo que se le parezca, nada ganas con perseguirme, los dos somos granos de arena y habitantes del mundo.
Me esfuerzo el doble que tú para añorar cosas que no valen la pena, me desgasto el triple para existir y recordar lo que dejé atrás y se fue volando.
Qué más da que esté aquí o allá, si mi hogar es adonde me lleven mis pies, de allá vengo y para allá voy, me puedo quedar para acompañarnos en lo cotidiano o puedo partir a buscar otras auroras.
Migrante soy como cientos de miles, déjame seguir el camino para acariciar al sol, déjame soñar que algún día llegaré.