Estas palabras, sinónimos de horror, son las que a diario afronta mucha gente en El Salvador por la ola de violencia interminable, de la que no escapan niñas, jóvenes, mujeres…
Por ejemplo los recientes asesinatos de cuatro mujeres y dos niñas, fueron cometidos con frialdad por personas que han perdido todo humanismo (quien sabe si lo tuvieron) y turbaron una vez más a la sociedad. Aunque escandalosamente haya quienes usen redes sociales para aprobarlos.
Pero algunos medios, aunque destacaron en sus espacios los crueles asesinatos de una mujer embarazada, su hija y una nieta de cuatro meses en un barrio pobre de Ciudad Delgado y otra mujer de mediana edad junto a sus dos hijas, la menor de 8 años, en la colonia Quezaltepec de Santa Tecla, aludieron principalmente un combate en el que murieron 6 pandilleros y 2 policías. Y no es que esas vidas valgan menos.
En el triple asesinato en Delgado, las dos mujeres dormían y cerca de medianoche habrían llegado hombres armados que –según vecinos posteriormente entrevistados- dijeron ser policías y luego los tiros. A la mañana siguiente cundió la noticia que alarmó.
Un agente policial dijo a periodistas que la abuela, una mujer de 42 años, embarazada por su relación con un pandillero que está en la cárcel, herida alcanzó a llamar por teléfono a alguien y le dijo lo que sucedió, que la nena estaba viva, pero necesitaba atención médica. No se sabe cuánto tardó en llegar el auxilio, pero no fue posible salvarle la vida, tampoco a la mujer.
Por ese caso no se ha detenido a nadie. El otro triple asesinato ocurrió una semana antes y los asesinos no usaron armas de fuego, probablemente cuchillos o cualquier otro objeto filoso. La razón era el robo y lo más grave es que la familia conocía a uno de los criminales y por eso habría entrado sin dificultad al hogar en pleno día. Dos hombres fueron capturados, de inmediato presentados a la prensa y enfrentarán la justicia.
En la matanza de Delgado los vecinos de la zona oyeron las explosiones, pero nadie salió a ver lo que pasaba. Temerosas las familias se refugiaron en sus covachas y rogando de que nadie llegara a tocarles la puerta. En el otro crimen parece que tampoco nadie alertó a las autoridades. El temor cunde y hasta los mismos policías lo tienen. En poco más de tres meses han muerto violentamente 15 agentes y el año pasado fueron más de 60. Razones para temer las hay.
En 2015 hubo 6,675 asesinatos, un promedio diario de 23.5 homicidios y con la escalofriante cifra de 103 crímenes por cada 100,000 habitantes, una epidemia que nos ha dato el nada honorífico título del país más violento del mundo.
A veces ni cuenta nos damos o como pasa lejos y a otras familias, pareciera que ignoramos esa triste realidad.
Según registros de la policía o del Instituto de Medicina Legal, divulgados por la prensa, del 1 de enero a la primera semana de abril fueron cometidos 2,068 homicidios, cuatro menos de los cometidos en el mismo periodo de 2015, aunque no deja de provocar consternación.
Y es que nuestra sociedad está enferma. Una larga guerra civil en la que murieron unas 75,000 personas –la mayoría civiles-, miles resultados heridos y unos 12,000 quedaron lisiados, así como al menos 8,000 siguen desaparecidos, provocó traumas de los que no todos nos salvamos.
El fin al conflicto fue negociado y se firmó la paz en enero de 1992, nunca se violó al cese al fuego pero siguieron los crímenes, en una especie de enfrentamiento social silencioso que fue creciendo en la medida que las pandillas se fortalecían.
Hoy esos hijos o nietos de la guerra están vinculados, de una u otra forma, al actual clima de violencia y al que nos resistimos a llamar “guerra”. Las pandillas, que eran juveniles, al concluir el cruento conflicto armado son adultos y pasaron de socialmente desadaptados, por el abandono de la familia y otras razones sociales, a violentas estructuras delincuenciales vinculadas al crimen organizado y fechorías a lo grande.
La enfermedad social se expresa en el violento uso del lenguaje, a través de las cada vez más populares redes sociales o medios digitales. Por ejemplo un tipo, que ni siquiera se identificó en uno de esos medios escribió sobre la matanza en Ciudad Delgado: “La vieja preñada y la hija de 22 años si eran pandilleras me alegro mucho que se las hayan quebrado. Con la muchachita pequeñita el problema es que cuando creciera y se desarrollara en ese mismo ambiente, seguro que llegaría a convertirse en una pandillerita más…” Justificación deshumanizada.
Otro con más sentido de compasión escribió en el mismo medio: “Lamento esta barbarie, señor presidente pronúnciese por favor, es injusto ver este tipo de noticias, es la peor barbarie que hayamos visto (el crimen) a una niña de cuatro meses…”
No todo está perdido, hay mucha gente clamando por una convivencia sin violencia, y son más los que suspiran y exigen se acabe el derramamiento de sangre diario, en el que una generación de jóvenes están en peligro si no logran emigrar a otros confines.