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México Distrito Federal

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Si uno quiere practicarse la eutanasia prematura o fastidiarse la vida de forma gratuita, se debe residir en el Distrito Federal, aquí los días terminan antes del amanecer y las noches son cortas y frías.

Hace tiempo el poeta Efraín Huerta le declaró su amor y odio a esta ciudad adonde todos se miran sin ver y caminan sin rumbo, siempre con la prisa de sentirse importantes. Los he observado en los parques o en el transporte público, en los cines, plazas y restaurantes, los persigue esa idea del tiempo que se hace agua en las manos.

Es el universo de los chilangos, viven hacinados en departamentos  cargando en sus espaldas el privilegio o estigma de haber nacido aquí. En provincia son sagaces o prepotentes, competitivos o astutos, frágiles a veces, se sienten desnudos sin su ciudad pero esta los olvida desde el momento en que se van.

La ciudad también es espléndida y bella, baste caminar sobre el Paseo de la Reforma para sentirse dueño de la Diana Cazadora y levitar junto al Ángel de la Independencia o tan sólo contemplarla de noche con su marea de luces que compiten con el manto estelar.

Es una ciudad con opciones aunque haya que formarse para cualquier cosa, pareciera que todo fuese gratuito, hay gente por todas partes y a todas horas que pululan en un hormiguero buscando algo sin saber qué es.

Así es el Distrito Federal, ciudad orgullosa e inmensa, como cualquier mujer, nadie puede ufanarse de conocerla entera. Todos los días se traga a cerros, lomas y oteros para crecer.

Es ruidosa, goza de la algazara, hierve a cada instante, no es París ni es Nueva York es México City, la amada y la odiada, la que chupa la vida y se vive para ella.

Cualquier capitalino me exiliaría ipso facto si hablara mal de su ciudad, la única ventaja de irse a provincia sería poder escudriñar a alguna estrella languideciendo de nostalgia por desaparecer.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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