O el jaqueo cibernético en la era del Plan para la Prosperidad Oligárquica.
He recibido un ataque cibernético mediante el cual suplantaron mi identidad y la de otros usuarios de mi red domiciliar, de modo que me han llegado anónimos y algunos de mis contactos recibieron mensajes que parecían enviados por mí y por otros usuarios de mi red, ya que los hackers se apropiaron de mi dirección IP. Estos mensajes apócrifos aparecen como si salieran de computadoras ubicadas en mi casa y desde mi dirección IP. Pero, como dije, ésta fue jaqueada y usada por los hackers desde donde ellos se encuentran. Pido por eso a mis contactos tener esto en cuenta en el caso de que hayan recibido de mí o de otras personas, mensajes “extraños” relacionados conmigo.
La limpieza de mis equipos electrónicos ya fue realizada, a fin de subsanar esta incómoda situación. Por eso, ahora, es visible el pertinaz intento de infiltrar estos equipos con malware por parte de quienes se dedican a espiar las comunicaciones electrónicas privadas y a simular mensajes a segundas y terceras personas, con la intención de embrollar las relaciones amistosas o afectivas del usuario jaqueado. Por todo esto, cambiaré mi dirección IP. Y en los próximos días cambiaré de casa. Esto no lo hago —es claro— para volverme invisible ante el espionaje político e ideológico, pues eso es imposible, sino sólo para tomar distancia de un entorno que ya se me volvió asfixiante.
A mis hackers les comunico que su mensaje ha sido recibido, con lo cual cumplo con el protocolo usual de los servicios de inteligencia. Pero también debo agregar que, por razones íntimas, me es imposible dejar de pensar fuera del redil de borregos y sobre todo dejar de decir y escribir lo que pienso. Por eso mismo me veo obligado a continuar emitiendo mis juicios con criticidad (ejerciendo mi criterio y no el del rebaño) y radicalidad (yendo a la raíz causal de los problemas que analizo e interpreto). Pues, comprenderán ustedes, amables enemigos, que si dejara de hacerlo, mi vida se convertiría en una llamita que lentamente se apagaría ante el soplido del viento, y se tornaría una voluta de humo que, como todo lo que fue sólido en el Medioevo —según el decir de nuestros comunes amigos Marx y Engels—, se desvanecería en el aire de nuestras muy (pre)posmodernas e interconectadas relaciones capitalistas de producción (je).
Sigo, por todo lo dicho, convencido de que el poder oligárquico ha sido restaurado y fortalecido por medio de lo que ha ocurrido aquí desde el año pasado, y de que hay empresarios, militares y capas medias de derecha, así como dispersos grupos de izquierda, que coinciden en que al obligar a los oligarcas a pagar impuestos y al Gobierno a ampliar la base y la carga tributaria —incluyendo en ello a las pobrerías y a las capas medias—, lo que se está haciendo es financiar a un Estado que ahora será más oligárquico que nunca —aunque “incorrupto”— para que administre con eficiencia el Plan para la Prosperidad del Triángulo Norte. O sea, la militarización de las fronteras para contener migrantes y proteger las inversiones de más mineras, más hidroeléctricas, más cementeras, más palma africana y más caña de azúcar, y para escenificar mejor la lucha contra el narcotráfico e intervenir en masa las telecomunicaciones; todo, para alargar por siempre la abnegada “lucha contra la corrupción”. Urge por ello construir una alternativa más digna y soberana frente al actual engendro entreguista del izquierdoderechismo neoliberal.