jueves, 5 diciembre 2024
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Memoria de grandes fallecidos

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A pocos dí­as de concluidos las desgastantes turbulencias de las elecciones presidenciales, e independientemente de los resultados, parece que, poco a poco, las aguas volverán a su nivel y la tranquilidad irá retornando al pueblo salvadoreño.

Comprensibles el regocijo de unos y el desencanto airado de los otros, pese a que de estos últimos -con algunas excepciones- persisten: la descalificación, los pronósticos fatalistas, las acusaciones infundadas, los epí­tetos insultantes, los prejuicios y la ironí­a profunda, producto de un odio insuperable quien sabe venido de dónde. Pero, si interesa el del bien paí­s, será imperativo impulsar señales de paz, comprensión, tolerancia, trabajo solidario y, sobre todo, esperanza.

Para renovar e impulsar con real patriotismo esos dones y virtudes, conviene un cambio de actitud ciudadana y asumir verdaderas muestras de fraternidad, amistad solidaridad, honrando la memoria de los heroicos salvadoreños, que fueron verdadero testimonio de entrega, hasta de su vida, en la búsqueda de una Patria mejor. No significa abolir o negar el diálogo, las ideas contrarias o las propuestas diferentes; al contrario, se trata de sustentarlas y saber administrar su discusión

Independientemente, de las múltiples acciones que demandan los distintos rubros de la vida nacional, la memoria histórica muestra heridas siempre abiertas, sin justicia para las ví­ctimas, mientras sigue rondando la impunidad. Los mártires, los grandes fallecidos, los que cayeron abatidos por la violencia oficial, en distintas fechas y lugares, ví­ctimas por su demanda de justicia y su lucha popular, son la memoria viva, que puede contribuir a la búsqueda de la paz, la tranquilidad y la armoní­a, en el marco de la convulsión social, polí­tica y cultural que agobia al paí­s.

Es la memoria de millares de muertes, producto de la violencia irracional, orquestada por fuerzas oscuras, algunas todaví­a gozando de inhumana impunidad. Ninguna muerte fue menos dolorosa que el resto, todas fueron duro golpe a la conciencia popular, una lista extensa que por espacio es imposible consignarla completa, pero en recuerdo y homenaje a todos los caí­dos, a manera de ejemplo, estos son algunas de ellas:

San Oscar Arnulfo Romero (24 de marzo de 1980), Anastasio Aquino (24 de julio de 1833 ), Roque Dalton (10 de mayo de 1975), Farabundo Martí­ (21 de enero de 1932), Ignacio Ellacurí­a S.J. (16 de noviembre de 1989); Enrique ílvarez Córdova (27 de noviembre de 1980), Rutilio Grande (11 de marzo de 1977), Juan Chacón( 27 de noviembre de 1980), Alfonso Hernández (10 de noviembre de 1988), Jaime Suárez(10 de julio de 1980)… y tantos y tantos ciudadanos más, de omisión involuntaria, cuyo recuerdo estará siempre en el corazón los salvadoreños.

Además, los numerosos asesinatos colectivos; es decir, las tantas masacres -en distintos lugares y fechas- a nivel nacional, entre ellas: Tres Calles (26 de noviembre de 1970), Santa Rita, Tejutepeque, Cabañas (18 y 24 de enero de 1980), Rí­o Sumpul (13 de mayo de 1980), La Guacamaya, Meanguera, Morazán (11 de octubre de 1980), El Mozote (diciembre de 1981), El Calabozo (22 de agosto de 1982), Copapayo (4-5 de noviembre de 1984); y los asesinatos selectivos de: los dirigentes del FDR (noviembre de 1980), las religiosas Maryknoll (diciembre de 1980), los Padres Jesuitas (noviembre de 1989) y tantas otras, en las que fueron vilmente masacradas humildes familias campesinas, algunas todaví­a en la impunidad.

La demanda de justicia por tantos de los fallecidos -sin ánimo de venganza o revanchismo- se vuelve, más que necesaria, urgente. Es un imperativo de paz. Los caminos torcidos que duelen como paí­s, aunque son triste herencia de muchas décadas atrás, deben ser reorientados en los aspectos social, económico, polí­tico y cultural, si de veras se quiere ser consecuente con los anhelos de paz y justicia, con los que soñaron aquellas generaciones de patriotas salvadoreños.

Para sanar las heridas, será necesario continuar con la revisión de los casos de los grandes fallecidos -casos en su mayorí­a impunes- en aras de lograr la real y humana justicia. Para eso, desde luego, se precisa retomar el ejemplo de sus aspiraciones patrióticas, su conciencia popular y su entrega incondicional, para superar la crisis integral que, hoy por hoy, abate a la sociedad salvadoreña, honesta y laboriosa.

Sin prejuicios, despojados del perjudicial patrioterismo y, por el contrario, con intentos nobles de aproximación a la fraternidad, a pesar de las comprensibles y respetables diferencias, una nueva era presidencial -a partir del 1º de junio/2019- puede ser el camino hacia un destino mejor para El Salvador.

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Renán Alcides Orellana
Renán Alcides Orellana
Académico, escritor y periodista salvadoreño. Ha publicado más de 10 libros de novelas, ensayos y poemas. Es columnista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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