En tiempos antiguos, antes de la existencia de los medios de comunicación de masas, los gobernantes empleaban métodos de sentido común para conocer la opinión del pueblo: audiencias, consejeros, asesores, figuras representativas, liderazgos locales, informantes y hasta espías infiltrados en lugares públicos. De esa manera, podían hacerse una idea general de lo que pensaban las personas, aunque de manera bastante difusa y a menudo filtrada por el sesgo de quienes servían de canal de comunicación.
La llegada de los “mass media” en el siglo XX transformó este panorama. Tanto la prensa impresa como la radio y la televisión comenzaron a funcionar como canales relativamente más accesibles para expresar inquietudes y opiniones; aunque siempre estuvo de por medio la ideología y los intereses de sus propietarios, controlando contenidos y agendas. En esta nueva dinámica comunicativa, aparecieron y fueron cobrando cada vez mayor relevancia los sondeos de opinión pública, siendo su pionero George Gallup, fundador del American Institute of Public Opinion en 1935, quien incorporó métodos científicos de muestreo, logrando que los resultados de las encuestas fueran mucho más confiables y se pudieran extrapolar a toda la población.
Entretanto, en el trasfondo social estuvieron los mecanismos tradicionales de expresión popular: las marchas y manifestaciones de calle, que jugaron un papel importante para visibilizar el descontento o el apoyo de las personas hacia un tema, complementando e intensificando su influencia en la opinión pública a través de la prensa, la radio y la televisión que, al cubrir estas demostraciones públicas, amplificaban su alcance y mostraban la magnitud del respaldo o rechazo a ciertas causas.
Sin embargo en el siglo XXI, con la llegada de las redes sociales, la forma en que la población expresa sus opiniones, inquietudes y exigencias está cambiando drásticamente. Ahora, las redes sociales generan instantáneamente eso que antes era exclusivo de los grandes medios: la opinión pública. La gente se expresa continuamente sobre diversos temas, dando sus opiniones sin intermediarios y generando contenido. Esta es una voz más directa e inmediata que la expresada en cualquier otro medio, ante la cual los funcionarios se ven obligados a reaccionar rápidamente, en especial cuando los temas son tendencia o se viralizan, pues corren el riesgo de dañar su imagen o perder apoyo electoral del soberano.
Es un hecho que las redes sociales han dado lugar a nuevas formas de activismo. Los movimientos sociales han encontrado en las redes una plataforma para reunir a millones de personas en torno a causas compartidas. Esto las convierte en herramientas de expresión que pueden influir en decisiones políticas de manera directa, muchas veces superando en efectividad a las tradicionales marchas, que en el caso particular de El Salvador pareciera que han ido quedando como reliquias y recursos anacrónicos (lo cual se explicaría en parte porque la izquierda, principal organizadora de las grandes manifestaciones de décadas anteriores, decepcionó y traicionó los ideales que llevaron a tanta gente a ofrendar incluso sus vidas en aquellas movilizaciones históricas del pasado).
Ciertamente, en esto de las redes sociales hay riesgos y desafíos, tales como la polarización, la desinformación, la manipulación y la dificultad de interpretar correctamente la amplitud y profundidad de las opiniones populares; pero lo cierto es que ahora la población puede hacer oír su voz directamente a través de estos medios para acompañar, orientar, presionar y reclamar a quienes les ha delegado el poder, de una manera que antes no era posible, con mayor expectativa de que se le escuche y se le responda.