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Matando moscas a cañonazos

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La ciudad amaneció sorprendida por el despliegue de tanquetas y otros vehí­culos militares en avenidas, calles y plazas. Es como parte de un nuevo plan de seguridad ciudadana, se informó. Pero la medida ha generado múltiples comentarios, irónicos y hasta jocosos la mayorí­a, crí­ticos todos ellos. Pues huele en realidad a campaña electoral. Y a demagogia. Y a ineficacia. Y a desesperación.

Pareciera que a la “inteligencia policial” se la quiere acompañar, en una falsa dialéctica, con su opuesto dialéctico: la “estupidez gubernamental”. Pues difí­cilmente se podrá argumentar que el sacar vehí­culos blindados a la calle pueda ayudar en algo a los planes de seguridad y convivencia ciudadana. De hecho, no se respalda la decisión con algún tipo de recomendación de la Comisión creada con dicha finalidad. Emana de la Presidencia de la República, con un rol destacado de la Vicepresidencia. Es decir, el señor Óscar Ortiz, “candidato natural” a participar en una futura fórmula presidencial del partido gobernante.

Ví­ctima directa de la nueva táctica efectista fue un pobre ciudadano al que hallaron encima una porción de marihuana valorada en tres dólares. Ése fue el único “triunfo” que las autoridades pudieron mostrar en la jornada inaugural del despliegue militar urbano. Esposado y conducido a bartolinas, su nombre y rostro fue ampliamente difundido por los medios de comunicación, como si de un peligroso delincuente se tratase. Su reputación y buen nombre quedarán irremediablemente manchados, tal vez para siempre.

Injustamente. Pues si examinamos con cuidado la cuestión hallaremos que el caso refleja una confusión jurí­dica grave. Deriva de equiparar el tráfico y la comercialización de drogas con su consumo. El delito del narcotráfico es un delito “contra la salud pública”. ¿Cuál es el bien agraviado? La salud. Entonces al considerar delincuente al consumidor se incurre en la confusión entre ví­ctima y victimario. El Estado falla en no proteger al consumidor, controlando e impidiendo al vendedor de droga ilegal. Por tanto, las autoridades fallan doblemente, revictimizan al pobre consumidor, adicto quizás, al tratar como delito el consumo y como delincuente al consumidor.

Triste y vano éxito represivo el que se quiso mostrar ese dí­a, capturando al pobre hombre, bajándolo del bus y exhibiéndolo ante los reporteros, que demostraron falta de ética y poco filo periodí­stico. Mala práctica de las “fuerzas de orden” que generaron puro desorden y cero avance en combatir las pandillas y la criminalidad. La inseguridad imperante es un drama demasiado serio para andar ensayando farsas teatrales. Es hora de dignificar el verdadero circo y ya no rebajar la polí­tica a una payasada barata.

Se cuenta que Kong fuzi (el maestro Kong, Confucio para los jesuitas llegados a China) observó que un zancudo se habí­a posado sobre uno de sus testí­culos. El maestro no se movió. Se quedó reflexionando. Consideraron después sus discí­pulos que sus conclusiones eran aplicables al mundo de la polí­tica. Su reflexión fue: no siempre se debe usar la fuerza; hay problemas que no conviene buscar resolverlos dando un manotazo.

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Ricardo Ribera
Ricardo Ribera
Columnista Contrapunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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