viernes, 13 diciembre 2024

Los salvadoreños que murieron en Auschwitz

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Entre 1942 y 1944, el coronel Castellanos y Mandel-Mantello también montaron una operación ilegal y clandestina para dotar de certificados de nacionalidad a miles de judíos, gitanos y otras etnias y nacionalidades perseguidas por los nazis

Es el 20 de enero de 1942. En la Villa Monoux, a orillas del río Wansee, en la capital del Tercer Reich alemán,  la alta jerarquía del régimen nazi se reúne y adopta la que será llamada “solución final para el problema judío”: la deportación y exterminio sistemático de millones de judíos en varios de los 219 campos de concentración establecidos desde la década de 1930 en diversos puntos de la Europa ocupada.

Muy pronto, miles de personas pasarían a ser desnudadas y rociadas con el mortal gas Zyklon B, fusiladas en masa y sus cuerpos incinerados en los hornos crematorios o enterrados en enormes fosas comunes. Muy pocos lograron escapar de aquellos horrores inimaginables y fueron quienes contaron todo al mundo.

Uno de los que escuchó el mensaje fue el millonario judío-transilvano George Mandel-Mantello, quien por entonces se encontraba refugiado con su esposa en Ginebra (Suiza), donde el cónsul y coronel salvadoreño José Arturo Castellanos le había otorgado el rango de Primer Secretario del Consulado General de El Salvador en esa ciudad. Un cargo ficticio, sólo aplicable a una embajada, que tampoco contaba con el respaldo del gobierno del brigadier Maximiliano Hernández Martínez pero sí con el beneplácito del gobierno helvético.

Desde aquel cargo, Mandel-Mantello montó un servicio de comunicaciones para denunciar ante las potencias aliadas esa Solución Final de los nazis, pero ese enorme despliegue de cartas y denuncias no logró paralizar la inmensa maquinaria de exterminio implantada por diversos países. Las vías de los ferrocarriles estatales y privados conectados y dirigidos hacia Auschwitz-Birkenau y otros campos jamás sufrieron un atentado o un bombardeo por parte de los zapadores o la aviación de los aliados. Hasta casi el fin mismo de la Segunda Guerra Mundial, los vagones de los convoyes Sonderzüge siguieron sus trayectos con sus cargas mortales a bordo.

Entre 1942 y 1944, el coronel Castellanos y Mandel-Mantello también montaron una operación ilegal  y clandestina para dotar de certificados de nacionalidad a miles de judíos, gitanos y otras etnias y nacionalidades perseguidas por las tropas nazis. Aquella simple hoja de papel no era ni un acta de nacimiento ni un pasaporte, pero le otorgaba plenos derechos de nacionalidad salvadoreña a la persona que lo tuviera en su poder. Incluso, parejas o familias enteras vieron escritos sus nombres y estampadas sus fotografías en aquellos documentos.

Las SS se sorprendieron al ver aquellas primeras hojas -redactadas en castellano, francés, alemán e inglés- en manos de diversos prisioneros en campos de concentración en las cercanías de París, Budapest y otras ciudades. Aquellos papeles falsificados, legalizados por notarios suizos, les causaban confusión a los capos y a sus jefes. 

No era lo mismo tener entre alambradas a un prisionero judío que a un ciudadano de un país aliado pero no combatiente. Para eso estaban otros campos, como los llamados ILAG (abreviatura de Internierungslager), donde se apiñaban miles de civiles o de soldados aliados, bajo la vigilancia directa del Comité Internacional de la Cruz Roja. Este fue el caso del ILAG VII Laufen-Tittmoning, Baviera, cerca de la frontera alemana con Austria, donde permanecieron recluidos varios originarios de Sonsonate, a la espera de ser canjeados por prisioneros del Eje retenidos por las tropas aliadas o ciudadanos de Alemania, Italia y Japón enviados a diversos campos de reclusión en zonas del sur de los Estados Unidos.

En pocas palabras, un certificado de nacionalidad salvadoreña, por muy falso que fuera en la realidad, otorgaba a la persona que lo poseyera una mínima esperanza de ser enviada a un campo distinto y tener opciones de salvar su vida. O, al menos, eso se creía.

El 3 de junio de 1944, la Legación o misión diplomática de los Estados Unidos de América en Berna (Suiza) le escribió al gobierno salvadoreño del general Andrés Ignacio Menéndez para preguntar acerca de la validez legal de los certificados de nacionalidad que obraban en poder del señor Simche Binnem Benedickt Hacker y otras personas recluidas en el campo de Drancy, al noreste de París. Ese centro de detención y tránsito permaneció abierto desde agosto de 1941 hasta agosto de 1944. Por ese sitio pasaron 9 de cada 10 judíos enviados a la muerte en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. De toda Francia salieron 79 convoyes destinados a los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau y otros. Sólo de Drancy salieron 67. Más de 76 mil judíos fueron enviados a la muerte.

Los campos de concentración no eran un asunto tan desconocido para el gobierno salvadoreño. En marzo de 1942, el Consulado General en Ginebra informó al gobierno del brigadier Hernández Martínez de que cuatro compatriotas estaban confinados en el campo nazi de concentración Royallieu de Compiègne (Oise, Francia), que funcionó del 22.jun.1941 al 26.agto.1944. Ese campo nazi fue más conocido como Frontstallag 122. Se usaba como sitio de tránsito. Entre 1942 y 1944, de allí salieron 49860 judíos hacia diversos campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau, Dachau, etc. De hecho, el primer tren francés hacia un campo de exterminio salió de ese lugar. El grupo familiar salvadoreño detenido en ese campo nazi francés estaba encabezado por el millonario Federico Aguilar Meardi, quien años más tarde sería campeón nacional de tenis de El Salvador, tras ser liberado por gestiones del gobierno salvadoreño.

Pese a ese conocimiento previo, el gobierno salvadoreño desconocía por completo la existencia de la operación clandestina del Consulado General de El Salvador en Ginebra para rescatar judíos de los campos de concentración nazis en Europa, por lo que su respuesta, enviada en julio de 1944, fue negativa. Al pie de la misma iba la firma del poeta, químico y empresario migueleño Dr. Julio Enrique Ávila, ministro de Relaciones Exteriores y creador de la frase “El Salvador, Pulgarcito de América”.

Por asuntos de la guerra, las comunicaciones telegráficas y postales eran muy demoradas. En muchas ocasiones, ni siquiera llegaban a su destino, por la destrucción de las vías de comunicación o por el hundimiento de los barcos en el Atlántico. Esa demora afectó al señor Hacker y al resto de su compañeros retenidos en el campo de Drancy.

El 11 de enero de 1944, el Consulado General de El Salvador en Ginebra (Suiza) extendió un certificado de nacionalidad salvadoreño para el judío Benedickt Hacker. Nacido en la austríaca Kobersdorf, el 8 de septiembre de 1881, residía en el número 25 de la calle de Boeuf, en Lyon, Francia. Pocas semanas después, fue capturado por los nazis y recluido en el campo de Drancy.

 Uno de los vagones que salieron de Drancy se usa como monumento conmemorativo

Allí mismo estaba Arthur Samuel, nacido el 13 de junio de 1904 en la localidad alsaciana de Saverne y residente en el número 15 de la calle de Ivry, en Lyon. Su certificado salvadoreño le fue expedido el 15 de octubre de 1943.

En aquellas barracas de madera también estaban recluidos Eugène Minkowski y su esposa Fransiska Brockman-Minkowski. Nacidos el 17 de abril de 1885 en Tsarkoie-Tselo (San Petersburgo, Rusia) y en 1882, en Kalisz (Polonia), eran padres de Jeanne Minkowski-Simonnet, nacida en París, en 1919 y residente en el 132 del bulevar Montparnasse de la capital de la Francia ocupada. Ese grupo familiar contaba con sus respectivos certificados salvadoreños, emitidos en Suiza el 11 de enero de 1944.

Como las autoridades francesas, nazis, estadounidenses y salvadoreñas no pudieron comprobar la validez legal de todos aquellos certificados con la premura del caso, todas esas personas fueron subidas en Drancy al convoy 67, que fue el último que salió de ese campo de concentración. Luego de tres o cuatro días de viaje, hacinados bajo el frío invernal en los vagones de madera, llegaron a su destino final: Auschwitz. En la puerta de entrada se leía “Sólo el trabajo libera”, pero a todo ese grupo de poseedores de certificados de nacionalidad salvadoreña sólo los liberó la muerte. Fueron despojados de sus pertenencias y ropas, se les gaseó y sus cuerpos desaparecieron para siempre.

  Llegada de prisioneros a Auschwitz-Birkenau

Junto con ellos también llegaron a Auschwitz Natalie Mas y su familia, así como la joven Marie-Hélène Veil. De la familia Mas no se tiene mayor conocimiento, pero de la señorita Veil se sabe que nació en Blamont (Francia), el 17 de junio de 1922 y su certificado de nacionalidad salvadoreña fue expedido también el 11 de enero de 1944. Tras permanecer en Drancy, fue trasladada después a los campos de Buchenwald, Auschwitz y Bergen-Belsen, donde su cuerpo de 22 años sucumbió ante las penurias y el tifus. Su cadáver fue lanzado a la fosa común. Pocos meses más tarde, moría otra de sus compañeras de reclusión. Se llamaba Anne Frank y el mundo entero la recuerda ahora como la autora de uno de los diarios más memorables de todos los tiempos.

El 19 de enero de 1992, la villa de Wansee fue abierta al público como un sitio de memoria y reflexión. Por haber emitido más de 50 mil certificados y salvado a miles de vidas en peligro, el cónsul Castellanos y su secretario Mandel-Mantello fueron designados Justos entre las Naciones por Yad Vashem y tienen sus olivos conmemorativos sembrados en una colina, en Jerusalén. La Fundación Anne Frank desarrolla muchísimos proyectos para fomentar la cultura de paz y frenar las diversas muestras de intolerancia étnica y política. En la actualidad, en Europa y otras partes del mundo hay muchos brotes de odio incontrolable. Al conmemorarse los 75 años de la liberación de Auschwitz es fundamental que gobiernos y ciudadanos nos comprometamos a que horrores como los vividos por el señor Hacker, la familia Minkowski, la señorita Veil y millones de personas más no se produzcan NUNCA MÁS. Hoy, elevo un pensamiento y enciendo una luz en memoria de todas esas víctimas y las de muchos otros conflictos y guerras. Desde luego, las de El Salvador y Centroamérica ocupan el más alto puesto en mi corazón y mente.

  Campo de Bergen Belsen

Monumento para Anne Frank y su hermana Margot, en Bergen Belsen

Fosa común en Bergen Belsen

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Carlos Cañas Dinarte
Carlos Cañas Dinarte
Historiador, escritor e investigador salvadoreño, residente en España. Experto en temas centroamericanos, columnista de ContraPunto
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