El Salvador vive momentos cruciales de su desarrollo social, político y económico. En 2009 al fin la izquierda política llegó al poder y muchos analistas y políticos entendieron que aquel era el momento en el que culminaba el periodo de posguerra e iniciaba la fase de consolidación democrática.
Desgraciadamente hemos sido testigos de que en el primer periodo de la izquierda en el poder hubo mucho ruido y pocos hechos; y los pocos hechos han sido bastante cuestionados especialmente por el mal actuar del que fue su líder, a quien se culpa de heredar al actual gobierno un desastre mayúsculo en el tema de la inseguridad, y con ello las nefastas consecuencias en otros rubros.
El actual gobierno ha querido “agarrar al toro por los cuernos” y ha ordenado medidas extraordinarias y excepcionales, que en realidad, son procedimientos ““algunos de ellos- que debieron implementarse desde antes, como los controles estrictos de las cárceles.
En estas medidas y este “ambiente de unidad” que se pretende reconocer, han dado lugar a que afloren conceptos que se conocen como parte del “populismo punitivo”, a través del cual se quisiera impulsar ya no una “mano superdura”, sino una “mano exterminadora”. Ello es sumamente peligroso tomando en cuenta que la sociedad en sentido general está asustada por los niveles de violencia y ha llegado a desear una solución en tal sentido.
En tal sentido, estamos ante el reto de que hay que ponerle freno a la violencia delincuencial, pero tendríamos que irnos a una lucha de “mano inteligente y profunda” contra el crimen organizado y contra la corrupción en general, esté donde esté.
Aún en la lucha punitiva contra las pandillas se debe ser cuidadoso y respetuoso de los derechos humanos y constitucionales. Es un problema que se diga y que se actúe con tácticas bélicas de aniquilamientos y ni siquiera pensar en impulsar las tácticas de “yunque y martillo”, que incluso creadas para la guerra contrainsurgente, fracasaron debido a la victimización de la población civil.
La mentada unidad, finalmente, debe servir para crear un estado más democrático y solidario; para que se termine con la exclusión y se instaure un modelo social y económico en el que desde nuestras propias fuerzas, comencemos a generar empleo digno y con perspectivas de desarrollo y esperanzas, especialmente para la juventud, que hasta ahora han tenido como únicas apuestas el huir del país y enrolarse en las pandillas.