Por Mario David Mejía.
El sistema de justicia penal en nuestro país se basa en tres mitos: el mito del libre albedrío, el mito de la responsabilidad moral (como yo concibo la idea de normas morales, forman parte de ellas las normas jurídicas) y el mito del merecimiento del castigo. Es decir que, si se te comprueba que cometiste un delito, y no había una enfermedad mental reconocida u otro tipo de perturbación de la conciencia que te impidiera entender lo que es bueno o malo en el momento de delinquir, entonces eres responsable y mereces ser castigado en base al código penal.
Estos mitos son tomados por verdades objetivas porque satisfacen el deseo primitivo de retribución del ser humano. El deseo primitivo de retribución del ser humano es la base biológica desde la cual racionalizamos el deseo de castigar. Cuando alguien comete un daño, es difícil no responsabilizarlo para que el castigo parezca justificado, de esta manera, satisfacemos el deseo de castigar y nos vacunamos contra la angustia psicológica que puede surgir por hacer daño a un ser humano. En otras palabras, cuando se tiene la convicción de que el etiquetado como criminal merece el castigo, esto alivia o minimiza el dolor emocional que puede surgir al ser cruel con otro ser humano, la crueldad se disfraza de “castigo justo”.
El sistema de justicia penal de nuestro país concibe un humano libre, capaz de tomar decisiones y ser responsables de sus consecuencias (salvo excepciones). Pero este humano no es real, no existe, el humano es un algoritmo bioquímico programado por la selección natural, al igual que los otros animales, por lo tanto, no hay cabida para la existencia de un libre albedrío que, lo pueda hacer capaz de ser responsable moralmente de sus decisiones. El humano es tan responsable de sus decisiones como lo es un león, un elefante, una chicharra o un tiburón, y así como no cabe responsabilizar moralmente a un animal por lo que decide, tampoco cabe responsabilizar moralmente a un humano por lo que hace.
Claro, con esto no quiero decir que estos mitos que sostienen al sistema de justicia penal no puedan ser útiles para combatir a criminales, pero el hecho que sean útiles no quiere decir que sean reales. Estos mitos, también impiden que se progrese hacia un tratamiento más humano del delito, enfocado más en la prevención y rehabilitación que en el castigo, porque no se trata sólo de reducir la criminalidad, se trata también de buscar formas más compasivas de reducirla. Sabemos que a lo largo de la historia los sistemas de justicia penal han ido abandonando mitos para ir reduciendo la crueldad del castigo, ahora, en este siglo XXI, a la luz de la ciencia, debemos dar otro avance en derechos humanos, y abandonar los mitos del libre albedrío, de la responsabilidad moral y del merecimiento del castigo, porque estos mitos sostienen formas crueles de reducir el delito en la actualidad.
Claro, la sociedad tiene derecho de protegerse de los criminales, de la misma manera que tenemos derecho a protegernos de la agresión de un león, de un tigre u de otro animal salvaje, y a protegernos de los desastres que provocan terremotos, lluvias, huracanes etc. Pero en el caso de los animales y de los fenómenos naturales que nos pueden afectar, en ningún momento se nos ocurre responsabilizarlos o humillarlos para satisfacer nuestro deseo retributivo, entonces, así debemos hacer con los humanos que pueden dañarnos, no responsabilizarlos moralmente.
Para ir domando este impulso retributivo, se requiere el reconocimiento de que no existe un libre albedrío que nos haga moralmente responsables de nuestras acciones. No hay que cometer el error de creer que solamente hay ausencia de libre albedrío cuando se tiene una enfermedad mental o una grave perturbación de la conciencia.
La capacidad de tomar decisiones conscientes y deliberadas tampoco implica la existencia de un libre albedrío que no haga responsables.
Para ir cambiando poco a poco las cosas, la propuesta de bruce Waller y Gregg Carusso, me parece una propuesta pionera y progresista, que concilia la necesidad de protegerse de los criminales con un tratamiento basado más en la rehabilitación y la justicia restaurativa que en el castigo.
El castigo penal, si hay que seguir aplicándolo de algún modo, debe ser visto como una lamentable injusticia necesaria. La aplicación del castigo visto como algo que debe lamentarse y no glorificarse. Esto modo de ver las cosas, nos impulsará a hacer reestructuraciones sociales para lograr el objetivo de sustituir poco a poco el sistema penitenciario que conocemos por, centros de cuarentena de salud pública propuestos por Gregg Carusso, donde se hace, como ya dije, más énfasis en la rehabilitación que en el castigo.