Por Gabriel Otero.
Expresan los mitos y las exageraciones que un hombre piensa en sexo unas 86 400 veces por día, es decir, sesenta segundos de un minuto, sesenta minutos de una hora y veinticuatro horas de un día.
La cifra es falaz, como también negar la influencia y el hechizo de la testosterona, no hay tanto tiempo para verlas, imaginarlas o soñarlas.
Es falso, también, que las mujeres exilien totalmente la lujuria y el deseo, son menos obvias que los hombres y en sólo un vistazo pueden determinar vestimenta, condición social y atributos físicos. Su mirada es una profunda y breve radiografía.
El hombre es cien por ciento visual, los ojos son para contemplar las maravillas y las redondeces de la que pasa al lado, porque es un hecho que escruta y codicia cuerpos e instantáneamente los desecha.
Y no por eso, las mujeres deben sufrir misandria o androfobia o sentirse pedazos de carne en vitrina violados por la retina, ni tampoco subestimar el poder del erotismo del que son dueñas, ellas saben que en ese campo ganarán de antemano la guerra y manejarán a su antojo a quien sea.
Aunque también es cierto que hay de miradas a miradas, la vulgaridad es la característica de las subespecies, un tipo de hombre que se quedó miles de años atrás en la evolución y su sola presencia agrede a sus semejantes.
El hombre es fisgón de natura, aunque unos son más discretos, busca descubrir intimidades y descuidos, enfoques reveladores para más tarde, visiones en la memoria de lo que deseó y no tuvo.
Se ve lo que vale la pena ver, las mujeres que se asumen como mujeres y resaltan su feminidad, anden como anden, rapadas, en harapos y sin maquillaje.
A las muñecas les halaga que las vean, están acostumbradas, su método de vida es exhibirse, a las acomplejadas les duele el atisbo masculino con el rabillo del ojo, es esa ofensa que se paga con el insulto.
La igualdad mora en el respeto a lo complementario, el principio de equidad en oportunidades, y en resumidas cuentas que tanto mujeres como hombres hagan lo que les venga en gana sin transgredir los derechos de los otros.
El sexo entra por los ojos y los hombres lo quieren en cualquier momento, ¿ persistiremos en ocultar los apetitos concupiscibles de la raza humana?